Andalucía ha jugado un destacado papel en la historia de la implantación del dogma de la Inmaculada Concepción. La orden franciscana propiciaría desde el siglo XIII (Capítulo General de Pisa, en 1263) la celebración y festejo de la Inmaculada Concepción, haciéndola coincidir con el 8 de diciembre, nueve meses antes de la otra gran festividad mariana de la Natividad. En Andalucía se tienen noticias de esta celebración desde mediados de dicho siglo (Córdoba, Sevilla), generalizándose su culto en el transcurso del XV. Sin embargo, a la teoría inmaculista, que considera que la Virgen no es afectada por el pecado original, se opone la teoría maculista, que afirma que sí lo es, redimiéndose del mismo por su maternidad como madre de Dios. La primera teoría forma parte de los principios programáticos de la orden franciscana, la principal valedora del dogma inmaculista, apoyada por los jesuitas desde la creación de esta orden; mientras que los planteamientos maculistas son defendidos por la no menos poderosa orden de los dominicos.
El espíritu de la Contrarreforma y la exaltación barroca que se había adueñado de las formas expresivas de la religiosidad popular andaluza propician el enfrentamiento entre ambas concepciones a favor de las tesis inmaculistas; máxime cuando los movimientos religiosos protestantes las rechazan abiertamente. En este contexto, el 8 de septiembre de 1613 la prédica del prior dominico del convento sevillano de Regina Angelorum poniendo en duda la concepción inmaculada de María provoca una reacción popular sin precedentes en la sociedad sevillana a favor de las tesis inmaculistas, alentada por franciscanos, jesuitas, clero secular, hermandades e incluso autoridades civiles. Novenas, procesiones de desagravio, juramentos de fidelidad, etc., con los consiguientes festejos populares cada vez que se consigue alguna resolución en su favor, originan un estado de efervescencia popular continuamente alimentado por la orden franciscana, que se mantendrá hasta 1617. En este año, a instancias de la comisión mandada al efecto por Felipe III, el papa Paulo V emitirá un decreto por el que se propicia el culto público a la Inmaculada Concepción, al tiempo que se condena a los maculistas a no exponer sus opiniones en público. Por las mismas fechas, ocurren acontecimientos similares en las ciudades de Córdoba (1614-1615) y Granada (1640), en esta ocasión como reacción a la aparición de un libelo contrario a las teorías inmaculistas, originándose un movimiento de exaltación pública y apoyo institucional muy similar al que acontece en Sevilla en 1613.
El resultado va a ser una plena alianza entre el sentimiento popular y las instituciones religiosas y civiles en defensa de las tesis inmaculistas. Como consecuencia se producirán numerosos votos concepcionistas, juramentos colectivos, en su defensa: lo harán las ciudades de Écija y Jerez de la Frontera (1615), Granada (1618), Guadix (1625), Málaga (1654), numerosas hermandades y cofradías e incluso universidades (Granada, 1618). Al mismo tiempo, el movimiento inmaculista ejercerá una extraordinaria influencia en el arte barroco del momento y las expresiones de religiosidad popular que se afianzan al amparo del espíritu de la Contrarreforma, tan proclive a potenciar manifestaciones públicas, rituales y cultos, en los que se exalte el valor de las imágenes; en contraposición abierta a la sobriedad iconoclasta que caracteriza a las otras grandes religiones enfrentadas, incluido el movimiento protestante. En el siglo XVII e incluso en el XVIII el tema de la Inmaculada adquiere un notable protagonismo en el arte pictórico y escultórico andaluz, siendo tratado por autores de la talla de Bartolomé Esteban Murillo, Alonso Cano, Juan Martínez Montañés, Pedro Roldán y Pedro Duque Cornejo, entre otros. Igualmente propiciará la aparición de una nueva tipología de monumento sacro, los triunfos de la Inmaculada, que se levantarán en las plazas de numerosas poblaciones andaluzas, el primero de los cuales se erige en Granada en 1621.
En el ámbito de la religiosidad popular, desde estas fechas se extiende y generaliza el uso de los simpecados, estandartes con una imagen de la Virgen que presiden las procesiones que se organizan con motivo de los acontecimientos referidos, y que continúan presentes en buena parte de las manifestaciones públicas de religiosidad tradicional andaluza, ya sean procesiones penitenciales o de gloria.
Desde finales del siglo XVII los conflictos anteriores se atemperan definitivamente a favor de las tesis inmaculistas, contando incluso con el apoyo explícito de la casa real. En 1663, Felipe IV emite una Real Cédula prohibiendo la exposición de cualquier tesis contraria a la teoría concepcionista. En 1696, el papa Inocencio XII, con el breve In Excelsa , equipara la festividad de la Inmaculada con las otras dos grandes festividades marianas del año: la Natividad y la Asunción. Sin embargo, habrá que esperar hasta 1854 para que el papa Pio IX proclame el dogma de la Inmaculada Concepción, tan arduamente respaldado desde el catolicismo español y en cuya defensa Andalucía, y más en concreto Sevilla, juega un tan destacado papel.
Para entonces, los festejos en los que se conmemora la Inmaculada Concepción cuentan ya con una tradición consolidada. En el contexto de Andalucía, son rituales que se circunscriben básicamente al ámbito de la liturgia oficial, aunque no faltan festejos más populares, cultos en múltiples hermandades y procesiones públicas con la imagen de la Concepción (La Línea de la Concepción, Puente Genil, etc.). Sevilla es probablemente la ciudad donde dichos festejos han adquirido una mayor vistosidad, relacionados con dos tradiciones muy diferentes: la más antigua consiste en la danza de los seises * en la semana de la Octava de la Inmaculada, desarrollada ante el altar mayor de la Catedral y delante de una imagen de la Inmaculada, caracterizados los niños danzantes para la ocasión por el color celeste de los jubones y plumas de sus sombreros. La otra, que es reciente y con un fuerte contenido lúdico que convoca actualmente a centenares de personas, está protagonizada por los tunos de las diversas facultades hispalenses, quienes en la madrugada del 8 de diciembre se concentran ante el Monumento a la Purísima (1918) levantado en la plaza del Triunfo, donde realizan una ofrenda floral, para después continuar la fiesta por todo el entorno del barrio de Santa Cruz. [ Juan Agudo Torrico ].
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