La Península Ibérica tiene una conocida configuración formada por una meseta interior, de unos 800 m. de altitud, rodeada de cordilleras (Cantábrica, Ibérica, Sierra Morena), dos grandes valles, Guadalquivir y Ebro, y alineaciones externas como las Béticas o la Prelitoral de Cataluña. Sierra Morena, escarpada, boscosa y poco poblada, ha sido difícil de atravesar a lo largo de la Historia; tanto que en el siglo XVIII hay que crear nuevas poblaciones para asegurar el camino Andalucía-Madrid. En la Antigüedad hay poca comunicación de importancia y ambas unidades geográficas son habitadas por pueblos diferentes, existiendo en el territorio andaluz grandes recursos mineros, metálicos, agrarios, pesqueros, forestales; importantes núcleos, abundancia de costas y un río navegable hasta las campiñas de Jaén, atravesando las feraces tierras de Cádiz, Sevilla y Córdoba.
Son economías y modos de vida distintos, muy bien percibidos por Roma, al delimitar una provincia, la Bética, que, al margen de las otras peninsulares, depende directamente del Senado. Al-Ándalus (711) es en parte producto de esa alta civilización y economía y se constituye en estado totalmente independiente de Damasco; primero en lo político (año 756) y después (929) también en lo religioso con el Califato de Córdoba.
Mientras tanto, Castilla surge como un condado a mediados del IX, fundándose Burgos en 884, y en 930 el conde Fernán González prácticamente se independiza de León. Después hay uniones y separaciones hasta que Castilla va predominando entre los reinos cristianos y, según algunos medievalistas, es con Fernando I a mediados del XI cuando comienza realmente la llamada a veces Reconquista; término inexacto, aunque sólo sea por una cuestión de fechas, y poco adecuado porque puede sugerir disparatados procesos abiertos. Se trata de una conquista, como tantas otras en el mundo y a lo largo de la historia, que puede analizarse en sus detalles y hasta cuestionarse, si se quiere, pero que es irreversible. En el caso de Andalucía dura dos siglos y medio "la conquista árabe o islamización, sólo unos años" desde mediados del siglo XIII en el Valle del Guadalquivir, hasta finales del XV en el Reino de Granada.
Tal proceso supone la castellanización de Andalucía "idioma, instituciones, administración, etc." y, a través de ella, la incorporación a la monarquía española; pero no se trata de una continuación de Castilla. El territorio, el paisaje, los pueblos y ciudades, los recursos, la cultura y las costumbres son diferentes; algo que ha sido percibido desde siempre, de modo que la relación de citas en este sentido sería interminable, por lo que se recogen sólo unas cuantas. El embajador veneciano Navaggero del siglo XV escribe: "Después de Linares hay que pasar las montañas que dividen a Andalucía de Castilla". Ortega y Gasset individualiza en 1927 a nuestra tierra como la que posee "una cultura más radicalmente suya", antigua y campesina, como la china, al contrario del carácter bélico de Castilla, donde "dice" la tierra no es más que el campo de batalla. El geógrafo francés Sermet, que publica bastante sobre Andalucía, observa en 1956, al hablar de Despeñaperros, que es un límite "si no de dos mundos, al menos de dos unidades"; y en 1975 afirma que Andalucía muchas veces ha estado más aislada del resto de la Península que de países lejanos por vía marítima.
Alguna de esas menciones aluden también a la identidad cultural, aunque hay una larga relación singular en ese aspecto. Porque en Andalucía, además de la huella castellana "por lo general, muy modificada ya", hay otras improntas, como resultado de su historia. Una de ellas es el legado andalusí, no sólo en lo material, como monumentos "entre los que se encuentran castillos, alcazabas, Alhambra, Mezquita, Giralda"", trazados callejeros, elementos de viviendas, algunos sistemas de riego; sino también en Literatura, Filosofía, fiestas, costumbres, gastronomía" que señalan una cierta pervivencia demográfica; indudablemente ya diluida y que es uno de los ingredientes culturales de la identidad andaluza.
Ciertamente hay repoblaciones desde Castilla, y otros lugares, pero algunos venden sus suertes y regresan; y la población autóctona siempre es necesaria, sobre todo para la agricultura, por lo que muchos permanecen y se mezclan y otros regresan, más o menos camuflados. Por eso, cuando algunas crónicas mencionan la entrada de las tropas en ciudades desiertas, aunque sea cierto, no pasan de ser un acto simbólico, pero poco duradero; incluso en las repoblaciones más estrictas, como las del Reino de Granada tras la rebelión de las Alpujarras (1570), se tiene que permitir no sólo la existencia de moriscos, sino también que pudieran ser propietarios una quinta parte de "naturales". Y es que el proceso es muy largo desde mediados del XIII hasta 1614, en que se decreta la última expulsión, que se dice definitiva. Y, sin embargo, después hay bastante población descendiente de andalusíes, aparte los ya asimilados en siglos anteriores; tanto que en 1626 el diputado granadino Francisco Maldonado protesta porque se permita en Andalucía tanto número de moros y moras.
Ha pasado mucho tiempo y todo eso está diluido "e incluso rechazado por parte de algunos"; pero puede otorgársele el valor de una cierta y temprana multiculturalidad, en la que se integra también el ingrediente castellano. [ Gabriel Cano ].
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