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CAPUCHINOS |
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Orden religiosa. En 1212, San Francisco de Asís
funda la orden de frailes menores, extenso movimiento espiritual que se
propone el retorno a la vida apostólica, en su cotidiana y familiar
convivencia con Cristo, su vida de peregrinaje por este mundo y su modo
de evangelizar en forma personal y directa. Representa el reencuentro del
Evangelio y de la humanidad del Hijo de Dios, encarnado, despojado, pobre
y humilde. Esta primera fundación sufre, con el tiempo, numerosas
reformas que dan lugar a todas las "familias" de vida consagrada
derivadas del espíritu franciscano: los mitigados o conventuales, los
"espirituales", las congregaciones terciarias franciscanas, las clarisas
capuchinas "fundadas por Santa Clara de Asís", la orden franciscana
seglar y los capuchinos, nacidos a mediados del siglo XIV como reacción
al "conventualismo" de la Orden. Aspiran a una vida más coherente con los
orígenes franciscanos, una existencia de retiro, oración, pobreza,
fraternidad y austeridad. Quieren imitar a Francisco de Asís hasta en su
porte externo, por eso caminan descalzos, usan barba y llevan una túnica
con larga capucha puntiaguda. De ahí el apelativo de "capuchinos",
simplemente por reponer el hábito original en el que destaca un simple
capucho largo. En 1528, tras múltiples vicisitudes, los capuchinos son
instituidos jurídicamente como "frailes menores de la vida eremítica",
mediante bula de Clemente VII. En 1536 se fundan las nuevas
Constituciones, con referencia a Francisco pobre, humilde, alejado de
cualquier fascinación mundana, y con el empeño de retornar al anhelo de
soledad, pobreza y oración. Ya en 1570 se intenta instaurar la Orden.
Poco después, en 1575, el Consejo de Nobles, en una carta dirigida a
Roma, pide el envío de capuchinos a España, lo que se lleva a cabo con la
venia del gobierno y de la Santa Sede. En 1578, el padre Arcángel de
Alarcón, religioso español que reside en Nápoles como maestro de
novicios, llega a España junto a cinco compañeros y se establece en
Toledo. Con rapidez se suceden las fundaciones por toda la península y
muchos nobles visten el sayal capuchino.
Capuchinos en Andalucía.
La llamada "Custodia Bética", dependiente de la
provincia de Castilla, engloba en 1625 a los conventos capuchinos de
Antequera (1613), el primero que se crea en tierras andaluzas por obra
del padre Severo de Lucena, Granada (1614), Málaga (1619), Jaén (1621) y
Andújar (1622). Posteriormente, en 1637, se erige en provincia autónoma
debido a la notable extensión de la orden por toda Andalucía: cuenta con
14 conventos en otras tantas ciudades. El incremento de casas y personal
sucede a tal ritmo que en 1754 existe un total de 602 religiosos
distribuidos en 21 conventos, distinguiéndose los establecidos en
Castillo de Locubín, Ardales, Sevilla, Alcalá la Real, Córdoba, Écija,
Vélez-Málaga, Sanlúcar de Barrameda, Cabra, Cádiz, Motril, Granada "que
durante un tiempo posee dos conventos", Marchena, Ubrique, Jerez de la
Frontera y Casares. Asimismo, la orden dirige las residencias de Alhama,
San Fernando, Mámora, Melilla y Peñón de la Gomera, junto a las casas
establecidas en las misiones de Venezuela y Guinea.
La asistencia a los apestados es una conocida
característica de los capuchinos, inmortalizada por la novela
histórica
Los novios
, de Manzoni. Así, en la peste de Málaga de 1637, los
capuchinos de aquella ciudad toman prácticamente la dirección ordenando
hospitales, preparando comidas, administrando a los enfermos e incluso
enterrando a los muertos. Hay días en que un solo religioso lleva sobre
sus hombros 40 fallecidos a la sepultura. Mueren en aquella ocasión,
víctimas de la caridad, 20 religiosos. Otros 43 frailes pagan a la peste
el tributo de sus vidas en la epidemia de 1649, más 34 en la nueva oleada
de 1675-1678. En el siglo XIX la caridad de los religiosos para con los
apestados alcanza cotas de heroísmo. En la peste que devasta la Andalucía
de 1800 pierden la vida 31 religiosos. En la epidemia de Cádiz de 1810
sucumbirían tres religiosos más.
Desde 1638 la provincia andaluza celebra 66
"capítulos" o asambleas electivas, interrumpidas por la invasión francesa
y el decreto del Gobierno constitucional que prohíbe las elecciones
capitulares. En el año 1835 quedan suprimidas las órdenes religiosas y,
en consecuencia, desaparece la provincia capuchina de Andalucía. Sus
integrantes se ven obligados a emigrar a Francia o a las misiones de
América latina. La provincia es restaurada en 1898, siendo su primer
provincial el padre Ambrosio de Valencina (1859-1914). Está constituida
en aquel momento por un total de 70 religiosos, distribuidos en cuatro
casas. Actualmente, la orden capuchina se divide en cinco provincias:
Castilla, Navarro-Cántabro-Aragonesa, Cataluña, Valencia y Andalucía, con
un total de 1.144 religiosos. En nuestra comunidad autónoma el número de
religiosos es de 51 y existen casas en las siguientes poblaciones:
Antequera, Córdoba, Granada, Jerez de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda
y Sevilla (dos casas). La provincia ha fundado las Provincias de Santo
Domingo (República Dominicana) y Guatemala, hoy independientes. Junto a
un importante patrimonio artístico conservado en estos lugares, lo que
destaca en todos ellos es la vida contemplativa y de trabajo que ocupa
todo su quehacer religioso, compartido con las clarisas capuchinas
*
.
Como contribución a la cultura y formación cristiana
de las familias, los capuchinos andaluces editan desde 1899 la
revista
El Adalid Seráfico
, fundada por el padre Ambrosio de Valencina. Además,
en el año 1970 se comienza a montar una Biblioteca Provincial, donde se
coleccionan ediciones raras, antiguas y curiosas, a base de los fondos
existentes en las diversas bibliotecas de los conventos de la provincia
andaluza. Tanto esta biblioteca como el archivo general de la provincia
se hallan establecidos en el convento de Sevilla, sede asimismo de la
Curia o gobierno de la provincia. Un lugar repleto de testimonios y en el
que se puede encontrar una imagen de gran tradición popular y predilecta:
el predicador capuchino, recorriendo descalzo la variada geografía
andaluza. Su austeridad y pobreza, su evangélica e ingenua
intransigencia, amén de su espontáneo fervor, son los rasgos
inconfundibles de la imagen clásica del capuchino hasta nuestros
días.
Predicadores históricos.
Se podría citar una larga lista de ilustres
peregrinos que visten los hábitos franciscanos con el firme propósito de
alimentar la piedad del pueblo. Capuchinos como el padre Francisco de
Sevilla (1558-1615), conocido como el "águila de los predicadores", el
padre Agustín de Granada (1583-1634), cuya intensa vida evangelizadora le
distingue como el "apóstol de Cataluña"; el padre Pablo de Cádiz
(1640-1694), iniciador y propagador del rezo público del rosario y
fundador de innumerables cofradías de esta devoción; o el padre Francisco
de Jerez (1613-1684). Este último ocupa un lugar privilegiado en la
historia de la provincia capuchina andaluza: dos veces definidor de la
orden, en el cónclave de 1676, a la muerte de Clemente X, obtiene cinco
votos para sucederle en el pontificado. Entabla una gran amistad con el
pintor Murillo, a quien inspira algunos de sus lienzos "es retratado por
el maestro en un lienzo que se conserva en el convento capuchino de
Sevilla", e inicia la tradición de predicar los capuchinos el primer
lunes de cuaresma en la catedral de Sevilla. Por estos tiempos se acomete
la iniciativa del convento de San Diego, situado antiguamente en el
sevillano Prado de San Sebastián, que en 1613 exalta por primera vez la
Pureza Original de María, designando la fecha del 23 de enero de 1615
para procesionar la imagen de la Purísima por las calles
sevillanas.
En la primera mitad del siglo XVIII toma auge un
género especial de predicación, característico de los capuchinos
andaluces: la llamada "predicación en plaza", que se dirige
particularmente a la evangelización de los que no asisten a las iglesias.
Entre los religiosos que practican con mayor fortuna este ministerio se
encuentra el padre Isidoro de Sevilla (1662-1750), cuya devoción mariana
le lleva a fundar en Sevilla el 8 de septiembre de 1703 una nueva
advocación de la Virgen, la Divina Pastora, cuyo estandarte, pintado por
Tovar, le acompaña siempre en sus misiones. La nueva devoción goza de la
más favorable acogida popular, extendiéndose rápidamente por España, de
donde pasa a América y a la Italia meridional. Desde entonces todas las
misiones capuchinas están presididas por la imagen o el estandarte de la
Divina Pastora, en cuyo honor se establecen incontables cofradías,
altares e iglesias. Es declarada Patrona universal de las misiones
capuchinas por el capítulo general de la orden en 1932. En no pocos
lugares, además, es celebrada como Patrona del deporte.
Sobre todos los predicadores populares, por su fama y
por su santidad, descuella en el último cuarto del siglo XVII la figura
del beato Diego José de Cádiz
*
. La bandera de Fray Diego es dignamente llevada por
dos grandes predicadores de plaza. El primero de ellos es Fray Salvador
Joaquín de Sevilla (1767-1830), el padre Verita, autor de la famosa
"Colección del fraile", cuyo verdadero título es
España triunfante de Napoleón, la Francia y todos
sus enemigos
. Contemporáneo suyo es el otro heredero del beato
Diego de Cádiz, el padre Mariano de Sevilla (1767-1823), quien tiene una
destacada actuación en los sucesos de la Guerra de la Independencia,
primero en Sevilla y luego en Cádiz, donde es proclamado por el pueblo
asesor del gobernador de la ciudad y miembro de la Junta.
Más cercanos a nuestro tiempo se encuentran el beato
granadino Fray Leopoldo de Alpandeire
*
, cuya devoción desborda los límites de Andalucía; el
padre Juan Bautista de Ardales, exhaustivo investigador de la devoción a
la Divina Pastora; y el padre Serafín de Ausejo
*
, pionero en España de la nueva orientación de los
estudios bíblicos.
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