Capital de 134.989 h. (2003) en un término municipal de sólo 10.7 km 2 , a cuatro metros sobre el nivel del Atlántico y a 149 km. de Sevilla.
Situación y emplazamiento. Se asienta sobre una antigua isla de materiales del Plio-Pleistoceno formados por arenas y calizas areniscosas y ostioneras (con conchas) que aparecen en algunos edificios de la ciudad (por ejemplo, en la Facultad de Filosofía y Letras, antes cuartel). Emergía, al igual que la Isla de León (San Fernando), en una extensa bahía (hasta la actual Chiclana por el sur) aterrada en parte por los arrastres de los ríos (Guadalete e Iro, principalmente) y las corrientes (perfectamente estudiadas por J.M.Barragán, al igual que todo lo concerniente a este ámbito), si bien aún hoy constituyen zonas anfibias de esteros, caños, marismas y salinas. Y, apoyado en islotes más pequeños alineados, se va formando un tómbolo o unión de barra de arena con la Isla de León, que a su vez se junta a tierra firme.
Pero esta unión es relativamente reciente en la historia. Así, Estrabón (siglo I) decía que "después de Belon viene Gades, isla separada de la Turdetania (la Bética, precedente territorial de Andalucía) por un estrecho brazo de mar". Aun Madoz, a mediados del XIX, constata que el istmo "es tan estrecho por algunas partes, que apenas tendrá un tiro de honda". Y en textos de los años setenta del pasado siglo se sitúa a Cádiz en el extremo noroeste de la Isla de León. En medio, mucha información cartográfica e histórica. Tales procesos de relleno explican la existencia de bajos fondos, salvo en el Canal principal (hasta 11 metros), que aunque requieren mantenimiento y profundización artificial (Barragán Muñoz), señalan un camino de entrada bien defendido (castillos de San Sebastián, Santa Catalina y Candelaria) hasta el muelle resguardado en la bahía.
Este emplazamiento explica gran parte de la historia y condiciona el plano urbano, pero es la situación (o localización desde escala más amplia) la que justifica más el pasado. Se trata de una ubicación estratégica y en una bahía abrigada, cerca del Estrecho y del Norte de África, de cara al Atlántico y al final del Mediterráneo; punto de referencia y escala de rutas marítimas con África, América y el antiguo Mare Nostrum. Algo percibido, apreciado y repetido por estudiosos y viajeros, que también reparan en el viento de Levante ("que produce algunas veces el furor y el delirio", según Peyron, siglo XVIII) y en la fuerte insolación (3.200 horas anuales, la mayor de Europa), que la convierte, en palabras de Silio Itálico, en Solis cubilia Gades (Cádiz, aposento del Sol). Tampoco pasa desapercibida la suavidad de su clima mediterráneo-oceánico, con temperatura media del mes más cálido, septiembre, de 25ºC (tres menos que en el Valle del Guadalquivir) y 12ºC la del más frío (enero), sólo unas décimas menos que en la Costa subtropical granadina.
Fenicios, cartagineses y romanos. No se descubre nada al afirmar que el pasado y la actualidad de Cádiz están estrechamente ligados a esas condiciones favorables de situación y emplazamiento, que explican el deseo de su posesión en diversas contiendas y, sobre todo, su ventaja comparativa en el comercio. Incluso origina mitos y leyendas, como las hazañas de Hércules o el continente hundido de Platón (la Atlántida), así como extraños planteamientos de orígenes muy antiguos; innecesarios, porque la fecha de su fundación como colonia fenicia en el año 1100 a.C. por comerciantes llegados de Tiro (actual costa del Líbano, con origen también en una isla), colocan a la trimilenaria Gadir (¿recinto o lugar defendido") como la ciudad más antigua de Occidente, aunque, como se ve, con origen oriental.
Mucho tiene que ver la existencia del antiguo y rico Tartessos, productor de minerales (Riotinto, sobre todo), en un época en que los metales suponían uno de los principales recursos y sus técnicas, la innovación y el desarrollo. El activo comercio de la isla y la difusión de culturas y religiones dejan su huella en numerosas piezas arqueológicas. A los fenicios suceden sus parientes cartagineses, que prosiguen con el comercio y desarrollan las industrias del salazón o garum y las de púrpura. Entonces Gádir provee de barcos y avezados marineros para expediciones a África y se convierte en el centro cartaginés de operaciones (de esta época, siglo IV a.C., es el famoso sarcófago antropoide) hasta que, victoriosos los ejércitos de Escipión, firma en el 206 a.C. un tratado bilateral con Roma, que reconoce la superioridad de ésta a nivel internacional, pero mantiene su propia administración y comercio. Según Cicerón, el acuerdo se ratifica en el año 78 a.C. cuando aún perviven las características semitas anteriores (lengua, religión, justicia, moneda").
Pero, como ocurre en todo el territorio andaluz a lo largo de la historia, Cádiz se acomoda pronto a la nueva situación y la romanización avanza en todos los órdenes de la vida al final de la República, en lo que influye la poderosa familia gaditana de los Balbos y la estancia de César como propretor, que otorga en el año 49 a.C. la ciudadanía romana a Gades. En la época de Augusto es una poderosa urbe, cabecera de uno de los cuatro conventos jurídicos (o divisiones administrativas) de la Bética (los otros tenían por capital a Córdoba, Sevilla y Écija), que abarca casi toda la actual provincia gaditana y la costa andaluza hasta Almería. El comercio conoce gran auge, había una población mercantil adinerada, se instalan o desarrollan astilleros para la construcción de barcos y, algo que es también una constante en esta ciudad, una sociedad de origen múltiple y a la vez de raíces (ya eran conocidas y apreciadas en la metrópoli las bailaoras gaditanas), destacando figuras como la del escritor Columella y algunos senadores muy influyentes en la vida política romana. En estudios sobre inscripciones funerarias se encuentran apellidos de notables familias romanas, pero también nombres autóctonos, griegos, africanos y fenicios.
La Edad Media: musulmanes y cristianos. Antes de la invasión de los llamados bárbaros (godos, vándalos") Gades había decaído, probablemente por nuevas orientaciones comerciales y de navegación. Así lo refleja Avieno en su Ora Marítima, siglo IV, si bien se mantenía la fama del templo de Hércules.
La islamización de la antigua Bética y la instauración de al-Ándalus supone para Al Yazira Cadis ( Yazira , Jezira , Gecira u otras grafías similares, significa precisamente isla) un nuevo ciclo oriental, como el de su propio origen. No se sabe mucho de la época musulmana, quizás por la crisis tardo romana y el mayor desarrollo de otros puertos, como Algeciras o Málaga. Pertenece a la cora o provincia califal de Sidona (o Jerez, según otros), que comprende del Guadalquivir al Barbate en una rica campiña agraria centrada por el Guadilaca (Guadalete) y ciudades como Arcus, Saluca de Bar al Mada, Bornos, Ulvira, además de las dos citadas y la misma Cádiz. Después integra la Taifa o reino con capital en Arcos hasta que es anexionada por el potente reino sevillano de al-Mutadid.
En 1234 es destruida por las tropas castellanas, pero su conquista por Alfonso X tiene lugar en 1262 y la ciudad tiene que ser reconstruida, asentándose en ella unos pocos pobladores (300) del norte peninsular, sobre todo de las montañas santanderinas, quedando parte de la población autóctona. En noviembre de 1408 el rey Juan II da la isla y ciudad de Cádiz a don Juan Sánchez de Suazo por pago de servicios prestados, pero el Concejo se opone a la donación que, tras reñida causa, es revocada, aunque en 1411 Suazo consigue la confirmación con facultad de crear mayorazgo. Pero no es la única vez que Cádiz se convierte en moneda de cambio entre reyes y nobles. Rodrigo Ponce de León, conde de Arcos, bajo pretexto de conservarla a Enrique IV contra los parciales de don Alonso, la consigue para sí con el apoyo de su suegro don Juan Pacheco en 1470, hasta que en 1492 pasa a la corona dándose la isla de León a la casa de Arcos.
El Descubrimiento. La historia moderna de Cádiz comienza tras el descubrimiento de América cuando alcanza su auge comercial y marítimo. El mismo Cristóbal Colón la elige como punto de partida de algunos viajes. En el año 1509 una cédula real permitía el derecho (que antes sólo tenía Sevilla) de registrar las naves de Indias y, más tarde, el de desembarcar productos de las Antillas. A lo largo del XVI hay intentos y desembarcos en Cádiz de distinta naturaleza: el corsario Barbarroja, el rey Salarraez de Argel, bergantines de Larache y Tetuán, don Sebastián de Portugal, el almirante Drake, el conde de Essex, que toma la ciudad para Inglaterra en 1596, y algunos más.
En 1672 el viajero francés A. Jouvin repara en la situación estratégica de la ciudad y en su defensa natural y amurallada, destacando las casas "bien construidas", la riqueza que genera el comercio con América y la numerosa población, si bien también señala una gran cantidad de esclavos, así como la falta de agua potable, otra constante en la historia gaditana. En 1678 y 1685, según estudia Barragán Muñoz, hay proyectos del Cabildo para construir un muelle, siendo "estos documentos históricos piezas clave de gestación de la idea de construir un puerto sólido y capaz"
El esplendor del siglo XVIII. La competencia con Sevilla desaparece cuando, sobre todo por dificultades de calado en el Guadalquivir, la Casa de Contratación es traspasada a Cádiz en 1720, siendo el XVIII (especialmente hasta 1778 en que se acaba el monopolio, abriéndose el comercio con América a los demás puertos) el gran siglo gaditano. De esplendor comercial, económico, demográfico, arquitectónico y también militar ("las dos funciones que siempre le han acompañado" según Barragán), ya que era el arsenal más importante de la monarquía.
Comienza el siglo con la Guerra de Sucesión, cuando, según Madoz, en agosto de 1702, Cádiz solo contaba para su defensa ante la armada inglesa con 300 hombres, pero Sevilla y la nobleza de Andalucía acuden en su socorro. Y "el Estrecho estaba cerrado por los barcos ingleses y holandeses" porque se habían consagrado (las tropas de Felipe V) a la conquista de Cataluña, que les parecía más importante que la de Andalucía" (Juan Bautista Labat, 1706).
Este visitante francés repara en las casas, con almacenes debajo y oficinas arriba, de distintas alturas y un sistema de aperturas y recibimientos llenos de precauciones por seguridad; explica el comercio por lo alto (es decir, por encima de las murallas sin pasar la aduana), el contrabando, el mercado de oro y dinero; y, aparte de otras curiosidades (uso de la capa o entierros con cara descubierta), alude a la protección y vigilancia de los pozos extramuros y las plantaciones de viñas en el centro.
Entre 1717 y 1738 las importaciones de América, según García Baquero, se componían principalmente de tabaco, cacao (70% entre ambos) y azúcar, quese reexportaban a otros puertos, sobre todo europeos.
En 1772 el francés Juan F. Peyron describe a Cádiz en su punto álgido: "toda la ciudad es comerciante ["] y las riquezas habían introducido allí mucho lujo. Cuéntase más de sesenta mil habitantes ["] y todas las naciones concurren", añadiendo actitudes y costumbres como el flamenco y las corridas de toros.
Más interesante son las estadísticas del movimiento portuario que ofrece algo después el Barón de Bourgoing (llegado en 1785), situadas en torno a la entrada anual de mil barcos. Y no parece que el fin del monopolio de 1778 afectara inmediatamente a la situación, infraestructuras e intereses de Cádiz, porque el valor de las exportaciones a las Indias en 1792 es nada menos que de 270 millones de reales, la importación de 700 y había "más de ciento diez navieros y unas ciento setenta casas comerciales, sin contar los comerciantes al por menor y los tendero". Y, según J. Townsend, en 1784 todavía el 83% de las exportaciones a América corresponden a Cádiz y el resto a Málaga, Sevilla (entre ambas el 7%) y otros puertos. Habla de 65.987 h. (71.000, según Ponce, citado por Barragán, a final de siglo, 30.000 más que en sus inicios), y describe características urbanas y algunas costumbres, como el juego de pelota, "las danzas especiales" y el ambiente festivo y cosmopolita.
Decadencia comercial del XIX. El final del XVIII marca la decadencia, uniéndose a la disminución de carga la incidencia de la fiebre amarilla de 1800, ciertos problemas de colmataciones en canales y los ataques de la armada británica, que siembra el horror al mando de Nelson entre 1797 y 1800, y cinco años después derrota a los buques francoespañoles en Trafalgar. No obstante, el carácter abierto, cosmopolita y liberal se va a notar en los comienzos del siglo XIX. Así, el 19 de marzo del año 1812, durante la Guerra de la Independencia, las Cortes Generales reunidas en esta ciudad promulgan la primera Constitución española, conocida como "La Pepa" y que, entre otras cosas, suprime el régimen de señoríos, la tortura y la Inquisición. En 1820 la sublevación de Riego en las Cabezas de San Juan contra el absolutismo de Fernando VII da lugar a la entrada del duque de Angulema con los llamados Cien Mil Hijos de San Luis, llegando hasta Cádiz (donde se habían refugiado las Cortes, desde Sevilla), que sufre un duro asedio hasta octubre de 1823, ocupando los franceses la plaza hasta 1828.
El comienzo de la independencia de las colonias americanas acaba de dar la puntilla al otrora emporio comercial y el Diccionario de Madoz, de 1850, ya refleja una situación muy distinta a la del siglo XVIII. En efecto, la población había descendido a 53.922 h. (con un "inmenso número de brazos, hoy parados, que anhelan trabajo"), y la ciudad no había cambiado mucho, destacándose las fortificaciones, el paseo del baluarte del recinto amurallado y la Alameda. Un conjunto de unas 4.000 casas, en trece barrios, con varias plazas y 260 calles en las que se distinguen las de San Rafael, Nueva y Ancha.
Al carecer de término, todos los productos venían de fuera (de la provincia, Sevilla y Huelva) y continuaba el problema del agua, traída desde el Puerto de Santa María, además de los aljibes de las casas. Sin embargo, la industria y las artes "van tomando un vuelo bastante rápido", muebles de calidad, joyas y alhajas, sombreros, guantes ("que surten a Londres y otros puntos"), cantería, tejidos, sobre todo de algodón, con más de 500 telares y otras fabricaciones. "Todas las artes e industria tienen vida" aquí, dado que "su comercio, rico y opulento en otra época, ha quedado reducido casi al de cabotaje", aunque "goza comodidades y vive con lujo y boato en el exterior". Se ve en Cádiz "dos poblaciones distintas, una la comercial e industrial, otra la puramente doméstica; la primera habita los bajos de las casas, la segunda lo alto, y así hasta cierta hora de la noche están casi todas las calles iluminadas como en una gran feria". Y después se cita para corroborar esa afirmación que hay nueve cafés, quince fondas, 513 tiendas de comestibles y vinos, aparte de platerías, boticas y una larga lista de oficios y trabajos, desde puestos de flores a tonelerías y, sobre todo, una gran cantidad de artesanos (200 zapateros, 92 carpinteros, sastres, abaceros").
Como señala Suárez Japón, la fundición existente y la construcción de una gran fábrica de tejidos, que se anuncia movida por vapor, indica una mecanización, que se une al progreso científico y cultural desde el XVIII. Esto es, podríamos decir que es el inicio de una verdadera revolución industrial, que no es la única de Andalucía, cuya desaparición, por cierto, no está aún suficientemente explicada.
La reconversión económica y del uso de las viviendas tras la crisis portuaria se corrobora observando las principales mercancías entradas desde el extranjero en 1843 y 1844, que hablan de materias primas para la industria: maquinarias, 1.500 herramientas, hojalata (40 toneladas), dos millones y medio de duelas para barriles, alambres, cueros al pelo (unas 800 toneladas), barras de acero, cables de cadena, clavos de hierro, cobre, hierro, latón, lunas y espejos, maderas (tablas, vigas y arboladuras), más de 2.000 paquetes de oro en panes, alhajas, tejidos, tierra para loza, vidrios ["]. El comercio, pues, "hace introducir las primeras materias para la elaboración, de las que se apoderan las artes y las ciencias" y los instrumentos para su aplicación" y también géneros para el consumo de la ciudad y para su distribución en la Península.
caracteriza según la historia que marca la impronta del XVIII. El acceso a la ciudad desde las dos entradas posibles (carretera de San Fernando y desembocadura del puente de Carranza) tiene lugar por la Cortadura, junto a la fortaleza de 1810 ("que corta el camino, de suerte que en pleamar no hay otro paso que el que ella permite", Madoz, 1850). La prolongación de la citada carretera, avenida central (Carranza, Andalucía") hacia Puerta Tierra, deja una estrecha franja urbanizada hasta la playa de la Victoria, abierta al Océano.
En cambio, a la derecha del ferrocarril hay una zona más amplia en parte ocupada al mar (da al interior de la Bahía y las corrientes acumulan sedimentos), que va desde lo que fue Zona Franca hasta las dársenas del puerto, considerablemente ampliado también con espacios ganados al agua; en medio, una zona residencial desde las más alejadas barriadas de Loreto y la Paz. Esta alargada ciudad (Cortadura-Puerta Tierra) es reciente (a mediados del XIX sólo había algunos almacenes y viviendas ) y comienza en realidad tras la explosión de 1947, presentando a principios del siglo XXI una ocupación total del suelo, masificada y sin espacios verdes, con escasas plazas y glorietas y algún pequeño jardín, el de Varela. Desde esta parte moderna, o de Puerta Tierra, la verdadera Cádiz está dentro de ese límite, entrada de la muralla y símbolo de la ciudad.
Aquí empieza la Tacita de Plata, antigua isla, que en el citado plano del XIX ya aparece ocupada, salvo el extremo noroeste, por el Parque Genovés, que hasta el castillo de Santa Catalina era una explanada de uso militar junto a los cuarteles, almacenes de la Maestranza, pabellón de Artillería, Hospital" Además de ese parque, hay otros espacios verdes, como la Alameda de Apodaca, el Paseo de Canalejas y algunas glorietas y plazas. Y, aunque existe una fuerte densidad, el carácter de isla pequeña (entre Puerta Tierra y Santa Bárbara hay 2 km. y 2.5 desde San Felipe a la Puerta de Santa Catalina) conlleva la cercanía del mar, al que se accede, por ejemplo, desde un punto céntrico como el Oratorio de San Felipe tras recorrer aproximadamente un kilómetro casi en cualquier dirección. Y con vistas al Océano puede rodearse la ciudad (salvo por el antiguo Parador), siguiendo los teóricos adarves de las murallas, que protegían a Cádiz por mar y tierra. Su derribo parcial comienza hacia la segunda década del siglo XX, destacando de sus torres la citada Puerta de Tierra, iniciada en 1639 y terminada ya en el XVIII, contando con otras como la del Mar "plaza de San Juan de Dios-Sevilla", San Carlos y Caleta.
La mencionada zona militar queda flanqueada por dos grandes Baluartes, el de la Candelaria (con usos hoy de actividades culturales), al norte, y el castillo de Santa Catalina (del siglo XVII, presidio militar), a occidente, mirando a mar abierto. Frente a éste se encuentra el castillo de San Sebastián (construido en la misma época, sobre un islote, a unos 700 m.), que con el anterior podía establecer un fuego cruzado ante la playa de la Caleta, famosa en las guías turísticas por sus atardeceres.
Sólo algunos barrios antiguos, el del Pópulo sobre todo, conserva huellas del plano andalusí. La mayor parte son calles rectas y largas, generalmente estrechas, algunas peatonales y cada vez más con fachadas rehabilitadas por actuaciones de la Junta de Andalucía. Pero hay otros problemas urbanísticos: densidad, falta de equipamientos, necesidad de planes conjuntos con núcleos de la Bahía y otras cuestiones que se abordarán en la parte económica. Ahora vamos a profundizar un poco más en el paisaje urbano y sus monumentos, la mayoría del siglo XVIII, coincidiendo con el momento de esplendor portuario.
Los hallazgos fenicios en Puerta Tierra, el Teatro romano (del que queda parte del escenario y el graderío) y el puerto frente a la actual plaza del Ayuntamiento señalan la parte más antigua con los barrios del Pópulo y Santa María. El primero (cuyo nombre es de clara raíz latina, el Pueblo) conserva arcos de la antigua muralla (Rosa, Pópulo y Blanco), pequeñas calles tortuosas, placitas, la antigua catedral (iglesia de Santa Cruz, gótica en origen) y el palacio del Almirante, de 1686, con fachada de mármol. Al lado, el barrio de Santa María, con la Iglesia del siglo XVI, reconstruida tras un incendio, la Cárcel Real (primer monumento neoclásico del prolífico arquitecto Torcuato Benjumeda), el convento de Santo Domingo, de estilo manierista, y numerosos palacios, como el de los Lasquetty.
Por la Cuesta de las Calesas y la plaza de Sevilla, dejando a la izquierda el Palacio de Congresos (antes fábrica de Tabacos y en los siglos XVII y XVIII alhóndiga o almacén de granos), se llega a la plaza de San Juan de Dios (donde radica el hospital barroco y el Ayuntamiento, edificio neoclásico-isabelino, con fachada terminada en 1861 de arcadas y columnas jónicas), de cierto aire antillano, abierta al puerto y casas de estilo colonial. Por la calle de la Pelota se llega a la plaza de la catedral, empezada en 1720 (cuando el crecimiento demográfico dejaba pequeña la antigua Seo) y acabada en 1853, por lo que se mezclan diferentes estilos, desde el barroco al neoclásico. Su gran cúpula de azulejos dorados destaca, junto con las dos torres, en el paisaje urbano y se divisa desde el mar (junto con fachadas multicolores), constituyendo un importante símbolo de la ciudad, a la vez que compone una plaza singular con potente fachada y escalinatas. En su interior llama la atención el altar mayor, el coro y obras de importantes artistas como Martínez Montañés, La Roldana y Arce. En su cripta se halla la tumba del famoso compositor gaditano Manuel de Falla. Y en las proximidades, el Museo de la Catedral alberga obras del siglo XVII y XVIII.
Desde esta parte antigua y de plano más irregular hay algunos ejes hacia el final occidental de la urbe, que empiezan por las calles Rosario, Sacramento y Compañía. Desde ésta se accede a la concurrida plaza de las Flores, donde está el Mercado central y, cerca, la Torre de Tavira (una de tantas vigías sobre las azoteas para otear la llegada de los barcos). En Sacramento puede visitarse el Museo Histórico municipal (con una valiosa maqueta de la ciudad, del siglo XVIII) y el Oratorio de San Felipe Neri (extraordinario ejemplo de barroco andaluz y sede de la Constitución de 1812), que conserva en su interior una Inmaculada de Murillo. Cerca de allí, el Hospital de Mujeres o del Carmen (también de estilo barroco, aunque de inspiración americana), en cuya capilla se encuentra una famosa obra de El Greco. Por la calle Sagasta, uno de los ejes más claros entre los dos mares, se alcanza la plaza de San Antonio, que cuenta con la Iglesia de fachada barroca, el Casino y algunos palacetes, como el de Aramburu, con formas eclécticas de finales del XIX, y el neogótico de Brunet.
De esa plaza sale la calle Ancha, peatonal, muy transitada, de importante comercio (como la paralela de Cervantes) y con numerosas casas palaciegas del XVIII y XIX, como la de los Mora, de estilo isabelino. Se prolonga por Novena y se cruza en la plaza del Palillero, con otra de similares características, la de Columela, que desemboca en Rosario, importante eje (Oratorio de la Santa Cueva, con tres lienzos de Goya) que acaba en la de San Francisco. Aquí se halla la Iglesia, con un buen retablo rococó y, al lado, el Museo de Cádiz, con piezas valiosas, entre ellas los sarcófagos fenicios y más obras de Murillo y Zurbarán. Está en la plaza de la Mina, muy cerca de la Alameda y de esa gran fachada al mar formada por la plaza de España (monumento a las Cortes), Diputación y el Paseo Ramón de Carranza, donde abundan buenas fachadas, en las que se aprecian las distintas alturas de las plantas, según el uso que relatamos para el siglo XVIII.
Enfrente, otro paisaje urbano singular, el puerto, en gran medida de procedencia aterrada. Efectivamente, en el plano de mediados del XIX, a la derecha de la Cuesta de la Calesas sólo existía la estación de ferrocarril y la Fábrica de Tabacos (actual Palacio de Congreso), junto al Baluarte de los Negros, por donde se iniciaba el Muelle Principal, considerablemente agrandado hoy entre los puertos pesquero y comercial. Fuera de la muralla, con las puertas de Sevilla y San Carlos, estaba el muelle y la Puerta de San Felipe (aproximadamente por el Club Náutico), siendo posterior todo lo demás, para cuyo estudio (proyectos, evolución, importancia, repercusiones") nada mejor que la tesis doctoral de J. M. Barragán.
Otro gran espacio abierto es el paseo de Santa Bárbara, nombre que recuerda el parque de Artillería y los numerosos cuarteles, hoy edificios universitarios la mayoría. Frente al Baluarte de la Candelaria, la iglesia del Carmen, de barroco colonial; y hacia el interior, tras la plaza del Mentidero, la de Falla, con la Casa de las Viudas y el Gran Teatro (neomudéjar de ladrillo y planta en forma de herradura, que sustituye al de madera incendiado a finales del XIX).
Al sur, y también ligado a los Carnavales, el Barrio de la Viña (seguramente donde hubo plantaciones de vides hasta principios del XVIII), con calles estrechas peatonales, populares y llenas de colorido. En el extremo interior, la parroquia de Palma, barroca del siglo XVII, con planta elíptica y torre cuadrada. Al otro lado, la playa de La Caleta con el antiguo Balneario.
Este breve recorrido sólo pretende apuntar características del plano y de los principales paisajes y espacios urbanos, porque se necesitarían muchas páginas para profundizar algo en la monumentalidad de esta ciudad, de predominio barroco y aire colonial. Ya lo cantaba el malogrado Carlos Cano: "La Habana es Cádiz con más negritos, Cádiz es La Habana con más salero". Sin duda, la fiesta por excelencia y más conocida es el Carnaval, declarado de Interés Turístico, con un famoso concurso de Coros, Comparsas y Chirigotas en el Gran Teatro Falla. Todo el pueblo gaditano participa y sus calles y tascas se llenan de fiesta, color y música, especialmente en los barrios más populares, la Viña, el Mentidero, Pópulo y Santa María. La Semana Santa sigue las pautas andaluzas y es célebre, por otra parte, la noche de San Juan, en que se queman muñecos en las calles. Además de sus playas, las guías turísticas recomiendan el Parque Natural de la Bahía de Cádiz * , de 10.000 ha, con dunas, caños, acantilados, playas y gran variedad de flora y fauna. Esas mismas indicaciones de ocio señalan la importancia del flamenco, una gastronomía ligada al mar, como no podía ser menos: pescaíto frito, marisco, dorada, urta a la roteña, cazón en adobo, caballa asada con piriñaca, picadillo de tomate, tortilla de camarones, pescado crudo adobado y el turrón de Cádiz.
Economía, población y área de influencia. Cádiz, junto con otros cuatro municipios (San Fernando, Puerto Real, El Puerto de Santa María y Chiclana), integra el área metropolitana de la Bahía que lleva su nombre, presentando una organización urbana compleja, debido al intenso intercambio de relaciones de tipo social y funcional. A ello se le une el obstáculo del crecimiento de la ciudad y del conjunto metropolitano, que deben soportar las restricciones propias de su emplazamiento, y los problemas que genera la reducida red de infraestructuras, que dificulta el desarrollo económico.
Cádiz constituye el asentamiento principal de la aglomeración de la Bahía en cuanto a la dimensión poblacional, nivel y complejidad de las funciones urbanas y como motor del crecimiento. Sin embargo, el limitado peso de su tamaño frente al conjunto de la aglomeración (tan sólo concentra un 31% de la población en 2003 y presenta tendencia a reducirse), las dificultades existentes en la metrópoli en relación a las posibilidades de expansión urbana y su localización excéntrica respecto al sistema urbano, definen gran parte de la singularidad de Cádiz como área central de una corona metropolitana.
Hasta mediados de los años ochenta la base económica de Cádiz estaba relativamente diversificada y se apoyaba en tres elementos: 1. La actividad portuaria, pues ocupaba el segundo lugar en el ámbito andaluz en lo que se refiere a tráfico de pasajeros y el tercero en relación a toneladas de registro bruto de los buques entrados. 2. La actividad industrial absorbía el 37,5 de su población activa, centrada en los sectores de material de transporte (naval), transformados metálicos (dependiente de una gran parte de aquella) y alimentación, bebidas y tabaco. 3. El desarrollo del terciario, apoyado en la condición de capital provincial (sede de las funciones administrativas y de gobierno de ese nivel) y en la actividad turística, a pesar de sus limitadas posibilidades de expansión por la carencia de suelo.
Por otra parte Cádiz, aunque se trata de una población relativamente joven (los mayores de 65 años representan el 15,8% y los menores de 20 años el 19,5% en 2003), viene perdiendo población desde 1981 (156.711), no por razones del propio desarrollo del área metropolitana sino a causa, como hemos apuntado antes, de la falta de espacio físico, de lo reducido de su término municipal y de su emplazamiento (en el 2003/02 pierde el 7,3%), albergando en la actualidad tan sólo 134.989 h. En contraste, los municipios de la corona metropolitana incrementan su población en un 70% durante esos veinte años; y algo semejante sucede con los servicios y funciones (sanidad, educación, administración y servicios privados), creando un complejo sistema de conexiones, que, por un lado, ayudan a cohesionar este territorio y, por otro, producen deseconomías al saturarse las vías de comunicación.
La evolución de estos procesos da como resultado que todos los Planes Generales llevados a cabo en la ciudad desde 1984 asumen los problemas estructurales que tiene ésta y desarrollan el planeamiento intentando resolver las dificultades de equipamiento, residencia y empleo. Y lo intentan no sólo en función de las características del emplazamiento y de la extensión del término, sino también a escala de la aglomeración de la Bahía. Pues la cuestión básica fundamental era cómo abordar la densificación del terreno construido, la carencia de espacios públicos, la insuficiencia de la red vía, y en definitiva, cómo resolver los graves problemas heredados de los planes de los años sesenta y setenta y cinco.
Así por ejemplo, el plan general de 1994 propone entre otras modificaciones: 1. Optimizar la red viaria definiendo las actuaciones necesarias para mejorar la accesibilidad desde una óptica de integración de los transportes, en especial los públicos. 2. Posibilitar la puesta en valor de los suelos vacíos y bien ligados con la red de comunicaciones regionales que la construcción del puente de Carranza había dejado al descubierto. Con el tiempo estos nuevos espacios se convirtieron en un nuevo punto fuerte del sistema urbano de la aglomeración con capacidades para absorber las actividades sin cabida en Cádiz y con la particularidad que estaban bien relacionados con el resto de los núcleos de población.
En la actualidad, el Plan Estratégico y la Revisión del Plan General de Ordenación de Cádiz analizan las potencialidades y los riesgos de futuro de la ciudad teniendo en cuenta las limitaciones de espacio, centrando las reflexiones en el papel que debe cumplir la ciudad a medio y a largo plazo, a sabiendas que el área metropolitana de la Bahía debe llegar a ser un espacio urbano equilibrado donde las funciones de Cádiz queden integradas. Así, estos documentos apoyan sus líneas planificadoras en tres aspectos fundamentales:
a) Facilitar en Cádiz la concentración de los servicios, actividades terciarias, administración y dotaciones de rango superior capaces de convertir a ésta en una ciudad de servicios al objeto de abastecer a la aglomeración de la Bahía y al resto de la provincia como capital. Hoy, los datos del Instituto de Estadística de Andalucía (2002) ya prueban que las actividades fundamentales de Cádiz son ese sector, destacando por su número los establecimientos terciarios (comerciales 3.136, turísticos 1.021, construcción 354 y avanzados 417)
Por otro lado, la reorientación funcional de Cádiz se basa en el mantenimiento del empleo, en el desplazamiento de las actividades industriales hacia los núcleos de la corona metropolitana y en la congelación del crecimiento residencial de la ciudad. De forma que esta transformación económica se produzca mediante la reutilización de las áreas con usos obsoletos o vacíos y la rehabilitación del casco antiguo. Aún así, hay que tener presente que las limitaciones espaciales de Cádiz también lo son para la localización de equipamientos urbanos y de manera especial para los que consumen una gran cantidad de suelo: espacios verdes, equipamientos deportivos, sanitarios, centros intermodales de transporte, etc. Por lo tanto, la carencia de éste únicamente podrá paliarse en la escala metropolitana.
b) La reordenación del interior de la ciudad adoptando una forma y geometría lineal, polarizada en sus extremos por el casco antiguo y por los accesos a Cádiz. Al primero se le dotará con soportes suficientes para la localización de actividades y servicios turísticos. Esta estrategia será tenida en cuenta tanto en los programas de protección del patrimonio edificado como en la construcción de las infraestructuras de transporte.
c) Los accesos a Cádiz, y dentro de éstos, el corredor territorial por excelencia que discurre sobre el istmo que enlaza con San Fernando. Se trata de un espacio soporte de infraestructuras de comunicaciones y servicios para la ciudad, conformando una zona muy relevante para la organización metropolitana. Teniendo en cuenta la problemática de Cádiz, la construcción de un nuevo acceso (Matagorda-Dársenas) mejoraría la llegada al casco desde la aglomeración, reduciría el tráfico por las barriadas de la periferia de Cádiz y facilitaría la conexión del puerto comercial con la red territorial. Por ello constituye una reforma prioritaria dentro de ambos planes.
En relación con la infraestructura ferroviaria, los servicios de largo recorrido, cercanías y transporte de mercancías saturan la red en horas punta y la congestión impide el incremento de la oferta de viajes. La previsión de uso como transporte público de cercanías exige un considerable aumento de la oferta y, por tanto, la duplicación de la vía, lo que sería también otro problema fundamental a abordar de inmediato.
En definitiva, la Bahía de Cádiz es, tras Sevilla y Málaga, el tercer centro industrial de Andalucía (naval, metálicas, alimenticias), y como tal debe ser potenciado mediante la mejora de las infraestructuras de comunicaciones y servicios, la generación de nuevas áreas productivas y la modernización de las existentes. [ Gabriel Cano / Rosa Jordá Borrell ].
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