La historia de la mujer andaluza es una historia de opresión y desigualdad, de sumisión y trabajo callado en las esferas más íntimas y privadas de la sociedad. Las mujeres que han habitado Andalucía se encargan de la crianza y educación de los niños, realizan las tareas agrícolas y ganaderas más duras, cuidan de la limpieza y el gobierno del hogar, atesoran ancestrales conocimientos gastronómicos y artesanos, son las transmisoras de las tradiciones y la religión, y posibilitan, frente al mundo masculino, lastrado por las ambiciones, el dinero y las guerras, el desarrollo constructivo y pacífico de la vida familiar. Pese a ello, la mujer es anulada personal y jurídicamente. Esta situación se prolonga durante siglos, hasta finales del siglo XX, cuando la mujer andaluza, en el marco de la democracia lograda a partir de 1975, se aferra a sus derechos y libertades.
Las mujeres de la Antigüedad. La mujer ibera sólo aparece en las fuestes y hallazgos gracias a su funcionalidad político-parental. Es decir, el matrimonio de las mujeres servía fundamentalmente para consolidar alianzas, firmar pactos y establecer relaciones de dominio o dependencia. La mujer se convierte en moneda de cambio, en un ?bien precioso? sin voluntad capaz de cambiar los destinos de las sociedades. Gracias a este uso del matrimonio, la mujer indígena andaluza se convierte en el eje fundamental de la romanización del pueblo ibero. Las mujeres nativas, al casarse con los soldados y ciudadanos romanos, obtienen poco a poco la ciudadanía del Imperio, lo que les permite tener ciertos derechos de carácter privado como la herencia o la propiedad. De esta manera, sobre todo a partir del siglo II, comienzan a aparecer en la Bética mujeres de gran influencia tanto como propietarias como comerciantes, y que ostentan un comportamiento público de carácter evergético, de gran prestigio social, similar al de los varones. No ostante, la gran mayoría de las mujeres estaban avocadas al trabajo doméstico y campesino, la esclavitud o la prostitución.
Tres culturas, una misma explotación. La progresiva extensión de las tres religiones monoteístas refuerzan el sentido de honra femenina ?normalmente relacionada con la castidad y la virginidad?, tanto en la propia familia como en el matrimonio, al cual sólo puede acceder, además, mediante la necesaria dote. La familia tampoco sirve a menudo de vía escape para la mujer, ya que ésta, como señala Paulino Iradiel, ?no es refugio privado, sede de afectividad y protección frente a las agresiones externas; es el escenario de exposición social por excelencia, donde se jugaba el prestigio, la conquista y la conservación de la aprobación colectiva?.
Tanto en el cristianismo como en en el islamismo y el judaismo el ideal femenino que prevalece es el de la mujer casada ?virtuosa?. El hombre prefiere mantener a su esposa e hijas cautivas dentro de los estrechos márgenes del hogar, a no ser que las duras situaciones económicas exigieran el trabajo femenino, que siempre se considera indigno y poco apropiado. En la sociedad medieval la mujer ocupa una gran cantidad de profesiones, siempre en desventaja con respecto al hombre, como pastoras, campesinas, sirvientas, hilanderas, tejedoras, nodrizas, parteras, cocineras, maestras, bordadoras, etc.
Pese a sus diferencias ?no hay que olvidar, por ejemplo, la forma en la que la poligamia afecta a la mujer andalusí?, las mujeres de las tres culturas sufren una postergación similar en las familias, donde se establecen unas relaciones de señor (hombre) y vasallo (mujer) y se vive de acuerdo a la concepción de la patria potesta , que anula, por ejemplo, en cuanto a la descendencia, la vinculación uterina de la madre con su hijo para que prevalezca la filiación paterna. A menudo, la única forma de evitar esta situación, sobre todo en el caso de las cristianas, es la vida monacal, que tampoco está exenta de dificultades y acosos morales y sexuales. Esta opción era muy frecuentre entre las jóvenes deshonradas, las solteras y las viudas, que eligen el monasterio como única vía de supervivencia.
Los albores de la emancipación. Pese a que la situación de discriminación de género no cambia en absoluto, el Renacimiento y, más tarde, el Barroco traen a Andalucía la primera gran generación de mujeres escritoras. Entre ellas se encuentran la jiennense Mariana de Carvajal y Saavedra, Catalina de Mendoza ?pintora, escritora y mujer de gran cultura?, la poeta de la escuela antequerana Cristobalina Fernández de Alarcón y, de forma más tardía, la poetisa malagueña María Rosa Gálvez de Cabrera, la sevillana Ana Caro, la ilustrada María del Rosario Cepeda y Mayo y la feminista y traductora Frasquita Larrea, madre de la escritora Fernán Cabellero * . Asimismo, no hay que olvidar la figura de la escultora Luisa Roldán, La Roldana * , ejemplo de la dedicación femenina a las artes plásticas.
Estas mujeres, y el particular ejemplo de la liberal Mariana Pineda * , sirve como base para el establecimiento de los primeros movimientos de emancipación femenina en Andalucía. En el decenio de 1840, un grupo de escritoras gaditanas forman lo que se considera el primer movimiento feminista surgido en España. A través de la fundación de revistas como El Pensil gaditano o El Nuevo Pensil de Iberia , y mediante artículos en otras publicaciones como La Moda , El Meteoro y La Amistad , el grupo formado por Margarita Pérez de Celis, María Josefa Zapata, María de Zamora y Rosa Butler, se encarga de la difusión del feminismo y el fourierismo. Es también en esa década de los cuarenta cuando comienza a consolidarse la carrera literaria de Cecilia Böhl de Faber, la primera gran escritora de la historia de Andalucía, que escribe bajo el seudónimo de Fernán Caballero.
Las andaluzas que marcan el tránsito entre el XIX y el XX son, entre otras, las escritoras Amalia Carvia Bernal, Casilda Antón del Olmet, María del Pilar Contreras y Alba de Rodríguez ?también compositora?, Patrocinio de Biedma y Lamoneda y, sobre todo, Carmen de Burgos Seguí ?Colombine?. Tampoco se debe olvidar la influencia de mujeres que, provenientes de Europa, se establen en Andalucía, como la arqueóloga británica Elena M. Whishaw o la escritora alemana Berta Wilhelmi. En ese cambio de siglo, mientras tanto, las mujeres más humildes consiguen poco a poco incorporarse al mercado laboral como asalariadas, un proceso dificultoso debido a las trabas que impone la ideología del catolicismo.
Consolidación intelectual y política de la mujer. La Constitución de la II República reconoce la igualdad civil y los derechos políticos de las españoles en 1931. Durante la República, las andaluzas ven crecer su conciencia ciudadana, de tal forma que una llega a diputada, Victoria Kent * , mientras que otra, la riojana María Lejárraga, ocupa un escaño en las Cortes, entre 1933 y 1936, como diputada socialista por la provincia de Granada. Durante este periodo, comienza a despuntar la aguda percepción de la realidad de María Zambrano * , la almeriense María Dolores Pérez Enciso * , la granadina Matilde Cantos Fernández * o la malagueña Isabel Oyarzábal Smith * , cuatro mujeres fieles a la República que salen al exilio con motivo de la Guerra Civil. Durante el conflicto, la vida de las mujeres se acomoda a las exigencias bélicas. Algunas republicanas aparecen en el frente, aunque la gran mayoría se ocupa de labores en la retaguardia hasta acabar exiliándose o sufriendo represión. El ejemplo más evidente es el de la anarquista catalana Federica Montseny, que al asumir la cartera de Salud de la República se convierte en la primera ministra de Europa. Las de la zona franquista trabajan desde las filas de la Sección Femenina, dirigida por la jerezana Pilar Primo de Rivera * durante más de 43 años.
Al terminar la Guerra Civil se derogan los avances legales conseguidos en materia de género. La gran mayoría asume la férrea ideología cristiana que, en el ámbito público, imponen Acción Católica y la Sección Femenina, cuyas secretaría general es ocupada a partir de 1975 por otra andaluza, la malagueña Teresa Loring, quien además forma parte de las Cortes franquistas. En esos años, la reivindicaciones de la mujer andaluzan quedan, no obstante, personificadas en la figura de Mercedes Formica * .
Democracia y paridad. La Constitución Española de 1978, en su artículo 14, estable que ?los españoles son iguales ante la Ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social?. Las andaluzas, conscientes de esta igual teórica, entraron en asociaciones feministas, sindicales y ciudadanas para intentar llevarla a la práctica, lo que se consigue progresivamente en temas como el divorcio, el aborto, los anticonceptivos, el empleo, los servicios sociales, etc. Con ese fin, en 1989 se crea el Instituto Andaluz de la Mujer. El número de andaluzas también crece de forma muy rápida en las instituciones de gobierno. Así, por ejemplo, de las seis diputadas que hubo en el Parlamento Andaluz en su primera legislatura, se pasa a las más de cuarenta elegidas en las elecciones de 2004, unos comicios que convierten el Gobierno andaluz en el primer ejecutivo paritario de la historia de España. Ese mismo año, el triunfo de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE) en las generales posibilita el primer gobierno paritario de la nación. [ Pablo Santiago Chiquero].
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