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OLIVARES, CONDE DUQUE DE |
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(roma, italia, 1587-toro, zamora, 1645).
Político y valido de Felipe IV. Don Gaspar de Guzmán
y Pimentel, tercer hijo de don Enrique de Guzmán, embajador de España
ante la Santa Sede, hereda el título familiar: el condado de Olivares,
que responde a una de las ramas menores de la poderosa familia de los
Guzmanes, cuya cabecera ostentaban los duques de Medina Sidonia. Vive en
Italia hasta 1600, año en el que se traslada a España con su familia, una
vez concluida la misión diplomática de su padre. Como segundón de una
familia está destinado a abrazar el estado eclesiástico, por lo que es
enviado a cursar estudios a Salamanca, donde adquiere una importante
cultura humanística y llega a desempeñar el cargo de rector de
estudiantes, durante el curso 1603-1604. Sin embargo, la muerte de sus
hermanos mayores le lleva a heredar el mayorazgo familiar y a abandonar
Salamanca para establecerse en la corte, que a la sazón se encuentra en
Valladolid.En 1607 hereda el título familiar por muerte de su
padre y contrae matrimonio con su prima, doña Inés de Zúñiga,
perteneciente a la casa de los condes de Monterrey. Los años que
van de 1607 a 1615 los pasa don Gaspar entre Madrid, donde había
retornado la corte después de una breve estancia en Valladolid, y
Sevilla, pendiente de los movimientos cortesanos y de la administración
de la hacienda familiar.
La suerte le llega al ser nombrado gentilhombre de
cámara del príncipe Felipe, futuro Felipe IV. Se emplea a fondo para
ganarse la confianza del heredero, de tal modo que cuando accede al
trono, en 1621, el conde de Olivares se hace con el poder real de la
monarquía hispánica. Se cuenta que entonces afirma: ?Ya todo es mío?.
Porque el indolente soberano es más proclive a las diversiones mundanas
que le ofrece su posición de monarca más poderoso del orbe, que a prestar
atención a los numerosos asuntos que un poder como aquel demanda. Muy
pronto, el rey concede a don Gaspar el título de duque, que Olivares
asocia a su condado, pasando a ser el conde-duque de Olivares, nombre con
el que ha pasado a la historia. Su figura es una de las más
controvertidas de nuestro pasado. De temperamento vehemente, muy pronto
cuenta con grandes apoyos para su gestión y con grandes enemigos. Su
declarada misoginia le acarrea la animadversión de muchas mujeres,
algunas de ellas muy poderosas, que a la postre son pieza fundamental en
su caída.
Hombre vitalista y trabajador, se entrega con gran
honradez a la ingente tarea que significa el gobierno de una monarquía
como la hispánica en el siglo XVII. Reforma la administración, creando
juntas para que entiendan de asuntos concretos, especializándose en los
asuntos de su competencia. Es una buena iniciativa, pero que tiene su
cruz en la ampliación del sistema burocrático hasta extremos
inconcebibles. En materia económica se muestra claramente proteccionista,
adelantándose a los planteamientos de Colbert, sobre la protección de la
industria y el comercio autóctonos frente a las amenazas que suponen las
importaciones de productos procedentes del extranjero, que en la época
son, fundamentalmente, textiles. En este mismo terreno de la economía,
una de sus mayores preocupaciones es la grave crisis demográfica que
desde las últimas décadas del siglo XVI amenaza a los reinos
peninsulares. España es un país escasamente poblado, con una densidad de
población muy baja respecto a la de sus vecinos europeos. Las epidemias,
las guerras y la emigración a las Indias habían mermado de forma muy
considerable sus efectivos. En política, Olivares se muestra como un
verdadero activista. Su principal objetivo en política exterior consiste
en mantener el prestigio de la monarquía, obligación ineludible para la
que es reputada por entonces como la mayor potencia del mundo, aunque sus
problemas internos la hagan muy vulnerable a los ataques de sus enemigos.
Esa política de prestigio lleva a la intervención de las tropas españolas
en numerosos conflictos en los que España no se encontraba directamente
implicada, así como al abono de cuantiosas sumas de dinero como subsidios
a las potencias aliadas, principalmente, la rama imperial de los
Habsburgo, asentada en Viena.
Ese esfuerzo militar significa un fuerte esfuerzo
fiscal, que lleva a Olivares a buscar recursos por los procedimientos más
variados, desde la invención del papel timbrado hasta el resellado de la
moneda, una auténtica falsificación del valor de la misma, al utilizar en
las aleaciones cantidades cada vez mayores de cobre, en sustitución de la
plata. Estas medidas tienen efectos demoledores sobre la economía de la
Corona de Castilla, en un momento en el que las remesas de metales
preciosos procedentes de las Indias se reducen de forma dramática. Los
problemas se acumulan y llegan las derrotas militares para los famosos
tercios de infantería reputados de invencibles en los campos de batalla
de Europa.
En el interior, Olivares trata de centralizar el
poder de una monarquía, cuya estructura, por razones vinculadas a su
propio pasado, es muy descentralizada. Esta iniciativa del valido trae
como consecuencia la gran crisis de 1640, en la que con un intervalo de
pocos meses se producen las sublevaciones de Cataluña, Portugal y la
conjura de su pariente el duque de Medina Sidonia en Andalucía. En 1643,
un Felipe IV abrumado por los problemas internos y externos de una
monarquía a la que apenas había prestado atención, decide la caída de su
poderoso valido y su destierro fuera de la Corte, primero a Loeches y más
tarde a Toro, donde moriría Olivares en 1645.
Como hemos señalado, su figura resulta
controvertida. Honrado y trabajador, a diferencia de muchos otros validos
no aprovecha su posición para enriquecerse y sus jornadas de trabajo
resultan agotadoras para sus colaboradores. Probablemente se equivoca al
tomar determinadas decisiones, al pensar que el prestigio de la monarquía
estaba por encima de otras consideraciones. Pero la gran pregunta es:
¿Hasta donde tenía margen de maniobra el poderoso valido? Su paso por el
poder lleva a que Felipe IV viaje a Andalucía, visita Sevilla y sobre
todo el coto de Doñana, donde practica sin tasa sus aficiones
cinegéticas. El conde-duque erige en la localidad de Olivares la
colegiata de Santa María de las Nieves, que decoran algunos de los
mejores pintores de su tiempo, como Juan de Roelas y Zurbarán.
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