Distribución de la propiedad de la tierra caracterizada por el predominio de las fincas rústicas de gran extensión. En Andalucía, la abundancia de latifundios, dominantes en todo el Valle del Guadalquivir y comarcas de otras provincias, como Huelva, ha sido fuente de conflictos, al permanecer muchas de esas tierras sin labrar y vivir en ellas un campesinado sin tierras propias y sin trabajo estable en las ajenas. El reparto de tierras como solución para los problemas agrarios andaluces ha estado históricamente ligado a realidades como el latifundismo y el absentismo de los propietarios rurales.
El latifundismo andaluz se configura sobre todo entre los siglos XIII al XV, con la repoblación de los territorios ganados a los árabes y los repartos de las mejores tierras a nobles y soldados afines por parte de los reyes conquistadores. Con ellos se mantienen también las tierras comunales, con mucha frecuencia las tierras menos fértiles. Diversos factores, como el mayorazgo, harán que poco a poco se vaya produciendo una concentración de la propiedad de la tierra, en manos en gran medida de la nobleza. La emigración a América, las guerras y la relativamente baja densidad de población explican que en esos siglos y los siguientes no sea excesiva la presión social sobre los latifundios andaluces. La Desamortización de principios del siglo XIX es un factor que va a agravar la situación, pues aristocracia y gran burguesía son quienes adquieren los terrenos de la iglesia y aprovechan las subastas de tierras comunales, mientras crece la población sin tierras y sin trabajo en las campiñas andaluzas. Aumenta el número de braceros o jornaleros mientras crece también el absentismo, es decir, los propietarios que no cultivan las tierras y viven lejos de ellas, en la capital provincial o en la Corte, propietarios que no favorecen los cultivos intensivos o que requieren mano de obra continuada.
En vísperas de la II República, 262 personas pertenecientes a la alta nobleza, en su mayoría residentes en Madrid o fuera del medio rural, controlan por encima de las 335.000 ha, un tercio del total. En esos años las tierras sin labrar en grandes latifundios suponen los 1,8 millones de ha en Andalucía. Mediado el siglo XX, existen 175 fincas con más de 2.500 ha de superficie. Durante el XIX y primer tercio del XX los movimientos campesinos andaluces tienen como principal objetivo el reparto de la tierra y su mejor utilización. Ese objetivo se plasma, en parte, en el intento de reforma agraria de la II República, liquidado por la Guerra Civil. Es entonces, tras esa guerra, cuando el campesino andaluz comienza a emigrar a borbotones, abandonando unas tierras que no le dan trabajo. Y aunque el propio régimen franquista crea alguna legislación para obligar a convertir en productivas fincas mal cultivadas, el latifundismo se mantiene y muchas tierras pasan a ser cotos de caza o dehesas para toros de lidia, sin que las tierras comunales, que representan en Andalucía la mitad que en el resto de España, sean alternativa.
Con la transición a la democracia reverdecen viejos problemas, se producen nuevos movimientos de reivindicación de tierras y pro reparto de latifundios, en tanto la reforma agraria de los primeros gobiernos de la Junta de Andalucía busca soluciones en ese sentido. No obstante, Andalucía inicia en esos años una profunda transformación agraria. Por un lado, el jornalero recibe una protección muy superior a la de otras etapas históricas "PER", por otro, disminuye el número de trabajadores del campo, que pasan a la construcción o la hostelería, y además se inicia una expansión del regadío, se introducen nuevos cultivos; y otros, dominantes en el latifundio, como el algodón, pasan a ser subvencionados, lo que, junto a otros factores de modernización que favorecen el uso más intensivo de la tierra (y aunque el latifundio no retrocede), pasa a ser menos problemático para la agricultura y ganadería andaluzas. [ Antonio Checa Godoy ].
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