Ciudad hispanorromana situada en el término municipal de Santiponce (Sevilla). Es fundada en el año 206 a.C, cuando el general romano Publio Cornelio Escipión, vencedor en Ilipa (Alcalá del Río, Sevilla) de una determinante batalla frente a los cartagineses, decide establecer a los soldados participantes en la contienda en un núcleo habitado de antemano. El asentamiento recibe el nombre de Itálica en recuerdo de la extracción de estos nuevos pobladores, pertenecientes en un gran porcentaje a la disciplina castrense, al menos durante el siglo II"a.C. Una inmigración militar que va a ser completada posteriormente con otra de carácter civil, compuesta primero por aquellos que están vinculados a las necesidades logísticas del ejército, a la comercialización del botín o la venta de los prisioneros reducidos a la esclavitud, y luego a las crecientes posibilidades de explotación económica. En efecto, la riqueza agrícola y la explotación minera de los yacimientos de Sierra Morena no pasan desapercibidas para los italicenses, así como su lugar estratégico, privilegiado enclave en el Valle del Guadalquivir que posibilita entablar buenas relaciones con las prósperas ciudades turdetanas y aprovechar las comunicaciones del inmediato cauce fluvial.
Comprendida en la provincia Ulterior desde 197 a.C. y, posteriormente, en la Bética * , los habitantes de esta ciudad hispanorromana manifestarán durante la República su lealtad a Roma y al gobierno optimate, que, representado por Sila, se enfrenta a los populares del general Mario. También comienza a cimentarse por aquel entonces el filopompeyanismo de la provincia Ulterior, rasteable desde la primera estancia de Pompeyo y reforzado al surgir el enfrentamiento entre éste y César. En época de Augusto (27 a.C.-14 d.C.), finalizada la Guerra Civil e instaurado el Principado, Itálica ya posee estatuto de municipio y vive uno de los momentos de más febril actividad constructiva. Precisamente a este momento se remonta el origen del gran teatro que ha llegado hasta hoy.
Poco a poco a sus habitantes, mediante la aceptación del nuevo sistema político, se les abrirá la vía de la lenta pero progresiva promoción social y, con ello, la participación de algunos de sus hijos en las tareas de la administración imperial. A este respecto Itálica se va a encontrar en una situación de partida especialmente provechosa. El prestigio de esta comunidad, derivado de su génesis, del carácter itálico de sus pobladores y la antigüedad de sus tradiciones, da sus frutos en un proceso ininterrumpido de promoción de los más escogidos de entre los italicenses. También jugará un papel esencial en la carrera de los provinciales el espectacular auge del aceite en la Bética. Progresivo ascenso que culminará con los dos hijos más ilustres de Itálica, los emperadores Trajano * y Adriano * . Este último otorga a la ciudad el estatuto colonial, por lo que a partir de entonces pasa a denominarse Colonia Aelia Augusta Italicensium. Además, el emperador interviene directamente en las actividades edilicias de esta antigua fundación romana, que es objeto de una espectacular ampliación urbanística hacia el noroeste "la nova urbs que García Bellido diferencia de la vetus urbs , sepultada por la actual Santiponce"
El barrio adriáneo, que todavía el público puede visitar, se diseña con un trazado ortogonal y con un carácter residencial y ostentosamente monumental. Residencial, porque en él se construyen grandes mansiones para la rica aristocracia italicense, como la famosa casa de los Pájaros. Monumental, por la propia escala del proyecto "casi 40 ha", por las dimensiones de las calles y casas, y por la abundancia de edificios públicos. Entre ellos sobresale, en una zona destacada por su altura frente al terreno circundante y por su posición central en el barrio, un Traianeum, templo donde se rinde culto al Diuus Traianus , el emperador Trajano divinizado. Tampoco hay que olvidar las termas mayores y su soberbio anfiteatro * , al que Rodrigo Caro dedicara estos versos en su "Canción a las ruinas de Itálica": "Este despedazado anfiteatro, / impío honor de los dioses, cuya afrenta / publica el amarillo jaramago, / ya reducido a trágico teatro, / ¡oh fábula del tiempo! representa / cuánta fue su grandeza y es su estrago. / ¿Cómo en el cerco vago / de su desierta arena / el gran pueblo no suena? / ¿Dónde, pues fieras hay, está el desnudo / luchador? ¿dónde está el atleta fuerte? / Todo desapareció: cambió la suerte / voces alegres en silencio mudo: / mas aún el tiempo da en estos despojos / espectáculos fieros a los ojos: / y miran tan confusos lo presente, / que voces de dolor el alma siente."
Esta expansión urbanística supone un florecimiento efímero, ya que desaparecen las condiciones económicas, sociales y políticas "como la pérdida de poder por parte de los senadores hispanorromanos a partir de la época de Adriano" que otrora habían posibilitado el auge de los italicenses y, como reflejo, el de su ciudad. Poco puede hacer el aumento del intervencionismo estatal para poner fin a una crisis que se extiende a lo largo del siglo III d.C y que, con fugaces y aparentes recuperaciones, conducirá a las invasiones germánicas del siglo V d.C. Ya a comienzos del siglo VI el papel histórico de Itálica no es el de protagonista, pues Hispalis (Sevilla) la había suplantado definitivamente en la región. Según se sabe por las fuentes históricas y, en menor medida, por algún indicio arqueológico, hasta el final del dominio islámico se mantiene en Itálica un pequeño núcleo de población. A partir de entonces (mediados del siglo XIII) lo más probable es que, en poco tiempo, quede abandonada en su práctica totalidad. Siglos más tarde el mencionado Rodrigo Caro se lamentará de esta forma: "Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora / campos de soledad, mustio collado / fueron un tiempo Itálica famosa. / Aquí de Cipión la vencedora / colonia fue: por tierra derribado / yace el temido honor de la espantosa / muralla, y lastimosa / reliquia es solamente. / De su invencible gente / sólo quedan memorias funerales, / donde erraron ya sombras de alto ejemplo. / Este llano fue plaza, allí fue templo / de todo apenas quedan las señales. / Del gimnasio y las termas regaladas / leves vuelan cenizas desdichadas. / Las torres que desprecio al aire fueron / a su gran pesadumbre se rindieron." [ Javier Vidal Vega ].
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