f. Aunque la actividad de prestamista y de guarda de fondos existe desde antiguo, es en la Edad Moderna cuando la misma experimenta un crecimiento inusitado como consecuencia de varios fenómenos simultáneos: el incremento de los medios de pago a raíz del descubrimiento de América, el proceso de monetización creciente que experimenta la economía, el desarrollo de las ferias y las nuevas exigencias de los Estados Nacionales, que se ven obligados a recurrir al crédito para financiar sus ambiciosos fines. Los Estados estimulan la actividad prestamista con la promesa de pagar crecidos intereses o consienten en otorgar a determinados banqueros derechos, privilegios y monopolios, que incrementen su confianza y sus recursos.
Las actividades que entonces desarrollan estos primeros banqueros son las de cambio de monedas de todas clases y países, el depósito de fondos, el descubierto con aval en cuenta corriente, los préstamos a través de pagarés, las transferencias, la aceptación y el recambio de letras y los censos constituidos sobre fincas agrarias o urbanas; esto, al margen naturalmente de las operaciones por cuenta del propio banquero, vinculadas a operaciones con ultramar, el flete de barcos y las especulaciones de diverso tipo. En los banqueros de cierta importancia, las operaciones con la Corona ocupan un lugar muy importante y ésta otorga a aquellos licencias para actuar con carácter de monopolio en algunas ciudades.
Los banqueros privados mantienen un papel de primera magnitud en el sistema económico español, que no decae, sino al contrario, con la llegada de la Edad Contemporánea. Las entidades bancarias constituidas entonces como sociedades son escasas y débiles y están irregularmente repartidas, siendo otros intermediarios financieros "los banqueros privados" quienes siguen ejerciendo el negocio de la intermediación del dinero en la España del XIX.
En Andalucía no sucede algo distinto, con el agravante de que aquí los bancos y las sociedades de crédito constituidas son más débiles y funcionan casi peor que en el resto del país, así que el necesario negocio de la intermediación financiera es ejercido también por una serie de personajes, tan reales como desconocidos, clasificados algunas veces como comerciantes capitalistas en virtud de la calificación fiscal a la que están sometidos, o más genéricamente, banqueros.
La historia de todos ellos es muy similar: comienzan la actividad bancaria vinculada a alguna profesión mercantil y la ejercen de forma estrictamente personal; más adelante, en una segunda generación se convierten en sociedades regulares colectivas y la banca desplaza otras actividades mercantiles y una tercera o cuarta generación convierte la empresa en sociedad anónima y termina vendiendo el negocio bancario a algún gran banco nacional, que, ante las dificultades de expansión y de acceso a la profesión bancaria existentes durante mucho tiempo, aprovecha esta situación para establecerse en la localidad, sobre la base de un prestigio y de una clientela consolidada.
Primeras entidades andaluzas. En Andalucía se identifican diversos banqueros que actúan en Cádiz, Sevilla, Málaga, Almería o Jaén, pero tan solo dos de ellos se hallan entre los más completamente estudiados de todo el país, donde los trabajos sobre banqueros son extraordinariamente escasos, debido a una determinada orientación historiográfica y a notables problemas documentales. Es el caso de la Banca Rodríguez-Acosta de Granada, que funciona entre 1830 y 1946 "año en que se fusiona con el Banco Central y que es estudiada por Manuel Titos", y el de la banca cordobesa de Pedro López, que lo hace entre 1854 y 1956, adquirida por el Banco de Bilbao y objeto de estudio de Maria José Álvarez Arza. Como pone de manifiesto Pedro Tedde, algunos de estos banqueros manejan más recursos que determinadas sociedades anónimas bancarias consideradas sólidas.
Lógicamente, la historiografía económica detecta también la existencia de varias instituciones financieras en Andalucía, constituidas como sociedades, desde finales del siglo XVIII. Entre ellas se encuentran, en primer lugar, los bancos de emisión, de los que cabe citar los siguientes: Banco de San Carlos en Cádiz (1783-1802); Banco Español de Cádiz, fundado como sucursal del Banco de Isabel II, pero que se convierte en sociedad autónoma a partir de 1847, cuando su casa matriz se fusiona con el Banco de San Fernando (1846-1870); Banco de Málaga (1856-1874); Banco de Sevilla (1857-1874) y Banco de Jerez de la Frontera (1860-1874).
Las Sociedades de Crédito también tienen una presencia importante, aunque fugaz. En su estudio habría que contar con: Crédito Comercial de Cádiz (1860-1866), Compañía Gaditana de Crédito (1861-1877), Crédito Comercial de Jerez (1862-1866) y Crédito Comercial de Sevilla (1862-1868) y Crédito Comercial y Agrícola de Córdoba (1864-1867).
Todas las sociedades citadas, excepto la primera, surgen como consecuencia de la legislación bancaria del bienio progresista (1854-56) y su liquidación está en buena medida concentrada en torno a dos fechas: 1866, con la importante crisis financiera de aquel año, y 1874, con la promulgación del Decreto Echegaray, de 19 de marzo, en el que, tras la concesión al Banco de España del privilegio de emisión, prácticamente se obliga a los bancos de emisión a fusionarse con el Banco de España, convirtiéndose en sucursales de éste último en sus respectivas ciudades.
La liquidación de la totalidad de los bancos de emisión y de sociedades de crédito andaluzas entre las dos fechas citadas crea un vacío institucional autóctono durante largo tiempo, ya que hasta 1900, en que se crea el Banco de Andalucía, la región no vuelve a contar con una sociedad bancaria propia y aun entonces durante breve tiempo, no volviendo a aparecer sociedades bancarias andaluzas sino hasta mucho tiempo después de la Guerra Civil.
Sucursales. Hay que hacer también en esta etapa una breve referencia a lo que podríamos llamar banca foránea, es decir, las entidades de carácter público, semipúblico o privado que teniendo su sede central en Madrid, establecen en Andalucía sus sucursales con el objetivo de captar recursos, realizar inversiones o garantizar la circulación monetaria.
En primer lugar, hay que citar a la Caja General de Depósitos, creada en 1853 y que funciona hasta 1868 como un gran auxiliar de la deuda pública, que acapara sus activos y que crea sucursales en todas las provincias andaluzas. En segundo lugar, hay que referirse a la Sociedad General Española de Descuentos, promovida por la Compañía General de Crédito en España, que abre Cajas de Descuentos en Granada, Sevilla y Málaga que operan entre 1859 y 1866.
El Banco Hipotecario de España también actúa desde su fundación en 1873 en todas las provincias andaluzas, si bien su actividad exclusiva es la concesión de préstamos hipotecarios, casi siempre al sector agrario, a través de agentes bancarios, hasta que muy recientemente inicia la apertura de sucursales propias en todas las capitales y algunos pueblos importantes de Andalucía.
Particular atención merece en este análisis la actuación de una entidad como el Banco de España, fundado en 1829 como Banco de San Fernando, convertido en 1856 en Banco de España y a quien en 1874 se le concede el privilegio exclusivo de emisión de billetes. El decreto de concesión posibilita la fusión con el Banco de España de aquellos bancos locales que lo desearan, estableciendo en estas plazas sucursales del mismo. El Banco se ve forzado, por consiguiente, a iniciar su expansión hacia las localidades donde antes había bancos de emisión. Esto es lo que sucede con todos los bancos de emisión de Andalucía. En 1874 el Banco de España abre sucursales en Málaga y Cádiz; en 1875 lo hace en Sevilla y Jerez; en 1879, en Granada y Córdoba; y en 1884, en Almería, Huelva y Jaén. Posteriormente, completaría su red provincial con cuatro sucursales en pueblos: en 1892 en Linares, en 1902 en Algeciras y en 1929 en Cabra y Antequera.
La necesidad de garantizar la circulación de sus billetes, ya exclusivos, provoca que, en general, el Banco aportara a Andalucía más dinero del que en ella recaudaba vía depósitos y que, a pesar de su importante volumen de operatoria, no compitiera con los banqueros locales, cuyos más fuertes representantes formaban parte de los accionistas del Banco y de sus consejos de administración locales. Su tamaño conjunto es mucho mayor que el de las entidades anteriores, pero no olvidemos que dicho tamaño es la acumulación agregada de las diez sucursales que el Banco llega a tener en Andalucía; aisladamente, cada una de ellas no alcanzaba el tamaño que tienen los bancos o los banqueros locales.
La cifra más alta de depósitos administrada por las sucursales andaluzas del Banco de España se alcanza en 1940 con 464 millones de pesetas (12% del total del Banco), prácticamente la misma cantidad y el mismo porcentaje que existían cuando en 1962 se produce la nacionalización del Banco de España. La más fuerte de las sucursales andaluzas es la de Sevilla, seguida de Málaga y de Granada, Cádiz y Córdoba con un peso muy similar.
En 1978 el Banco de España cierra sus sucursales en Linares, Antequera y Cabra, y en 1981 lo hacen las de Algeciras y Jerez, con lo que queda limitada su presencia a las ocho capitales de provincia. A partir de 2004 se procede a una nueva reducción, motivada por la disminución de funciones que experimentan los bancos centrales dentro de la nueva organización económica de Europa.
El sistema bancario en Andalucía. En el siglo XX, en la mayor parte de las capitales andaluzas, sigue operando algún banquero de cierta importancia que remonta sus orígenes al siglo anterior "Rodríguez-Acosta en Granada, Pedro López en Córdoba, Aramburu Hermanos, Díez Vergara en Jerez, Leopoldo Villén en Rute o Dionisio Puche en Baeza" u otros que han ido surgiendo al amparo de una coyuntura favorable en las capitales de provincia "Francisco López en Málaga, Mariano Borrero y la viuda de Matías Valdecantos en Sevilla, Antonio Ridruejo en Cádiz, Hijos de Vázquez López en Huelva" y en algunos pueblos importantes "Miñón Hermanos en Andújar, Bernabé y Antonio Padilla en Rute, Giménez y Cía. en Fernán Núñez, Protectora Montoreña en Montoro, José María Onieva en Baena", en los que tienen su origen los Bancos de Jerez (1947), Málaga (1948), Andalucía (1960), Meridional (1963), Sevilla (1964) y Córdoba (1971).
Simultáneamente, surgen algunas nuevas entidades financieras con sede social en Andalucía bajo la forma de sociedades, como es el caso del primer Banco de Andalucía (1900-1907), el segundo (1929-1935), el Banco Forestal de Siles (Jaén), después Banco Industrial del Sur (1947-1969) o los Bancos de Granada (1964-1996) y Huelva (1965-1984).
El mayor número de banqueros y sociedades bancarias con sede social en Andalucía se registra entre 1929 y 1951, años en los que el promedio es de 12 bancos con un máximo de 19 que se alcanza en 1932. Desde entonces y a través de un lento proceso de liquidaciones, traslados de sede social fuera de Andalucía, fusiones y absorciones, el número de entidades propias desciende, de manera que en 1960 son siete, en 1980 son cinco, en 1990 solamente cuatro y desde 1996 queda una sola entidad regional en funcionamiento, el Banco de Andalucía, si bien dentro de un grupo financiero mayor que es el del Banco Popular. A comienzos del siglo XXI puede decirse que no existe ningún grupo bancario de carácter regional andaluz.
La mayor parte del negocio bancario va siendo absorbido poco a poco por las sucursales de la banca privada nacional, que comienza a operar en todo el Estado y que en Andalucía hacen pronto su aparición.
En 1907 se instala en Sevilla el Banco de Cartagena, a raíz de su adquisición del Banco de Andalucía; en 1909 abre sucursal en Cádiz y al año siguiente en Huelva, manteniendo su presencia en la región hasta 1920. En 1913 el Banco Hispano Americano abre sucursales en Granada, Málaga y Sevilla, con carácter de tanteo, que completa en 1922 con ocho sucursales más y en 1928 con otras ocho. También en 1913 el Banco Español de Crédito abre sucursales en Córdoba, Linares, Almería, Úbeda y La Carolina; en 1918 tenía diez sucursales y en 1920 "28 años después" totaliza 70 sucursales, convirtiéndose en la primera institución bancaria en Andalucía. En 1922 abre sus primeras cuatro sucursales el Banco Central, que en 1928 convierte ya en siete.
En conclusión, en 1928 había en Andalucía 121 sucursales de bancos nacionales, de las que setenta correspondían al Banco Español de Crédito, 19 al Hispano Americano, 11 al de España, siete al Central, otras siete al Internacional de Industria y Comercio, dos al Banco de Bilbao y cinco más a otras diversas instituciones bancarias. En vísperas de la Guerra Civil, en 1936, el número de sucursales en Andalucía era de 237, equivalentes al 12,53% de las oficinas bancarias existentes en todo el territorio nacional, distribuidas de la siguiente forma: 15 en Almería, 32 en Cádiz, 52 en Córdoba, 13 en Granada, 17 en Huelva, 44 en Jaén, 18 en Málaga y 46 en Sevilla.
Respecto a la actuación a nivel regional del conjunto de la banca privada, la información disponible es sumamente escasa. Los bancos, nacionales o no, publican su información contable agregada y el Banco de España no comienza a hacer públicos los datos provinciales de depósitos de la banca hasta 1969 y de créditos hasta 1988.
El número de sucursales de la banca privada representa en Andalucía entre el 11 y el 13% del total nacional; el saldo de depósitos se mantiene de manera muy permanente entre el 8 y el 9% del total y el de créditos entre el 9 y el 11%, cantidades todas ellas muy por debajo de lo que a la Comunidad Autónoma andaluza le correspondería tanto por superficie como por población. En las tres magnitudes, la provincia que ocupa el primer lugar es Sevilla, seguida de Málaga, Cádiz, Granada, Córdoba, Jaén, Almería y Huelva.
Finalmente, en los últimos quince años del siglo XX el volumen de créditos formalizado por la banca privada en Andalucía es muy superior al de depósitos, lo que obliga, al menos para épocas recientes, a poner en revisión la tradicional acusación de drenaje de recursos regionales que se formula contra el sistema bancario.[ Manuel Titos Martínez ].
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