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CHAQUETA, ANTONIO EL |
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(la línea de la concepción, cádiz, 1918-madrid,
1980).
Cantaor. Nombre artístico de Antonio Fernández de
los Santos. Nace en una familia gitana de larga tradición flamenca, y en
los comienzos de su carrera utiliza el mismo sobrenombre que su padre, El
Mono. Por aquel tiempo, todavía reside junto a Gibraltar, alternando sus
actuaciones en Algeciras y La Línea, donde coincide con Rafael El Tuerto,
los Jarrito y Antonio Sánchez Pecino "el padre de los Lucía", con salidas
a Málaga, Jerez y Sevilla. En esta última ciudad, reside varios años,
compartiendo los círculos flamencos con artistas de la talla de Chano
Lobato. En vida, apenas es conocido fuera de los ambientes jondos, aunque
su leyenda crece tras su muerte. A comienzos de los cincuenta, graba para
la casa Columbia y disfruta de cierto éxito, pero efímero, interpretando
cuplés y boleros en clave flamenca. En 1955, su voz aparece registrada en
la célebre
Antología del cante flamenco
que edita Hispavox y que merece el Grand Prix de
l"Academie du Disque Français. En dichos microsurcos, incorpora una nueva
versión del cante por romeras, que entonces estaba casi olvidado. Actúa
con frecuencia en la sala Villa Rosa de Madrid y despierta admiración en
jóvenes cantaores, como Camarón de la Isla, quien siempre dijo que no hay
un cantaor más largo que él. Colabora con Antonio del Amo en la
preparación de sus tres películas con Joselito:
El pequeño ruiseñor
(1956), en el que interpreta el papel del Calandria,
un guitarrista gitano,
Escucha mi canción
(1958) y
El pequeño coronel
(1959). En 1958 regresa al Campo de Gibraltar,
estableciendo su domicilio en Algeciras y actuando en la Costa del Sol y
en Ceuta, al tiempo que regresa ocasionalmente a Madrid. Antonio El
Chaqueta, a pesar de sus escasas grabaciones, mantiene estilos casi
olvidados y su saber flamenco era enciclopédico. El 15 de mayo de 1980,
fallece en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, donde había sido
ingresado un día antes. En el momento de su muerte, contaba con 62 años
de edad: "Para el buen aficionado es penoso, además de injusto, ver cómo
un gran artista se apaga en el silencio y el olvido", escribe Ramón
Soler.
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