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W |
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Décimo sexta letra del alfabeto castellano que viste nuestra V de ropajes de extranjería, de esnobismos de corrientes modernizadoras, y de objetos del deseo como frutas prohibidas del whisky y el Winston del contrabando de Gibraltar. La W de los westers rodados en los desiertos de Almería y de las estrellas de Hollywood que deslumbraban en nuestras pantallas con sus cambios de nombres de Margarita Cansinos por el de Rita Hayworth, la estrella de origen andaluz, que había caído en los brazos del gran Orson Wells, antes de que el cineasta americano jugara a ser torero y se quedara para siempre unido a la dinastía de los Ordóñez de Ronda. La W de Leonard Williams, el pintor y periodista, amigo de los gitanos de Chorro Jumo, en el Sacromonte, frente a la Alhambra de las leyendas de Washington Irving. Esa Granada donde Virginia Wolf probó la leche de cabra antes de subir en mula a la arcádica Alpujarra de la mano Gerald Brenan. El hispanista inglés que cambió su amor alpujarreño de Juliana por el de la americana Gamel Woolsey. La W de Sir Arthur Wellesley se hizo aún más grande cuando al general de la Guerra de la Independencia se le concede el ducado de Wellington en Inglaterra y el ducado de Ciudad Rodrigo en España con una propina en Andalucía, donde se le convierte en latifundista de las tierras del Soto de Roma en la provincia de Granada. La W se hace sevillana con el cardenal Wiseman, nacido en las fronteras del barrio de Santa Cruz, paisano de Blanco White. Dos W del Sur que se batirán en duelos dialécticos en el Londres victoriano donde esta letra se mueve lo mismo por los lodos de infierno que por las loas de gloria. Y la letra W que adquiere sus rasgos andaluces más auténticos en el nombre de Wallada, hija del Califato, la princesa y poetisa, símbolo de la libertad de su tiempo y de todas las mujeres que desearían llevar su nombre asociado a la liberación por la que aún sueñan. [ Antonio Ramos Espejo ].
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