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DUQUE CORNEJO, PEDRO |
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(sevilla, 1678-córdoba, 1757).
Arquitecto, escultor, pintor y grabador.
Maestro de la retablística, la decoración, policromador y grabador puede
ser considerado como el mejor y más completo artista sevillano del siglo
XVIII. Asciende de una de las más decisivas estirpes artísticas de la
época, ya que su abuelo, Pedro Roldán, es creador y jefe de una gran
escuela y taller, integrada por cuatro hijos escultores y otros tantos
parientes de la misma profesión. Su padre, José Felipe Duque Cornejo, es
un escultor discreto de escasa relevancia y su madre, Francisca Roldán
Villavicencio, se dedica a la pintura. Pedro Duque trabaja en Sevilla,
Granada, Jaén, El Paular (Rascafría, Madrid) y Córdoba. La reina Isabel
de Farnesio lo nombra escultor de Cámara y alcanza en vida gran prestigio
y patrimonio.
En su formación tiene una gran importancia, en los
años iniciales, la influencia de José de Arce, quien introduce en Sevilla
el énfasis barroco, rubeniano y berninesco como superación e impulso del
arte del genial Martínez Montañez, así como su colaboración con Pedro de
Roldán, quien había traído a Sevilla formas y gustos novedosos aprendidos
en el taller de Alonso de Mena en Granada. Más tarde, dejan una huella
tangible en su estilo la experiencia aquilatada junto a Teodosio Sánchez
de Rueda y Jerónimo Balbás, de quienes aprende la técnica retablística, y
el arquitecto Francisco Hurtado Izquierdo, con quien colabora en Granada
en los más destacados proyectos que se llevaban a cabo en la Andalucía
oriental. La actividad en esta ciudad comienza hacia 1714, cuando se le
encuentra trabajando en un monumental conjunto de catorce esculturas para
la iglesia de la Virgen de las Angustias, que representa a los doce
apóstoles, a la Virgen y al Salvador en tamaño mayor que el natural. El
grupo escultórico, de gestos arrogantes, amplias y dinámicas siluetas y
pliegues fantásticamente sueltos y movidos, resulta de un barroco
valiente y expresivo. Allí también realiza los ricos púlpitos de la
catedral y, lo más sobresaliente de su estancia granadina, colabora en el
Sagrario de la Cartuja, para el que talla una de sus obras maestras, una
Magdalena penitente que ocupa uno de los intercolumnios de los ángulos y
en la que, en un lenguaje teatralizado y declamatorio que recuerda al
mejor Bernini, consigue transmitir una emoción desbordante y patética y
una belleza femenina excepcional. Esta colaboración en Granada con
Hurtado Izquierdo permite que el arquitecto lo recomiende para la
decoración escultórica del tabernáculo y la capilla posterior de la
Cartuja del Paular en Rascafría, en el que destaca un magnífico San
Pedro.
En Sevilla, el escultor enriquece con su arte la
catedral de Sevilla, para la que talla el retablo mayor de la parroquia
del Sagrario, las esculturas y ornamentación de los órganos y tribunas
del coro, las imágenes del retablo de San Leandro, el sepulcro del
arzobispo don Luis Salcedo y Azcona y, sobre todo, la escultura de Santa
Justa y Rufina, que por el gracil porte y rostros de las santas y su rica
policromía se considera una de las cimas del rococó andaluz. En la
capital hispalense, asimismo, esculpe otro de sus conjuntos
arquitéctónicos-escultóricos más relevantes, el retablo de la iglesia de
San Luis de los Franceses.
Pero su obra más importante, la que le otorga la
categoría de artista insustituible e irrepetible, estaba todavía por
hacer. Entre 1747 y 1757, cuando el escultor contaba ya con 69 años, una
edad avanzada para emprender una obra de tal envergadura, Pedro Duque
Cornejo acepta la impresionante tarea de tallar los 181 relieves de la
sillería del coro de la Mezquita-Catedral de Córdoba. En el contrato
firmado con el Cabildo se puntualiza que los relieves de las 60 sillas de
los canónigos debían ser «totalmente de su mano» y los pequeños diseñados
por él y esculpidos bajo su dirección. El resultado es de tal
grandiosidad, calidad y belleza que, a la muerte del artista, el cabildo
acuerda darle sepultura en el propio coro, en el corazón de su
realización más universal.
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