(hacia 180-139 a.c.). Héroe hispano que lucha contra Roma en la Península Ibérica de 147 a 139 a.C. Su historia la conocemos gracias a Apiano ( Iber. 60-75), que sigue esencialmente a Polibio, y a Diodoro de Sicilia (XXXIII), cuya fuente es Posidonio, pero se ha perdido el relato de Tito Livio, que debió ser trascendental para la biografía del personaje. Las fuentes clásicas indican el origen lusitano de Viriato, nacido en la parte occidental del territorio, cerca del Océano. A. Schulten lo hace originario de la Sierra de la Estrella (Portugal), sin embargo, otros autores modernos le otorgan otras procedencias, como la Bética * o Celtiberia, sin que existan pruebas concluyentes.
Viriato aparece en la historia durante las guerras lusitanas, concretamente, en las campañas contra C. Vetilio, cuando los lusitanos lo eligen como jefe. Es uno de los supervivientes de la matanza del pretor de la Hispania Ulterior * , S. Sulpicio Galba. La tradición histórica lo ha convertido sistemáticamente en un pastor de ganado, pero los trazos sobre su personalidad (sobriedad, energía, justicia en el reparto del botín, fidelidad a la palabra dada...) permiten considerarlo como un jefe militar indiscutible de los lusitanos y defensor de su libertad, y no un rudo pastor.
Jefe del ejército lusitano. Pronto se convierte en el verdadero protagonista de las guerras entre lusitanos y romanos y comienza a gestarse su leyenda. En 147, al frente de unos 10.000 lusitanos penetra en Turdetania por el Valle del Guadalquivir * , pero es cercado junto a Osuna por las tropas de Vetilio, que había llegado hacía poco a la Ulterior con un nuevo ejército. Vetilio entabla negociaciones con los lusitanos, a los que les ofrece tierras de cultivo si se rinden y entregan las armas. Es entonces cuando se impone la personalidad de Viriato recordando a sus compatriotas que los romanos no cumplen nunca sus pactos, ni sus promesas, lo que motiva la suspensión de las negociaciones.
Viriato es elegido jefe del ejército y elabora un plan estratégico que tendrá éxito en torno a la localidad de Tríbola, donde Viriato y los suyos se reúnen. Reorganiza sus tropas y prepara la emboscada definitiva contra Vetilio. Dispone sus tropas en un desfiladero de la Serranía de Ronda, en el valle del río Barbesula (Guadiaro), única comunicación posible desde el Valle del Guadalquivir con Carteia * . Allí, situándose de nuevo a la vista de Vetilio, y usando la táctica alternativa de ataque y retirada, conduce a Vetilio a una trampa mortal. El desastre romano es total; en la emboscada mueren más de 4.000 soldados romanos, entre ellos su propio general, a quien un soldado lusitano atraviesa con su lanza, sin saber siquiera a quien había matado, pero al que denomina ?viejo gordo e inútil?; el resto, unos 6.000 soldados, se refugian en Carteia. También es aniquilado otro ejército, a cuyo frente va C. Plaucio, sucesor de Vetillo; igual suerte corren los pretores de Hispania Citerior, C. Unimano y C. Nigidio, a los que Viriato derrota y arrebata sus estandartes colocándolos en las montañas como trofeos de guerra.
La muerte de Vetilio y las derrotas de Plaucio, Unimano y Nigidio provocan la dispersión del ejército romano y permiten a Viriato recorrer toda la Bética y parte de la Carpetania sin oposición. Viriato, utilizando la táctica militar conocida como ?guerra de guerrillas?, se convierte en el ?terror? de Roma y es ?dueño y señor de la provincia Hispania Ulterior?, lo que le permite dominar y saquear con sus tropas las tierras de la Beturia y todo el fértil Valle del Guadalquivir * .
A partir de 145, Roma envía a la Ulterior al cónsul Q. Fabio Máximo Emiliano con un ejército reducido e inexperto. Fabio Máximo empieza por atraerse a las poblaciones autóctonas del sur de Hispania que sufren los ataques lusitanos, sobre todo, a Gadir * (Cádiz), donde realiza sacrificios en el templo de Hércules-Melkart * . El primer año se encierra en Urso * (Osuna) para preparar a sus soldados y al año siguiente se decide a luchar en campo abierto. Derrota a Viriato y lo expulsa de Tucci * (Martos), obligándole a refugiarse en Baikor (Bailén). Luego traslada sus campamentos a Córdoba * , donde pasa el invierno. Tras su marcha a Roma, Viriato se apodera nuevamente de Tucci y derrota a las tropas romanas con la ayuda de las tribus celtíberas de arévacos, bellos y titos. De nuevo las incursiones lusitanas se extienden por las regiones de la Bética y Bastetania * . Esta situación preocupa profundamente al Senado y al pueblo romano que, en 142-141, envía a la Ulterior a Q. Fabio Máximo Serviliano, con el imperium proconsular. Comienza liberando algunas ciudades del sur de Hispania y castiga duramente a las ciudades béticas que habían defeccionado; luego avanza hacia Lusitania, pero es sorprendido y derrotado por Curio y Apuleyo, desertores romanos. Al año siguiente, conquista varias ciudades partidarias del lusitano, impidiéndole con ello su aprovisionamiento. Parece que el fin de Viriato está cerca cuando Serviliano consigue acorralarle junto a la ciudad de Erisana (tal vez, Azuaga, o Zalamea), pero, una vez más, una estratagema hace cambiar la situación y las tropas romanas quedan atrapadas en el desfiladero. Viriato alcanza un gran éxito sobre las tropas romanas, que huyen despavoridas. Pero Viriato, en vez de dar ?jaque mate? a los romanos, entabla negociaciones con Serviliano, firmando un tratado de paz. El ejército romano se retira y Viriato confirma todo el territorio que posee como independiente. Serviliano acepta todas las condiciones impuestas por Viriato. En adelante, romanos y lusitanos respetarían los límites y fronteras de ambos pueblos, que se establecen en los que ocupan en ese momento. Pero lo más sorprendente es que el tratado es ratificado por el Senado, que otorga a Viriato el título de amicus populi romani (?amigo del pueblo romano?), reconociéndole incluso como rey, aunque da la consigna a sus gobernadores para que se deshagan de él como sea, puesto que sus victorias no sólo humillan a Roma, sino que ponen en sus manos los ricos territorios de la Bética.
Traición y asesinato. En 139, Q. Servilio Cepión cambia de actitud y solicita autorización del Senado para promover algunas acciones contra Viriato, luego se manifiesta en contra del tratado, presentándolo ante el Senado como contrario al honor de Roma y, finalmente, inicia las hostilidades. Viriato se acoge al tratado, pero el Senado anula el tratado de paz y da a Cepión la posibilidad de retomar abiertamente la guerra. Viriato se ve obligado a evacuar algunas ciudades de la Beturia, como Arsa/Erisana, y se retira hacia la Carpetania, hasta donde lo sigue Cepión. Cuando Cepión lo tiene cercado, Viriato, empleando nuevamente su exitosa táctica militar, consigue escaparse. Viriato podría resistir aún durante algún tiempo en las montañas lusitanas, pero los lusitanos están cansados de guerra y exigen la paz. Por eso de nuevo se inician negociaciones entre Viriato y el cónsul romano, Popilio Lenas. Los romanos exigen la entrega de todos los desertores y de los rebeldes más destacados, a los que cortan las manos, y la entrega de las armas, lo que supone la mayor afrenta que se le puede hacer al pueblo lusitano. Tales exigencias hacen que Viriato rompa las negociaciones y se retira nuevamente a sus montañas. Aunque pronto se retoman nuevamente; Viriato envía al campamento de Cepión a tres de sus lugartenientes, Audax, Ditalcos y Minuros (o Nicorontes), naturales de Urso (Osuna). Cepión les hace renegar y les convence para que asesinen a Viriato, prometiéndoles ventajas personales y ofreciéndoles ricos presentes y tierras para vivir en paz. Los enviados vuelven al campamento de Viriato y lo asesinan mientras descansa en su tienda. Según la tradición, Viriato apenas duerme y siempre se acuesta con su armadura, por lo que le apuñalan en el cuello, el único lugar vital que no está protegido.
En Roma su asesinato es considerado como una acción indigna. Los asesinos no reciben la paga prometida por Cepión. El Senado niega la confirmación del pacto y el triunfo a Cepión. La célebre frase ?Roma no paga traidores? es apócrifa; no es más que una invención posterior, pero recoge perfectamente el sentir de la versión tradicional, que sostiene que los romanos nunca habían aprobado que un jefe muriese a manos de sus propios soldados. Los lusitanos hacen a Viriato unas exequias singulares, casi divinas. El cadáver es quemado sobre una pira gigantesca y ofrecen a los dioses innumerables víctimas. Todo el ejército está presente en el entierro entonando cánticos de alabanza a su general y bailando alrededor del fuego. Una vez extinguido el fuego, se levanta un gigantesco túmulo y todos se sientan a su alrededor guardando un profundo silencio. Luego, ante sus cenizas, más de doscientas parejas de gladiadores combaten en su honor. La muerte de Viriato significa, prácticamente, el comienzo del final de la resistencia de los lusitanos a la expansión romana en Hispania Ulterior. Su sucesor, un tal Táutalos, carece de las cualidades de Viriato y pronto es derrotado por Cepión, que le obliga a capitular sin condiciones. [ Mauricio Pastor Muñoz ].
|