f. Si algo caracteriza la realidad socioeconómica de la Andalucía de los últimos tiempos es la manifiesta pervivencia de actividades artesanas, en comparación con otras zonas de mayor desarrollo industrial, a la vez que el pronóstico de su inevitable agotamiento por incompatibilidad con el actual sistema económico y por el rechazo juvenil a continuar con unas formas de producción tildadas de obsoletas. Un juicio que está sin duda promovido por la errónea concepción de que la artesanía conlleva unas técnicas de trabajo inadaptables al cambio de los tiempos y da como resultado unos productos desbancados por la producción fabril, cuando no completamente desfasados.
Contradiciendo estas previsiones, se asiste a una impensable revitalización de la artesanía, tanto a nivel económico como en consideración social. Bien es cierto que ello ocurre de acuerdo con un criterio muy selectivo, dictaminado exclusivamente por las leyes de mercado que la globalización impone. Quiere esto decir que se desatienden aquellos oficios más imbricados con las necesidades de las actividades agrícolas y ganaderas, a las que se hace cada vez más dependientes de los productos industriales, mientras que se fomentan aquéllos que elaboran objetos estéticos y de fácil comercialización. En esta nueva tendencia tienen mucho que ver las directrices de las políticas europeas, encaminadas al fomento de los recursos endógenos de las zonas más deprimidas. Con esa intención se firman acuerdos y se ponen en marcha programas de desarrollo, especialmente destinados a zonas rurales. Paradójicamente, en los intentos de reactivación de esos territorios se desechan casi siempre sus actividades tradicionales, sobre todo las del sector primario, y se impulsa una terciarización dirigida al reclamo turístico. Y es ahí donde el mantenimiento de determinadas producciones artesanales encuentra su lugar y su justificación.
De este movimiento tampoco se quedan al margen las grandes ciudades. Las políticas económicas de desarrollo local hallan en la iniciativa comunitaria Urban un motor para el apoyo al sector artesano, y su puesta en práctica está exigiendo detallados estudios de diagnosis de la situación real de la artesanía, imprescindibles para el diseño de estrategias de actuación. Dichos estudios abren la visión de la importante fuente de empleo y riqueza que supone el mantenimiento de estos oficios: con una reducida inversión infraestructural se generan muchos puestos de trabajo, que, además, dan como resultado unos productos singulares, demandados por un considerable sector de población, tanto autóctona como, sobre todo, turística. Todo ello explica las recientes actuaciones de los departamentos de Economía e Industria, tanto de la Administración central como de la Junta de Andalucía y de los propios ayuntamientos, para el fomento del sector artesano.
Las dificultades más importantes con las que actualmente tropieza la artesanía se encuadran en dos grandes grupos: los que necesitan nuevos cauces de comercialización para sus productos, al no poder sobrevivir con la exclusiva clientela local, y los que, teniendo la salida asegurada porque trabajan por encargo, ven reducida su capacidad de producción al faltarle manos jóvenes especializadas que engrosen sus plantillas.
Nuevos mercados. Para las primeras se está trabajando en la apertura de nuevos mercados. A tal fin, no basta con que las instituciones oficiales organicen ferias, exposiciones e incluso jornadas sobre el tema. Lo realmente imprescindible es la adaptación del maestro artesano a los nuevos tiempos; un drástico cambio de mentalidad que requiere su formación en aspectos tales como las posibilidades que ofrece la tecnología actual. Las ventajas, en concreto, que puede aportar internet a los artesanos es un asunto tan evidente como recurrente entre las principales asociaciones del sector. Las segundas, por su parte, están integradas por un reducido grupo, entre las que sobresalen las consideradas históricamente como artesanías suntuarias. Así, a los oficios que elaboran los productos requeridos para las salidas procesionales de las hermandades y cofradías, amén de otras actividades orientadas casi en exclusiva para entendidos y profesionales, como pueda ser la luthería, no suelen escasearles los encargos. Muy al contrario, los más afamados se ven imposibilitados para aceptar nuevos pedidos porque rebasarían la capacidad productiva del taller. Para ellos, los esfuerzos han de ir necesariamente encaminados al apoyo del aprendizaje.
El proceso de desintegración actual de los esquemas de aprendizaje tradicional es sin duda el factor que más coadyuva a la crisis de muchos de los oficios artesanos, porque es obvio que si los conocimientos y recursos técnicos de un oficio no se transmiten adecuadamente, no tiene la menor posibilidad de supervivencia. Un proceso que comienza a hacerse notar desde la introducción del régimen laboral de cotización obligada, aprendices incluidos, olvidando la circunstancia de que mientras dura el aprendizaje, no sólo no son trabajadores productivos, sino que además restan tiempo de dedicación al maestro u oficiales encargados de adoctrinarlos. De esta manera, la única posibilidad de enseñanza del oficio sin tener que desprenderse de los beneficios del trabajo es, para muchos maestros actuales, la de reservarla a los miembros de su propia familia.
Tras el fracaso de algunas opciones regladas por su inadecuación a la práctica real de taller, en 1989 comienza a introducirse en toda España el programa de escuelas-taller y casas de oficios, cofinanciado por el Inem y el Fondo Social Europeo. Su finalidad es el fomento del empleo juvenil. Algunas consiguen una efectiva transmisión de conocimientos, a la vez que se aplican a la restauración de nuestro patrimonio. Entre ellas podrían citarse la del Albaicín de Granada o la de la Plaza de España de Sevilla, contando incluso con escuelas-taller de carácter permanente como, por ejemplo, las establecidas en el interior de las catedrales de Málaga o Sevilla, con módulos de forja, orfebrería, carpintería, bordados, vidriería y otros. Pero también existen las que demuestran la inadecuación del tiempo establecido en dichas escuelas con el que realmente precisa el adiestramiento en oficios de especial complejidad técnica. Es justamente este balance el que está conduciendo a programas que, desde el principio, contemplan que el aprendizaje tenga lugar en el propio taller del maestro artesano, de cuya efectividad dan fe actuaciones como la Inserción de Jóvenes Aprendices en Talleres Artesanales, inaugurada en 1996 en la zona de Alameda-San Luis de Sevilla, caracterizada por su abundante presencia de actividades artesanas.
No obstante, también somos contemporáneos de oficios de los que sobrevive un único representante en toda Andalucía, supuestamente porque sus productos ya no encuentran acomodo en el siglo XXI y, por tanto, dejarán de practicarse tras la jubilación de esos últimos artesanos. Éste puede ser el caso de la carpintería de ribera dedicada a la construcción de pequeñas embarcaciones de madera. El declive en las faenas de la pesca ribereña y la introducción de barcos de poliéster conducen a que sea una carpintería de Coria del Río el último testigo de lo que era una boyante actividad, que forma parte consustancial de unos modos de vida específicos e identificatorios de un gran área cultural. En consecuencia, la atención debe ir prioritariamente encauzada a la toma de medidas que impidan la desaparición de este elemento cultural, aunque ya no sea económicamente viable. De acuerdo con estos argumentos, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía acaba de inscribirla en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz como Actividad de Interés Etnológico. Con ello se busca asegurar la protección del conocimiento técnico del oficio, de manera que incluso pudiera volver a ponerse en práctica si circunstancias imprevistas volvieran a reclamarlo.
Catalogación. Esta misma idea motiva también el reciente proyecto auspiciado por la Consejería de Economía y Hacienda con financiación europea, que consigue la catalogación e incorporación a un banco de imágenes de artesanías andaluzas en vías de extinción, recogiendo exhaustivamente sus procesos de trabajo, de modo que pueda promoverse incluso la formación de nuevos artesanos, al brindárseles la oportunidad de observar con detalle diferentes técnicas productivas. Siguiendo la filosofía de los Tesoros Culturales Vivos adoptada por la Unesco, es evidente que si sólo se protege el objeto material, por muy ilustrado que se disponga en nuestros museos, los secretos de su realización morirían junto con sus últimos practicantes.
Todo ello refleja un cambio de actitud respecto a fechas cercanas que, aunque a veces esté guiado por intereses puramente mercantilistas, ignorando su significación cultural, no es menos cierto que está consiguiendo el mantenimiento de unas actividades tan tradicionales como adaptadas a la dinámica de los tiempos y, por ello, testimonio de las respuestas específicas que los andaluces damos a los requerimientos económicos, sociales e ideacionales. Unas respuestas que expresan nuestra visión particular del mundo, diferente de la que construyen otros colectivos, al tiempo que evidencian la riqueza que supone nuestra propia pluralidad cultural interna.
De hecho, la obsesiva apetencia de turismo está conduciendo al reforzamiento de las particularidades en las formas y decoraciones de los productos artesanos, a la búsqueda de la originalidad que destaque el objeto ofrecido y lo diferencie del de otros lugares. En este sentido, ¿qué mejor campo en Andalucía que retornar al pasado andalusí? Un pasado tan rico, tan complejo y tan amplio que incluso permite diversificar etapas y zonas geográficas. Así, objetos de alfarería, de calderería, de vidrio, de cuero, e incluso textiles se esfuerzan por destacar especialmente decoraciones de lacería de inspiración islámica. Es muy probable que no todos los artesanos que las diseñan conozcan el origen de los reiterados esquemas decorativos geométricos de las producciones de al-Ándalus, es decir, la circunstancia de que del Corán se desprende la prohibición de representar seres vivos. Cuando se retoman esas decoraciones, se están reproduciendo unas líneas formales, unos curiosos motivos de exorno, que ya nada tienen que ver con la significación y el código estético de sus creadores. Se insertan dentro de nuestro actual contexto sociocultural, en el que las exigencias del mercado global están deformando la memoria colectiva, equivocando el verdadero sentido de la protección patrimonial de nuestros referentes culturales y convirtiéndolos, no sin cierta ironía en muchos casos, en testimonios de una identidad que se pretende reafirmar a través del mantenimiento o recuperación de "la tradición".
Con todo, no resulta fácil consensuar cuáles son las actividades verdaderamente artesanas. La ausencia de una definición común a todo nuestro entorno transparenta la disparidad de criterios existentes al respecto. Quizá la única nota obsesiva se centra en la manualidad, aspecto éste no exento de polémica. No parece aceptable que se le niegue la categoría de artesano a un taller que corta la madera con una sierra de cinta en vez de emplear un hacha, o al que cuece la producción en un horno eléctrico en vez de en una construcción alimentada con leña, o al que se vale de una cuba galvanoplástica para dorar en vez de hacerlo en un simple recipiente de porcelana vitrificada. El artesano siempre se sirve de un rico instrumental, variable con los tiempos, con el que persigue la mejora y rapidez en el desempeño de sus técnicas. Como tampoco puede exigírsele que ignore los preparados químicos para determinadas soluciones y aplicaciones que antiguamente tenía que autofabricarse. Nada de ello varía el desarrollo artesano del proceso. Otro criterio inoperativo es el referido al número de trabajadores de la unidad productiva, por lo general acotado en diez. Resulta del todo ingenuo excluir del sector artesanal a un taller por el simple hecho de que acoja abundantes operarios, aunque las estadísticas oficiales se empeñen muchas veces en seguirlo. E igual de inadecuado es vedarles la posibilidad de buscar nuevos cauces de comercialización a través de las nuevas tecnologías. Al mismo tiempo, cada vez son más difusos los límites entre las creaciones artesanas y las artísticas. La libertad de diseño que permite el destino actual de los productos, despojados de condicionamientos funcionales, está variando la actitud del artesano frente a su obra, concentrado ahora en la recreación estética y exclusiva. Un cambio claramente corroborado por el creciente número de profesionales de las disciplinas artísticas que están hoy aportando sus conocimientos a la recuperación de técnicas y ornamentaciones históricas, a la vez que elaboran sus propios productos artesanos, siempre convenientemente firmados.
Todas estas consideraciones están asumidas por los artesanos, tal como se desprende de sus opiniones, expresadas tanto en la red como en la diversidad de publicaciones gestionadas por sus propias asociaciones. Andalucía en concreto cuenta con un elevado número de asociaciones: unas de ámbito geográfico, aunando a los artesanos de una provincia, de una comarca o incluso de un barrio, y otras de carácter sectorial basándose en el oficio en cuestión. La dispersión que supone esa cantidad de pequeñas asociaciones es lo que está tratando de remediar la Federación de Artesanos de Andalucía, de reciente creación, con el objetivo de promocionar y apoyar todas las actividades, fomentando la conciencia de la necesidad de una vertebración eficaz que contribuya a su vez a eliminar las causas que obligan a muchos artesanos a ampararse en la economía sumergida.
En definitiva, el obligado reajuste de muchos de los patrones tradicionales a las exigencias de la dinámica cultural transparenta la vitalidad y la capacidad de adaptación de todo elemento cultural vivo a los nuevos contextos sociales, artesanía incluida, aunque insistan en revestirla de connotaciones inmovilistas asociadas a lo "popular" y a lo "tradicional", por ser ésta justamente una de las ideas fomentadas como valor añadido por el mercado global.[ Esther Fernández de Paz ].
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