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EULOGIO

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(córdoba, 800-859). Metropolitano electo de Toledo y mártir de Córdoba. San Eulogio es definido como el último hispano-romano de la Bética. Su nacimiento ocurre en torno al año 800 en Córdoba y en el seno de una familia de carácter senatorial. De su educación se encargan su abuelo Eulogio y su madre Isabel. Tiene dos hermanas, Niola y Anulo, y tres hermanos, Alvaro, Isidoro y José. Anula consagra a Dios su virginidad; José, buen conocedor del árabe, consigue un puesto en la secretaría del gobierno omeya. Álvaro e Isidoro se hacen comerciantes y viajan por la Europa carolingia. Una de sus ausencias al otro lado del Pirineo se prolonga tanto tiempo que Eulogio, alrededor del año 845, cree necesario viajar al norte de la península para buscar noticias suyas.

Eulogio recibe su primera formación en el colegio sacerdotal de la basílica de San Zoilo, situada en el barrio de los Tiraceros. Después se integra en la escuela del abad Esperaindeo, el maestro santo y sabio que necesita, y "que en aquel tiempo endulzaba de prudencia a todos los límites de la Bética". Aquí coincide con Álvaro Paulo, más conocido como Álvaro de Córdoba, perteneciente a una de las familias más distinguidas de Colonia Patricia, con quien le unirá una amistad que durará hasta la muerte. Álvaro es el primer biógrafo de San Eulogio. Él habla del linaje senatorial de su amigo, del encanto de su trato, de la gracia de su mirada, de la suave claridad de su ambiente y de la bondad e inocencia que se esconden en su cuerpo menudo. Para borrar algunas ligerezas juveniles, Eulogio decide hacer una peregrinación a Roma, pero las lágrimas de su madre, los ruegos de sus hermanas y las advertencias de sus amigos le hacen desistir. Ordenado sacerdote, reparte su vida entre la contemplación dentro de los monasterios próximos a la ciudad y la cura pastoral. Su celo es tal que, como dice su biógrafo, "tenía gracia para sacar a los hombres de su miseria y sublimarlos al reino de la luz".

La búsqueda de noticias de sus hermanos comerciantes le lleva primero a Cataluña, pensando pasar desde allí a Francia, pero detenido por la lucha entre el conde catalán Guillermo y el rey de los francos, Carlos el Calvo, decide probar suerte por Navarra. Wiliesindo, obispo de Pamplona, le recibe generosamente y pone a su disposición cuanto necesita para visitar los monasterios pirenaicos. Llega, entre otros, al monasterio de San Salvador de Leire, y, dejando a su derecha el puerto de Roncesvalles, sube hasta el de San Zacarías, "que iluminaba a todo el Occidente con sus estudios y el ejercicio de la disciplina regular". Allí, "junto a la puerta de Francia", puede recoger las primeras noticias de sus hermanos que, según le dicen, vuelven en una caravana camino de Zaragoza. A esta ciudad se dirige inmediatamente. Allí sabe que Álvaro e Isidoro están sanos y salvos en Maguncia. Más tranquilo, acelera el paso, recorriendo en varias etapas Bílbilis, Arcóbriga, Sigüenza y Compluto (Alcalá), deteniéndose en Toledo junto al obispo Wistremiro, en cuya vacante (858) será elegido Eulogio como metropolitano. Este viaje es sumamente útil al sacerdote cordobés. Recoge experiencias, descubre la mentalidad de los cristianos que se habían liberado del yugo musulmán y puede enriquecer las escuelas de Córdoba con un lote de libros latinos que no se encuentran en la España musulmana, entre ellas la Eneida de Virgilio, las sátiras de Juvenal y las obras de Horacio. A su vuelta se afianza su decisión de restaurar los estudios de la lengua y la literatura latinas desde su cátedra de la basílica de San Zoilo. "No hay quien pueda ponderar "escribe Álvaro Paulo" aquel afán incansable, aquella sed de aprender y enseñar".Este entusiasmo crea un ambiente de nostalgia por el pasado, perdido por la invasión musulmana, que acabaría por enfrentar el cristianismo contra el Islam, aunque la cultura no fuera la principal espoleta. El choque llega, pero es provocado por la legislación islámica, como puede verse en los dos primeros casos: el del mercader Juan y el del sacerdote Perfecto. Es verdad que entre los cristianos se despierta el anhelo martirial como camino de condena de la doctrina musulmana tanto como por un profundo sentido espiritual de romper las ataduras del cuerpo para gozar con plena seguridad de Dios. Eulogio se esfuerza por contenerlos. "Para ser mártir, decía, es necesaria una vocación, como para ser monje. Esa gracia sólo a algunos se concede, a aquellos que fueron escogidos desde le principio". Los mozárabes se dividen en dos grupos, los que censuran aquel movimiento y los que consideran y veneran a las víctimas como verdaderos mártires. Eulogio está entre estos últimos. A causa de esta defensa padece prisión junto con el obispo Saulo. En la cárcel desde el comienzo del otoño, escribe parte del Memorial de los Santos , una larga carta al obispo de Pamplona en 15 de noviembre, y el Documento martirial , dedicado a las santas Flora y María, también en prisión como él. El 29 de noviembre de 851 Eulogio es liberado de la cárcel.

Abderrahmán II cree que un concilio podría acabar con el problema. El encargado de dirigirlo es el recaudador de las contribuciones de los cristianos, llamado Gómez, "cristiano sólo de nombre", dice Eulogio, que da a conocer a los prelados las órdenes de su señor. Todas las miradas se vuelven contra Eulogio, presente en la asamblea, haciéndolo responsable de tantas muertes. El concilio dicta un decreto que no agrada a nadie. Se puede rendir culto a los mártires que habían sufrido hasta entonces (verano de 852), pero queda prohibido presentarse en adelante a sufrir una muerte sagrada.

Con la sucesión en el trono omeya de Muhammad I en septiembre de 852 se endurecen las medidas contra los cristianos. Los defensores de los mártires, Saulo y Álvaro, son objeto de una persecución especial. Eulogio, vigilado siempre, se ve obligado a cambiar constantemente de morada, viviendo en una zozobra continua. Los ataques de Eulogio al islamismo y a su fundador son tan fuertes que extraña cómo le respetan tanto tiempo las autoridades musulmanas. Al fin, es detenido a principios de 859 por haber ayudado a ocultarse a una joven llamada Leocricia, hija de padres musulmanes, que había sido convertida por la monja Liliosa. Leocricia y Eulogio son llevados ante el juez. El prestigio personal de Eulogio y su dignidad de obispo electo de Toledo hacen que el juicio se desarrolle ante el emir, el cual tiene que oír de sus labios una defensa ardiente del cristianismo. Se intenta conseguir de él aunque fuese un simulacro de retractación: "Pronuncia una sola palabra y después sigue la religión que te plazca", le dice uno de los que rodean al emir, pero él sigue disertando acerca de las promesas del Evangelio. En vista de esto es condenado a decapitación. "Este "dice Álvaro" fue el combate hermosísimo del doctor Eulogio, éste su glorioso fin, éste su tránsito admirable. Eran las tres de la tarde de un sábado, 11 de marzo de 859". Su cuerpo es sepultado en la basílica de San Zoilo.

En diciembre de 883, Alfonso III el Magno obtiene del emir Muhammad I sus reliquias y las de Santa Leocricia. El encargado de la petición y del traslado es el presbítero toledano Dulcidio. Colocadas en la capilla de Santa Leocadia de la catedral de Oviedo en enero de 884, son trasladadas a la Cámara Santa en 1303, y allí se veneran.

 
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