Se denomina con este nombre a un conjunto coherente de manifestaciones materiales de la Edad del Bronce del Sureste y de la Alta Andalucía. Conocida y usada desde finales del siglo XIX, M. Tarradell, a finales de los años cuarenta del siglo pasado, delimita su ámbito geográfico al sureste de la Península Ibérica. Su sistematización es realizada por B. Blance en 1971 basándose en el análisis de las tumbas excavadas por L. Siret en el yacimiento epónimo. La autora escocesa colige de aquel estudio la existencia de dos fases cronológicas sucesivas que designa respectivamente Argar A y Argar B. Posteriormente, F. Molina González * define en su tesis doctoral (1976) una última fase en el desarrollo de la Edad del Bronce en el sureste que denomina Argar Tardío o Argar C. Esta posición no es aceptada por H. Schubart y O. Arteaga * , quienes, tras las primeras excavaciones en el poblado de Fuente Álamo de Cuevas del Almanzora, proponen una secuencia de cuatro fases para el desarrollo de la Edad del Bronce del Sureste. Las dos primeras coincidirían con las formuladas por B. Blance, mientras que las otras dos (C y D) corresponderían a una nueva cultura que caracterizaría el Bronce Tardío. A pesar de la crítica expresada por V. Lull en 1981 a estas propuestas de evolución cronológica debido a su falta de coherencia empírica y estadística, el modelo se sigue aplicando, admitiéndose la existencia de tres fases sucesivas con la siguiente cronología:
- Argar A 2000/1900 a.C. " 1650/1600 a.C.
- Argar B 1650/1600 a.C. " 1400/1300 a.C.
- Argar C 1400/1350 a.C. " 1200/1100 a.C.
En la Edad del Bronce se producen importantes cambios en los componentes materiales de la cultura de las poblaciones asentadas en el sureste y la Alta Andalucía, que conformarán las características arqueológicas de la Cultura de El Argar. Así, son evidentes las variaciones en el patrón de asentamiento, prefiriéndose lugares que pueden denominarse estratégicos, como en Fuente Álamo (Cuevas del Almanzora), junto a otros en los que la componente estratégica parece no haber desempeñado un papel tan relevante, al encontrarse en lugares llanos o de fácil acceso, caso de El Cerro de la Virgen de Orce * , o el propio Argar * de Antas. Además, en estos emplazamientos (la mayoría de nueva planta) la trama urbanística es radicalmente distinta a la que se da en los poblados de la precedente Edad del Cobre. Frente a las cabañas circulares u ovales y la ausencia de calles característica de aquélla, el recurso sistemático al aterrazamiento y la adopción de esquemas de tendencia rectangular en la construcción de las estructuras de habitación, origina un urbanismo relativamente ordenado, con áreas de paso claramente definidas y alineamiento de las casas a lo largo de las mismas.
Otra transformación evidente con relación a la época anterior, es la aparición del ritual de enterramiento individual (a veces en parejas de adultos o adulto e infantil) en el interior del asentamiento y con cierta frecuencia bajo el piso de las casas, sin que hubiera lugares especiales (cementerios) para la deposición de los difuntos. Las tumbas pueden ser en fosa o covacha, que a veces se revisten de lajas de piedra, constituyendo entonces una cista, y en jarra o pithos. Aunque el uso de unos tipos u otros parece seguir una secuencia temporal, ésta tiene valor a escala local o comarcal; mientras que la jarra apenas si se utilizó más allá del núcleo de poblados de las áreas costeras de Almería para el entierro de adultos. A esta cultura también le corresponden importantes novedades en el repertorio artefactual; quizás los más significativos son la adopción de nuevas formas cerámicas (vasos carenados, copas, cuencos lenticulares) predominantemente no decoradas; y la transformación de las técnicas metalúrgicas con variaciones en los tipos funcionales (puñales, cuchillos, espadas, alabardas) y la introducción de elementos de adorno personal (diademas, brazaletes, anillos, cuentas).
Estos cambios en la cultura material, el patrón de asentamiento y el ritual funerario son indicativos de las importantes transformaciones socioeconómicas que se producen en las sociedades de la Edad del Bronce. Existe un consenso creciente entre los investigadores en que tales formaciones sociales tienen una organización basada en diferencias de clase y una estructura política estatal de tendencia aristocrática. Así, la clasificación de los ajuares, su ausencia y su relación con la edad y sexo de los muertos permite aislar cuatro grandes categorías sociales. Por otro lado, el descubrimiento de individuos infantiles enterrados con ajuares ricos, ya en épocas avanzadas del período, refuerza la idea de un traspaso de la herencia de padres a hijos y por tanto la aparición de la propiedad.[ José Andrés Afonso Marrero ]
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