Si algo caracteriza a la arquitectura vernácula andaluza es, frente a cualquier imagen simplista y simplificadora, la diversidad y riqueza de sus manifestaciones. Una diversidad resultante de una triple circunstancia: el largo proceso histórico que conforma la cultura andaluza, la amplitud y diversidad de los territorios que componen Andalucía, y, combinando los dos factores anteriores, la dinámica interna de una cultura viva en la que juega un papel destacado la experiencia propia, de adaptaciones y selecciones, de cada uno de los territorios (pueblos y comarcas) que la vertebran; grado de aislamiento o de interconexión con otros territorios, algunos de los cuales forman hoy parte de las comunidades autónomas de Extremadura, Castilla La Mancha y Murcia y especializaciones productivas. El resultado es la creación de unos paisajes culturales, urbanos y rurales, claramente personalizados y diferenciadores. Pueblos, agrociudades y ciudades constituyen unos modelos de poblamiento que muestran su capacidad adaptativa a lo largo del tiempo. Pero si el hábitat concentrados en grandes poblaciones conforma una constante en nuestra historia, no es menos significativo el modo como se coloniza el territorio abierto que los separa. Cortijos, haciendas, lagares y muchos otros elementos infraestructurales no menos representativos como cercas, aljibes o bancales crean unos paisajes igualmente evocadores. Sin olvidar, dentro de las edificaciones capaces de recrear unas muy precisas imágenes paisajísticas, los santuarios y ermitas que motean los campos andaluces. Pero a la hora de conjugar las razones para explicar la arquitectura tradicional que llega a nuestros días, no se puede obviar el modelo de estructura productiva y de sociedad desarrollado en Andalucía desde la segunda mitad del siglo XIX. El proceso de desamortización y todo lo que ello supone convierte la tierra en el eje central del sistema productivo, social y simbólico de Andalucía. La posesión de tierra, el tamaño de la propiedad y el estatus socioeconómico asociado a ello condicionará buena parte de los modos de vida, valores y rasgos culturales de la sociedad andaluza. La arquitectura no sólo no quedará al margen, sino que constituye un buen reflejo de esta situación, condicionando sus características y funciones económicas y simbólicas, tanto en el caso de las viviendas como de las edificaciones concebidas para dar cabida a los procesos de producción y transformación que se desarrollan en sus campos.
Modelos. La combinación de todos los factores citados hace que resulte difícil encontrar un modelo único de arquitectura tradicional andaluza. Salvo que se considere su diversidad como este rasgo distintivo; de hecho, los autores, no muy abundantes, que se aproximan al estudio o descripción de la arquitectura popular andaluza afirman la imposibilidad de definir un tipo de casa andaluza. Sin embargo, dentro de las imágenes tópicas sobre Andalucía sí parece existir el arquetipo de una arquitectura popular definida por unos pocos pero constantes rasgos: el uso obsesivo de la cal, el contraste de su blancura con el color rojizo de las tejas árabes de las cubiertas, patios, y los azulejos y flores como complementos ornamentales. De todos ellos, el empleo de la cal "justificada por fines ornamentales, climáticos, consolidación de muros o por razones higiénicas" es considerado tal vez el único referente que abarcaría todo el territorio andaluz. Y aún así, esta afirmación debiera ser matizada en un doble aspecto: en su proyección temporal, en las viejas fotografías de hace apenas 50 años se puede observar que su presencia no incluye a poblaciones que hoy hacen gala de su blancura; o bien el empleo de la cal se limita a la primera planta habitacional o al encuadre de los vanos de la fachada. Y en segundo lugar, tampoco es del todo cierta la imagen de una monocromía blanca absoluta. Por el contrario, aún en las fachadas, la combinación del blanco de la cal con marrones, ocres y otros colores suaves de puertas, cierres de ventanas y zócalos transmite el gusto por una policromía muy sutil, de contrastes atenuados que huye de cualquier monotonía ornamental. Pero si se rebasa el umbral de sus puertas, el interior termina por confirmar este placer por el uso de colores y los juegos de contrastes que crean: paredes, techos, suelos, enchinados, rebordes de los arcos ornamentales que separan las crujías, puertas de alacenas y chineros, marcos y puertas de habitaciones o escalones crean un juego de colores de notable vivacidad, delimitando espacios, funciones y significados de cada parte de la vivienda.
Las rejas forman igualmente parte inseparable de estas imágenes fotográficas y míticas ya creadas. Y a decir verdad, las rejas voladizas, encuadradas por poyetes y guardapolvos o las muy abundantes pero menos conocidas grandes rejas curvas almerienses que sobresalen a media ventana, constituyen uno de los elementos más interesantes y significativos de la arquitectura andaluza, tanto por su diversidad de formas y recurrencia por diferentes clases sociales "aunque con un notable predominio en las viviendas de medianos y grandes propietarios", como por su extensión geográfica. Lo que no significa que se extiendan por toda Andalucía: las rejas almerienses, con desigual profusión, las podemos encontrar en todas sus comarcas, mientras que la ventanas con poyete y guardapolvo van a ser utilizadas principalmente en las comarcas centro-meridionales de las provincias occidentales andaluzas, tomando como referencia simbólica las grandes poblaciones del entorno del valle y campiña del Guadalquivir, con prolongación hacia las comarcas del Aljarafe sevillano, el condado onubense, la serranía de Ronda y la vega de Antequera, pero sin que tampoco sea extraño encontrarlas en otros lugares tan alejados de esta zona, como pueda ser la comarca almeriense del Valle del Almanzora (Huércal Overa). Pero además, este tipo de ventanas sirve para dar pie a algunas de las explicaciones más llamativas acordes con la evolución de una cultura andaluza que, siendo respetuosa con su pasado musulmán más imaginario que real (patios, viviendas cerradas y vueltas hacia el interior), también expresaría, en contraposición, la apertura hacia una calle y plazas que irían cobrando en la evolución de los siglos posteriores una notable relevancia como espacios sociales; aunque de nuevo esta evolución se atemperaría, en relación con la permanencia de valores heredados de otros tiempos, cuando entren en juego las celosías, que, a su vez, vetarían las miradas de los viandantes hacia el interior de las casas.
Sin embargo, el cuidado, tamaño y número de las ventanas con este sistema de cierres va a ir menguando conforme se deja atrás la cuenca media y baja del Guadalquivir, y aún dentro de las poblaciones de este ámbito en las barriadas obreras o, incluso, entre una población y otra según sea su composición social y aumente en importancia el sector social jornalero. De hecho, frente a estas imágenes también deben reseñarse las de las fachadas de las viviendas jornaleras y aún de pequeños propietarios, extendidas por todo el territorio andaluz donde lo más significativo va a ser precisamente la escasez de vanos en sus fachadas, las pequeñas dimensiones de las ventanas y la carencia de rejas. Unos rasgos cada vez más difíciles de encontrar "por la acentuada desaparición de este tipo de viviendas siempre rayando con la marginalidad y por la profunda transformación a la que están siendo sometidas aquellas que se conservan", pero que en tiempos no muy lejanos constituye incluso una forma generalizada de construir, cuando a estas razones sociales se unen otros factores climáticos en comarcas como las Alpujarras, Los Filabres y, en menor medida, el marquesado de Zenete. De esta manera, si combinamos factores tales como la importancia que se da a la luz interior, los elementos y detalles ornamentales o la calidad de los materiales. hay que hablar más de una arquitectura tradicional diferenciada no tanto por la diversidad territorial (que la hay también por las razones referidas) como por la diversidad interna de la sociedad andaluza y su articulación en diferentes clases sociales.
Tejas. En cuanto al sistema de cubiertas, la teja curva o árabe en tejados a dos aguas va a ser la tipología más generalizada, pero no la única ni necesariamente la más significativa. En poblaciones costeras gaditanas y onubenses predomina la cubierta plana. Sin olvidar, por esta y otras muchas razones que enfatizarían sus rasgos musulmanes, la consabida arquitectura alpujarreña con su cubiertas aterrazadas de launa, un tipo de techumbre, que también se extiende por las comarcas granadinas situadas al norte de Sierra Nevada, y, sobre todo, por buena parte de las comarcas centro-meridionales almerienses, igualmente recubiertas de launas o royas. En medio de estas dos modalidades quedaría por nombrar la peculiar y sorprendentemente poco citada arquitectura de la comarca almeriense de Los Filabres, con sus cada vez más escasos tejados de grandes aleras de pizarra sobre unos muros igualmente de pizarra negra que en muchos casos "lo mismo que ocurriera con los muros de pizarra alpujarreños" son muy parcos en el recubrimiento de cal hasta hace algunas décadas "cuando no están pintados de azulillo al igual que los muros interiores", dando como resultado una arquitectura enormemente mimetizada con su entorno. Pero al mismo tiempo, como reflejo de la paradoja de establecer marcos tipológicos demasiado rígidos, en la misma provincia almeriense se encuentran algunos de los mejores ejemplos de la diversidad que caracteriza a la arquitectura andaluza: viviendas en cuevas de las comarcas del Almanzora, la arquitectura de muros y cubiertas de pizarra en Los Filabres, la arquitectura alpujarreña, la rotundidad de las formas cúbicas de las viviendas de cubierta plana de las comarcas del litoral y que se extienden hacia el interior a través de los campos de Tabernas y del Bajo Andarax; pero también en esta misma provincia existe una arquitectura de viviendas de dos plantas, fachadas blancas, ventanas enrejadas, tejados de cubierta a dos aguas con tejas curvas, que bien pudiera confundirse con la de cualquier pueblo de las provincias occidentales de Andalucía, como es el caso de las poblaciones de la comarca de Los Vélez o del extremo oriental de la comarca de Los Filabres.
Patio. Dicho todo lo cual, el empleo de la cal, la diversidad e importancia de las rejas como sistema de cierre de las ventanas, el predominio de la cubierta a dos aguas con teja curva con los condicionantes y excepciones referidas forman parte de la imagen de una arquitectura que se puede hallar en buena parte del territorio andaluz. No sucede así con uno de los componentes que se considera por antonomasia típicamente andaluz: el patio. La imagen estereotipada del patio como espacio articulador del edificio y centro de la vida familiar a la usanza del mundo árabe es referido como una constante en buena parte de los trabajos que tratan de definir la arquitectura andaluza. Sin embargo, esta afirmación, que sí sería válida para las viviendas de la alta burguesía andaluza, se irá haciendo más cuestionable conforme se desciende en la escala social y, desde luego, es altamente improbable en las viviendas de pequeños propietarios y, sobre todo, de la población jornalera que constituye la gran mayoría de la población andaluza hasta los años sesenta del siglo XX. Sin olvidar que aún en muchas de las casas de medianos y grandes propietarios tampoco suelen actuar como articuladores de la vivienda, ubicándose al fondo de la misma, comunicados con dependencias secundarias o de servicio que se abren, a su vez, a los corrales. Otra cosa es si en lugar de patios se habla de corrales: espacios abiertos, antaño fundamentales en estas viviendas, que en muchos aspectos comparten con el resto de las estancias habitacionales la condición de espacios plurifuncionales, algo que caracteriza el uso y la organización de buena parte de las dependencias de las viviendas tradicionales andaluzas, fundamentalmente entre los sectores jornaleros y de pequeños propietarios. Sin embargo, en el presente, en la medida en que estos corrales pierden su función primigenia y pueden ser destinados únicamente a usos habitacionales, se están transformando en patios, reacondicionándose para nuevos usos domésticos, incrementando su papel en el desarrollo de las actividades cotidianas e incluso modificando la redistribución de la vivienda hasta el punto de desempeñar un papel central: cuadras o leñeras son transformadas en cocinas, salas de estar y cuartos de baño, al tiempo que se abandonan las antiguas cocinas y los cuerpos de casa en los que se hacía la vida familiar se reconvierten para otros usos. De hecho, cuando no existen estos corrales abiertos, como espacios multifuncionales y redistribuidores de las correspondientes dependencias de servicio, la inserción de estas mismas dependencias en los esquemas planimétricos de una arquitectura monovolumétrica se convierte en uno de los principales rasgos diferenciadores entre las diferentes comarcas andaluzas: cuadras, pajares, leñeras "no así los graneros y secaderos, que por razones obvias se situarán en las plantas elevadas" ocupan la planta baja, desplazando la cocina y habitaciones a la primera (arquitectura alpujarreña, marquesado del Zenete), comparten la misma planta baja (norma bastante extendida en las provincias de Jaén, Granada y Almería), o bien ocupan una planta semisótano (Sierra de Aracena).
En cuanto a los esquemas planimétricos, la dificultad para establecer modelos definidos y más o menos extendidos desde un punto de vista formal se hará más compleja. Únicamente hay una cierta coincidencia entre los diferentes autores a la hora de hablar de un esquema básico y bastante impreciso que se caracterizaría por: simetría de fachada utilizando la puerta como eje referencial, planta rectangular en parcelas dispuestas en profundidad con crujías paralelas a la orientación de la calle, anchura reducida de estas crujías debido a las limitaciones impuestas por la escasez y las características de las especies arbóreas existentes en Andalucía, limitado tamaño de las viviendas con predominio de las construcciones de dos a tres cuerpos, cubiertas "con las excepciones referidas" a dos aguas sostenidas por armaduras de parhilera. Igualmente, también se daría un cierto predominio de las casas en doble planta, destinada la primera a vivienda y la segunda, conocida con el nombre de doblao, cámara o soberao, a diversas funciones, predominantemente a almacenaje. Sin embargo, cada una de estas generalizaciones, válidas en términos generales y que responden a unos esquemas bastante formalistas, debe servirnos para introducir las consiguientes matizaciones cuando las variables con las que las crucemos sean las clases sociales, sus condicionamientos económicos y el uso social y simbólico que se ha hecho de estas viviendas.
La distribución de las dependencias, según la imagen más tradicional, se haría a partir de un patio o pasillo, quedando el zaguán como el espacio acotado que serviría de encuentro entre la calle y la casa. Sin embargo, este esquema no es tan sencillo. Los zaguanes cerrados de cuidados techos, puertas y zócalos en las grandes casas se irán limitando progresivamente al cierre "con puertas o rejas" del tramo inicial del pasillo correspondiente a la primera crujía en las viviendas de los sectores sociales intermedios, o a su mera delimitación simbólica "generalmente por un arco ornamental", aunque formando parte del pasillo abierto; hasta su total inexistencia en las viviendas más humildes que carecen de zaguán y pasillo, comunicando la puerta de la calle directamente con la sala de estar-comedor. El pasillo, como eje centralizador y distribuidor de la planta, que se puede encontrar en las medias casas y pequeñas viviendas de doble crujía de la clase jornalera, sobre todo en las viviendas de pequeños y medianos propietarios donde alcance su mayor significación, cruza las dos o tres crujías de la vivienda para poner en comunicación la calle con el corral-patio, generalmente a través de un suelo enchinado que define su función a la vez de uso humano y para el tránsito de los animales que deben cruzar la casa camino de las cuadras. Sin embargo, en las viviendas de fuertes y grandes propietarios, el concepto de pasillo se difumina de nuevo, ya sea porque desde la primera crujía se da paso a un patio o portal distribuidor o porque su anchura alcance más bien la condición de una crujía transversal que organiza a partir de sucesivos portales las diferentes y especializadas dependencias de la casa: alcobas, salas, cuartos de lectura o de costura.[ Juan Agudo Torrico ].
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