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FIBRAS VEGETALES, ARTESANíAS DE

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 Las fibras vegetales son los primeros materiales que el hombre toma de la naturaleza para la fabricación de utensilios. Su generosa disponibilidad, la facilidad para la recolección y el escaso tratamiento que requieren para su manipulación son factores determinantes para la pronta generalización de los trabajos con fibras vegetales, con independencia de su variedad específica. Cada entorno ecológico suministra sus propias especies vegetales, y son muchas y muy distintas las que pueden hallarse en el extenso territorio andaluz: esparto, mimbre, caña, vareta de olivo, paja, enea, palma, pita, junco y tantas otras; unas especies propias de climas soleados que contrastan con la utilización para estos menesteres de tiras de madera flexible, propia de la España húmeda.

Todas ellas comparten el entretejido de la fibra como proceso de elaboración, una técnica luego asimilada en los trabajos textiles, con la que se consiguen unas formas que más tarde la cerámica reproducirá. No obstante, mientras telares y alfares llegan a convertirse en oficios profesionales, lo corriente en la práctica de las artesanías vegetales ha sido siempre su dedicación temporal, compaginada con las tareas agrícolas y las propias del hogar; ocupaciones con las que autoabastecerse de objetos necesarios para la vida doméstica y laboral, además de obtener algún ingreso suplementario.

Combinando la variedad de las especies con la diversidad de productos susceptibles de ser realizados con ellas y con las peculiaridades formales y funcionales que demandan las faenas específicas y características de cada localidad, resulta un repertorio casi infinito de piezas artesanas, muchas de las cuales han llegado a caracterizar a alguna población determinada, siendo por ello parte integrante de su tradición cultural.

Con la mecanización de las tareas agrícolas y ganaderas, sobre todo a mediados del siglo XX, comienza la obsolescencia de multitud de las aplicaciones hasta entonces imprescindibles, agravada por el consiguiente éxodo rural y rematada por la llegada de nuevos materiales, fundamentalmente el plástico. El resultado es la decadencia generalizada de todas las artesanías que trabajan con fibras vegetales ante la progresiva caída de la demanda de sus productos. Sin embargo, tras años de crisis, en los últimos tiempos se asiste a una puesta en valor de estos productos, dentro de un nuevo mercado que reclama objetos decorativos con sabor rural. Como en tantos otros casos, las piezas se reajustan para nuevas finalidades y se reubican en nuevos entornos.

De esta manera, es fácil encontrar aparejos de caballería, capachos, canastos, serones, cestos, soplillos, aguaeras y tantos productos ya vacíos de utilidad expresa, actuando como ornamento de ambientes rústicos, al tiempo que pervive otra serie de objetos funcionales, a los que se les ha potenciado justamente su carácter estético: esteras, cortinas, salvamanteles, forros de botellas...; una moda en pleno auge debido a la continua rehabilitación de casas rurales ofertadas al turismo.

En esta línea habría que encuadrar, por ejemplo, el reclamo de sillas con asiento de enea, porque si bien su uso doméstico es completamente desbancado por el mobiliario fabril, en Andalucía han seguido manteniendo un uso simbólico en establecimientos públicos, casetas de feria, patios y cualquier otro lugar donde se busca recrear un ambiente tradicional. Tampoco cabe olvidar la resemantización de productos como las alpargatas de esparto o cáñamo, hoy incluidas entre los calzados habituales para el ocio. Mejor adaptación todavía han tenido los trabajos de mimbre o caña, antes centrados en infinidad de recipientes indispensables y hoy reconvertidos a detalles decorativos, además de conseguir asentar la moda del mobiliario realizado por entero con estos materiales. Todo ello viene a demostrar, además, la flexibilidad y variedad de productos susceptibles de ser trabajados con fibras vegetales, desde la genérica cestería hasta los propios de carpintería, pasando por indumentaria, zapatería, materiales constructivos o elementos ornamentales.

Estos cambios van inevitablemente acompañados de la variación en las vías de aprendizaje de las técnicas y secretos de elaboración: antes reservadas al ámbito familiar y hoy crecientemente institucionalizadas en organizaciones tales como las escuelas-taller. Y del mismo modo se han modificado los cauces de comercialización, con el asentamiento de la figura del intermediario que compra todo tipo de piezas para surtir a los comercios, sobre todo los ubicados en las principales rutas turísticas. En general, sólo se mantiene la relación directa con el comprador cuando los propios artesanos han convertido la actividad en su modo de vida y han instalado talleres de producción y venta.

Con todo ello, quedan cada vez más lejanos los tiempos en que era predominantemente la población gitana la protagonista de estos quehaceres, sea establecida en poblaciones concretas, sea como trabajadores ambulantes. De hecho, los trabajos con fibras vegetales siempre han permitido una movilidad imposible en otros oficios de complejo o pesado instrumental o que requieren instalaciones permanentes, como los hornos.

La recolección de la materia prima es siempre la primera tarea de estos artesanos. A excepción del mimbre, que prefiere la primavera, la práctica totalidad de fibras vegetales que se trabajan en Andalucía se recogen en los meses de verano, normalmente con la mera ayuda de una hoz o una navaja. En la actualidad, sin embargo, los artesanos dedicados a estos oficios ya no suelen recolectar ellos mismos, puesto que también se ha canalizado su distribución comercial. Así, la enea de la localidad sevillana de Coria del Río, ribereña del Guadalquivir, o el mimbre de las cordobesas Dílar y Priego, llegan no sólo a los centros andaluces sino que también surten a gran parte de España. Únicamente cuando el artesano precisa surtirse de la pequeña cantidad de material necesaria para sus trabajos esporádicos, continúa con las técnicas tradicionales de autoabastecimiento, aunque en los últimos años está topando con la barrera legal que suponen las prohibiciones expresas que recaen sobre áreas con protección patrimonial, lo que obliga a permisos administrativos que constituyen trámites que no todos los viejos artesanos son capaces de remontar.

Tras la recolección y apilamiento en manojos o gavillas, las fibras tienen que ser sometidas a un adecuado periodo de secado para orearlas y blanquearlas antes de ser almacenadas en lugares convenientemente carentes de humedad. Previamente, algunas de ellas reciben un tratamiento diferenciado. Así, por ejemplo, el esparto, aunque puede ser utilizado en verde para los trabajos bastos, lo normal es orearlo durante unos días o incluso dejarlo curar tendido al sol hasta que amarillee; o bien puede cocerse, dejándolo en remojo durante dos o tres semanas para favorecer el deshilado de las fibras. La palma, por su parte, se blanquea en un baño de azufre y también suelen colorearse algunas hojas con anilina, con idea de combinar después los motivos decorativos. El mimbre, al ser un material de mayor dureza, hay que ablandarlo en agua durante varias horas antes de proceder a desprenderle la piel y dividirlo en tiras a propósito para el trabajo, aunque también precisa el blanqueado al sol, hoy sustituido por baños industriales de hipoclorito sódico. A su vez, la caña se raja igualmente en tiras longitudinales, pero sólo se pelará en el caso de que vaya a ser teñida. Emparentado con ella, el bambú es otra fibra que precisa su corte en tiras, que en la actualidad se adquieren ya preparadas procedentes de los países orientales, justamente de donde vinieron muchas de estas especies para extenderse por toda la región mediterránea. Por contra, nuestra vareta de olivo no suele almacenarse sino que siempre se trabaja inmediatamente a la recogida, tras dejarla secar durante unos días, ya sea pelada o con su propia corteza verdosa.

Es en el momento de iniciar el trabajo cuando habrá que remojar las fibras para aportarles elasticidad. El proceso básico de fabricación consiste, como se ha mencionado, en el tejido de las fibras, jugando con múltiples y variadas técnicas, diferentes puntos e infinitas combinaciones. Entre las formas de proceder más habituales están los trabajos en espiral, los cordados, los entrelazados, los trenzados, los aspados y muchos otros.

Ciertamente, todavía pueden encontrarse en Andalucía bastantes artesanos y artesanas, por lo general de edad avanzada, practicando en sus domicilios el milenario arte de elaborar objetos con fibras vegetales, sea para ocupar creativamente su tiempo, sea para ofrecerlos en venta a compradores ocasionales o a comercios concertados. Pero parece claro que la gran mayoría de sus descendientes ya no saben o no quieren continuar la práctica de esos concretos conocimientos.

De igual manera, los muchos talleres profesionales que fueron estableciéndose en numerosos puntos de nuestra geografía van reduciendo progresivamente su número. En esparto, es Andalucía oriental la que más ha sobresalido: Almería, Granada, la Serranía de Ronda y localidades concretas como Montoro y Puente Genil, en Córdoba, o Jódar en Jaén. Actualmente, la jiennense Peal de Becerro destaca por la utilización del sisal para elaborar objetos tradicionalmente trabajados con esparto. En palma, son Niebla y La Palma del Condado, en Huelva, las que destacan, así como Vejer de la Frontera y La Línea de la Concepción, en Cádiz, y todo el litoral occidental malagueño. La enea, por su parte, destinada al trabajo específico de echar los asientos, sigue ocupando a bastantes manos artesanas alrededor de los lugares donde se fabrica el esqueletaje de madera, despuntando en este sentido la serrana Galaroza, en Huelva, y habría asimismo que mencionar a Lebrija, en Sevilla; Cabra y Castro del Río, en Córdoba; Guadix, en Granada, y también Vélez-Málaga. La capital malagueña, además, sobresale por sus trabajos de rejillas de juncos, aunque, a comienzos del siglo XXI sólo sobrevive un taller, ya casi centenario. De otro lado, el nombre propio del mimbre se sitúa sin duda en la granadina Lanjarón, donde se mantiene la especial dedicación de la población gitana, sin olvidar otros puntos como Los Villares, en Jaén. Por último, la fama de las producciones de caña siempre ha llegado de Sanlúcar de Guadiana, en Huelva. [ Esther  Fernández  de Paz ].

 

 
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