La última cifra oficial, referida al 1 de enero de 2006, asciende a 7.975.672 y hoy, un año después (fecha de edición de este tomo), seguro que Andalucía sobrepasa los ocho millones de habitantes, habiendo ido aumentando progresivamente desde el primer Censo (1787), en que se registran casi dos millones (1.850.157), llegando a los tres en 1860, que aumentan en medio millón en 1900, para alcanzar los seis setenta años después. Pero el peso porcentual dentro del Estado no ha sido progresivo, sino que sube hasta 1887 (19,5%), baja en 1897 (19,1) y vuelve a ascender (salvo un paréntesis en 1930) hasta el máximo censal de 20,1% (1940). Desde entonces retrocede, especialmente entre 1960 y 1980 (de 19,3 a 17,1), para recuperarse después y quedar ahora en 17,8%.
La crisis demográfica de los sesenta a ochenta del siglo XX se debe a una emigración masiva de andaluces (aproximadamente unos dos millones, que supone nada menos que el equivalente a la tercera parte del censo de 1960) al extranjero, otras zonas del Estado y sobre todo a Cataluña. Así esta comunidad pasa de suponer el 11,5% en 1950 al 15,8 en 1980, situándose ahora (2006) en el 16% de la población estatal; si bien el incremento de Madrid ha sido mayor: del 4,2% en 1900 al 13,5 actual. La falta de industrias, la mala estructura de la propiedad, la mecanización del campo, las altas tasas de crecimientos naturales, el proteccionismo y mayores inversiones del Estado en otros territorios, etc. explican el éxodo.
Desde finales de los ochenta esa sangría remitió y hoy Andalucía recibe inmigración en un cambio de signo, que indica, sin duda, una mejora económica. Así en el año 2005 salen al extranjero sólo 2.108 andaluces (0,3 por mil del total; media española 0,5) y hacia el resto del Estado apenas 50.000; cuando entran 94.070 de otros países (en cuatro grupos principales con algo más de veinte mil: UE, resto de Europa, África y América), más 4.515 andaluces retornados del extranjero y casi 40.000 de otras comunidades. Es decir un saldo neto de inmigración en ese año cercano a los cien mil.
Un segundo rasgo significativo de la población andaluza es la disminución del crecimiento natural, aunque menos que otros países y comunidades de su entorno. Andalucía ha tenido siempre unas tasas de natalidad por encima de la española y una mortalidad también más elevada hasta mediados del XX, en que los avances sanitarios y de atenuación del subdesarrollo la colocan por debajo; para subir de nuevo tras el éxodo mencionado de los años sesenta y setenta. Así, hacia 1900-10 ese crecimiento natural era del 9 por mil (natalidad, 36,4 y mortalidad 27,4), alcanzando el máximo intercensal en el 1911-20 (26 por mil, media estatal, 23,5). Los índices han ido bajando hasta llegar en el 2005 al 3,2 por mil (natalidad, 11,5 y mortalidad, 8,3) cuando en la UE está en torno a la unidad y en España es del 1,8 (diferencia de 10,4 y 8,6), destacando las comunidades con más inmigración (Murcia, 5,6, Madrid, 4,9) además de Ceuta y Melilla (9 por mil) por la mayor natalidad de la población musulmana. Esa disminución de nacimientos (por conocidas razones socioeconómicas, muy ligadas a las mejoras de la situación femenina), la mayor esperanza de vida y las consecuencias de la emigración aludida han envejecido la población; pasando los menores de 14 años de suponer el 33,6% del total en 1910 al 16,7 en 2003, mientras los mayores de 64 han aumentado del 5,2 al 14,8% en un siglo. A principios del siglo XXI, las diferencias provinciales acusan los movimientos migratorios: Jaén (de fuerte éxodo en el XX, 16% de mayores de 65) y Almería (con bastante inmigración, 11,7%). Ese envejecimiento dibuja una silueta del gráfico de edad tipo "cofre", con adelgazamiento inferior, lejos de la "pirámide" de hace cien años.
En las estructuras demográficas existen dos cambios más, generalmente paralelos a ámbitos próximos. Uno es la práctica desaparición del analfabetismo (a principios del XX no saben leer ni escribir las tres cuartas partes, y en 1950 el 30%) y la casi completa escolarización, más el aumento del porcentajes de alumnos en las enseñanzas secundaria y universitaria. El otro es el incremento de la población estadísticamente ocupada por la incorporación femenina al mercado de trabajo y, sobre todo, las modificaciones en el empleo, como consecuencia de los cambios económicos, consistentes en una disminución de la agricultura y un aumento de los servicios. En 2003 sólo el 12% de los activos se dedican al sector primario (en 1981, el doble) y el 63% a los servicios (hace 20 años el 48%), mientras la industria disminuye (17% y 11%, respectivamente) y la construcción pasa del 11% al 14%.
Una última transformación consiste en la distribución demográfica, consecuencia de las localizaciones económicas, pues, cuando predominaba la agricultura, las campiñas del Guadalquivir y otras zonas cultivadas concentraban población, además de las ciudades, que siempre han atraído por su oferta de servicios y, generalmente, de puestos de trabajo. Hoy se mantiene la importancia urbana y, sobre todo, los municipios de las periferias, formándose áreas metropolitanas * en torno a las capitales, aunque no todas con la misma extensión ni intensidad. Destacan las densidades de los ámbitos de Sevilla (más de 1.000 h. / Km 2 ), Málaga (superior a 700) y Bahía de Cádiz (en torno a esa última cifra), mientras Granada se acerca a los 300, Huelva y Almería, a los 200, y Córdoba y Jaén no pasan mucho de los 150 h. /Km 2 . Pero también hay comarcas de aglomeraciones urbanas que superan esa última cifra, cuando la media andaluza es de 91 h / km 2 : Costa noroeste de Cádiz (más de 300), Costa del Sol (250), Poniente almeriense y Campo de Gibraltar.
No es casualidad que los últimos espacios citados sean litorales, porque es la costa, desde Pulpí hasta Ayamonte, la que acumula más población (con algunos hiatos protegidos como Cabo de Gata y Doñana), tanto por el efecto capitalino y urbano, como por el turismo y la agricultura forzada. Considerando sólo el crecimiento demográfico en la última década, se nota muy bien la tendencia a la costa y áreas urbanas, así como el efecto de mancha de aceite del triángulo Sevilla-Cádiz-Huelva y la relevancia del eje Córdoba-Málaga con el Subbético como centro (Lucena, sobre todo). Hay que señalar la importancia, aunque sean pequeños espacios, de cierta recuperación serrana, ligada a los Parques Naturales y el turismo rural, y la dinámica jiennense, así como el Valle del Almanzora o Baza. Por el contrario, la frontera con Portugal y buena parte de la provincia de Granada están en decadencia, aparte la menor población tradicional del norte de Sevilla y Córdoba, sobre todo tras la crisis minera. [ Gabriel Cano ]. |