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OLAVIDE, PABLO DE

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(lima, perú, 1725-baeza, jaén, 1803).  Jurista, político y escritor. Hijo de un emigrante navarro y nieto de un militar sevillano, don Antonio de Jáuregui, sus primeros años transcurren en su Lima natal. Estudia con los jesuitas, alcanzando el doctorado en Derecho en la universidad limeña de San Marcos, donde ejerce como catedrático de Teología a los 18 años. Dos años más tarde desempeña el cargo de oidor de la Audiencia de dicha ciudad. Sin embargo, su carrera se trunca al ser acusado de malversar fondos de la Corona destinados a la reparación de los daños causados por el terremoto que afecta a Lima en 1746. Huye precipitadamente del Perú y pasa varios años por las islas del Caribe desempeñando toda clase de actividades: ejerce como comerciante poco escrupuloso e incluso desempeña labores de espía hasta que en 1752 llega al puerto de Cádiz, con la esperanza de labrarse una nueva vida y que los malos momentos vividos quedasen al otro lado del Atlántico. Pasa por Sevilla y llega a Madrid, donde es detenido y sus bienes embargados, pero al contraer matrimonio con una rica viuda, sus dificultades desaparecen. Su esposa, profundamente enamora de él, pone a su disposición una fortuna de seis millones de reales, que le permiten vivir como un potentado y viajar por Francia, sin escatimar en gastos. Allí frecuenta la compañía de Voltaire, que lo conquista para las ideas de progreso que alumbran por entonces los llamados filósofos.

Regresa a España en 1765, imbuido de las nuevas ideas y con miles de libros en su equipaje, que son minuciosamente examinados por el Santo Oficio. No obstante, atrás habían quedado sus problemas con la justicia y el viento de la política había cambiado de dirección en Madrid. Entra en contacto con los hombres fuertes del gobierno, como Aranda y Campomanes, quienes, tras el motín de Equilache, le encomiedan la creación del Hospicio de San Fernando, destinado a atender a los más menesterosos de la corte. También ocupa el cargo de síndico personero del común, en el ayuntamiento de Madrid. Cumple su cometido a plena satisfacción, lo que trae como consecuencia que, en 1767, se le envíe a Sevilla como asistente, investido de la máxima autoridad. Que a Olavide se le den tales poderes, no sienta bien en los cerrados círculos de la aristocracia sevillana, ni tampoco en los ambientes eclesiásticos. Desde su cargo promueve iniciativas destinadas a desterrar costumbres que, en su mentalidad de ilustrado, resultan bárbaras.

Las Nuevas Poblaciones.  Lleva además la misión de establecer un importante número de colonos en las comarcas comprendidas entre el Guadalquivir y Sierra Morena, muy despobladas y dominadas por los bandoleros que ejercen sus actividades de forma casi impune. Para ello se le nombra superintendente de las Nuevas Poblaciones y gracias a su tenacidad la llamada colonización de Sierra Morena se convierte en una realidad: más de 6.000 colonos procedentes de las zonas católicas de Alemania son asentados en una serie de poblaciones. La colonización de Sierra Morena se convierte, probablemente, en la más importante de las empresas realizadas por los ilustrados españoles, bajo el reinado de Carlos III.

Impulsa, cumpliendo el programa de los ilustrados, la creación y constitución de la Sociedad Patriótica de Sevilla, nacida al calor de la potenciación de las Sociedades Económicas de Amigos del País. En 1768 promueve un Plan General de Estudios, con el objetivo de introducir reformas radicales en el sistema de enseñanza, lo que le acarrea la animadversión de amplios sectores del clero y de los sectores más conservadores. Sus enemigos, que son muchos y poderosos ?también lo son sus valedores?, van tejiendo una red en la que atraparle, hasta que consiguen que la Inquisición le abra un proceso por inmoralidad, al que se le añaden denuncias a lo largo de su tramitación.

Particularmente activos en este terreno se muestran las órdenes religiosas sevillanas, como los mercedarios, los capuchinos y los agustinos. Aparece un libelo en el que se le satiriza con dureza. Su vida es sometida a un minucioso examen. Se le acusa de poner en duda verdades admitidas por la Iglesia católica como el valor de las musas, el culto a los santos, la existencia del infierno o del pecado original, así como de poseer un cuadro de Voltaire en sus aposentos y algunas pinturas consideradas indecentes. También se le ataca por los planteamientos que había llevado a las Nuevas Poblaciones, donde prohíbe, por ejemplo, que haya imágenes de santos en la iglesia de La Carolina o que se venda la bula de la Santa Cruzada, e impulsa el teatro como escuela de buenas costumbres. Se le acusa, asimismo, de criticar el exceso de clérigos o de oponerse a las rogativas públicas.

Prisión. Se le encarcela de forma preventiva y está preso y humillado durante dos largos años, hasta que, en 1778, el juicio queda visto para sentencia, después de que testificasen amigos y enemigos. El resultado es una condena por hereje, infame y miembro podrido de la religión. Este auto de fe tiene una enorme repercusión en Europa, dada la calidad del inculpado, repercutiendo en una imagen muy negativa para España, que ofrece sus perfiles más negros, en un momento en el que las luces se abren paso en los círculos intelectuales de buena parte de Europa. La condena que se le impone es de ocho años de prisión en un convento, después de que se reconcilie con la Santa Iglesia Católica, según está estableciado, y de ser azotado por cuatro sacerdotes durante el rezo del Miserere. A lo largo de su encarcelamiento se le asigna un director espiritual para que le enseñe la doctrina cristiana, reza el rosario diariamente y tiene como lectura la Guía de Pecadores , de fray Luis de Granada.

Pablo de Olavide ha salvado la vida, quizá porque la Inquisición no se atreve a prender una hoguera donde, en el fondo, se quemaría toda la política ilustrada impulsada por el mismísimo Carlos III, pero se le humilla de forma dolorosa. Pasa por varias prisiones, hasta que en octubre de 1780 recala en Caldes (Gerona), cerca de la frontera francesa. Logra fugarse ?mucho se ha discutido si con apoyos desde las alturas? y se establece en Francia. Las autoridades españolas piden su extradición, pero en Francia no se le hace caso. Fija su residencia en París, donde se le considera poco menos que un mito viviente, víctima del oscurantismo. Vive en medio del reconocimiento público, rodeado de lujos, pero en 1783 opta por una vida más anónima. Se marcha de París poco después de estallar la revolución de 1789 y en abril de 1794, en pleno Terror, es considerado sospechoso por se natural de un país con el que Francia está en guerra. Después de estar detenido es puesto en libertad y se instala en Cheverny, donde se dedica a terminar una obra sobre la que lleva tiempo trabajando: El Evangelio en triunfo .

En 1798, gracias a la influencia de algunos amigos, Godoy le permite retornar a España. Tras una breve estancia en Madrid y una visita a El Escorial para agradecer a Carlos IV el permiso que le había permitido retornar a su patria, se instala en Baeza. Está obeso y lleno de achaques, ha perdido el porte de seductor que tenía en su juventud y madurez. Olavide vive cinco años en Baeza, aunque parece ser que realiza una escapada a Madrid en 1801. Muere el 25 de febrero de 1803 y es enterrado en San Pablo, pero su tumba todavía no ha podido ser encontrada.

 
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