La ciudad marroquí de Marrakech es fundada por los almorávides * en el siglo XI, hacia el año 1070, nada más atravesar la cordillera del Atlas, procedentes de la zona sahariana, en un lugar donde tienen asegurados el suministro de agua y la existencia de campos útiles para la agricultura. Las primeras descripciones del lugar hablan de un área llena de árboles frutales. Poco a poco la nueva capital va sustituyendo a la vecina Agmat * como centro del comercio basado en los productos traídos desde el África subsahariana por las caravanas que atraviesan el Atlas. Allí, en Marrakech, son intercambiados por los procedentes de las orillas del Mediterráneo y de los puertos del Atlántico. Las primeras edificaciones y murallas se levantan en tiempos de los sultanes Yúsuf b. Taxufín * y sobre todo de su hijo Ali b. Yúsuf * (1106-1146). A él, dentro de una notable influencia andaluza, se deben las primeras captaciones de agua de la capa freática que es almacenada en grandes estanques desde donde se usa para las explotaciones agrícolas y el suministro urbano. También se encarga de las primeras edificaciones palaciegas y la mezquita mayor, terminada en 1126, entre las cuales empieza a configurarse el espacio de la Yamá el-Fná, la actual gran plaza de la ciudad y su símbolo más conocido. A su alrededor los primeros artesanos y comerciantes comienzan a desarrollar su actividad, dando lugar a talleres, mercados y alhóndigas. No tardarán en unírseles la tumba de Ibn Barrayán * o el mausoleo de otro místico andalusí, Ibn al-Arif * . U otras dependencias gubernamentales como la prisión que temporalmente habita Abd al-Malik b. Zuhr * .
Pero el gran desarrollo de Marrakech se debe a la obra de los califas almohades * , en la segunda mitad del siglo XII. Los tiempos de Abu Yaqub Yúsuf (1163-1184) suponen un notable incremento de la población de la ciudad, sólo detenido por la peste de 1175, de la que la capital almohade se recuperará a finales del siglo, con el califa Abu Yúsuf Yaqub (1184-1199), antes de que comience el periodo de decadencia con sus sucesores. Sus murallas abarcan entonces un perímetro que sobrepasa en más del doble el de la capital andaluza del Imperio, Sevilla. Las calles y conducciones de agua rodean a nuevos edificios como el hospital, en un desarrollo que corre paralelo a la extensión del poder almohade y que responde a la radicación en Marrakech de una aristocracia política, comercial e intelectual proveniente de todos los territorios localizados a ambas orillas del Estrecho. El edificio de la nueva mezquita aljama, la Kutubiya, y su impresionante alminar, concebido y realizado por los mismos arquitectos que hacen las torres de las mezquitas de Rabat y Sevilla, centra la vida de una ciudad y articula un urbanismo que introduce elementos nuevos en el arte del Islam occidental. Unos barrios distribuidos en forma de damero y unas torres de mezquita que, por sus proporciones, desconocidas hasta la época, presiden desde su altura todas las perspectivas el quehacer urbano, como una especie de trasunto del poder siempre presente de los califas. La influencia de estas concepciones se extendería en todas direcciones, hacia el desierto del Sahara y el Mediterráneo. Marrakech conoce un periodo de decadencia a partir de la entrada de los benimerines en 1269. Pero desde comienzos del siglo XVI, con los saadíes, volverá a recuperar su importancia, aumentada en el XVIII por los alawíes y que mantiene hasta nuestros días entre las ciudades marroquíes.
La denominación de la ciudad, envuelta desde su fundación en la leyenda, está ligada a la que en Europa se ha dado al país, Marruecos, que en árabe es conocido como al-Magrib. Extraño paralelo que encontramos en los primeros autores andalusíes de época omeya cuando, usando fuentes latinas, ponen en conexión el nombre de Sevilla con el antiguo Hispania. Marrakech y el casco histórico hispalense, a pesar de las transformaciones experimentadas con el paso del tiempo, conservan aún el recuerdo de haber sido concebidas por los mismos arquitectos y urbanistas almohades. Incluso Abu Yúsuf Yaqub, antes de acceder al califato, es gobernador de Sevilla y en ella ordena la construcción de mezquitas y conducciones de agua. Y no se trata sólo del alminar que da origen a la Giralda y el de la Kutubiya. En ambas ciudades existían las buhairas que engranaban espacios urbanos y daban origen a jardines y huertos. Cuando el viajero salía de Sevilla lo hacía por la Puerta de las Palmeras, la misma denominación que encontramos a la llegada a Marrakech. Quizás estos paralelismos son los que hacen escribir a Ibn Said * , el autor del siglo XIII: "Desde que dejé al-Ándalus he viajado por el territorio de la otra orilla y visitado sus ciudades. Luego me trasladé al norte de África y vi Bujía y Túnez, más tarde Egipto y estuve en Alejandría y El Cairo, a continuación en Siria y visité Damasco y Alepo. Y pude apreciar que únicamente los edificios levantados por los almohades en Marrakech y al arte que allí se desarrolló se puede comparar por su belleza con el esplendor de al-Ándalus". [ Rafael Valencia ].
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