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BELMONTE, JUAN

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(sevilla, 1892-1962).  Matador de toros, de nombre Juan Belmonte García, considerado por muchos autores, aficionados y toreros un revolucionario de la Fiesta y padre del toreo moderno. Nace en el barrio de La Alameda, en el número 72 de la calle Feria, el 14 de abril de 1892, aunque pronto su familia se traslada al barrio de Triana, donde vive toda su niñez. Allí conoce la muerte de su madre y, tímido y solitario, se refugia en la lectura. El hijo del quincallero devora todos los libros que caen en sus manos y se sumerge con fruición en las historias, a veces de aventuras fantásticas, que ellos cuentan. Al mismo tiempo echa una mano en el negocio familiar, que poco a poco se resiente al tiempo que la familia crece: su padre se vuelve a casar con la hermana de su anterior esposa y a los cuatro hijos del primer matrimonio une ocho más. Pero Triana abre ante los ojos de Belmonte un nuevo universo, el de los toros, que el torero verá pronto como una salida economica para levantar la cada vez más precaria situación que sufre una familia numerosa como la suya.

La familia se había instalado en un corral de vecinos de la calle Castilla y muy cerca de allí, en el puesto de agua de San Jacinto, contacta con jóvenes aficionados al toro. Escucha, esta vez de viva voz, historias sorprendentes de toreros y otras no menos fantásticas de maletillas que se lanzaban a la aventura de buscar fortuna por las capeas de los pueblos. La curiosidad de Belmonte por las cosas del toro crece alimentada por este ambiente, en el que por primera vez oye hablar del héroe taurino del barrio, Antonio Montes, el torero del que todos elogiaban su quietud en un tiempo en el que el toreo todavía se hacía sobre los pies. Montes clavaba los talones en el suelo y jugaba los brazos, escuchaba decir el joven Belmonte que apenas tiene 15 años recién cumplidos. Más tarde reconocería en un artículo que nunca vio torear a Antonio Montes, torero muerto de forma trágica por el toro Matajacas en México el 13 de enero de 1907, quizá con la intención de descartar influencia alguna en la que más tarde sería su revolución: parar, mandar, templar.

Envuelto y encantado por este ambiente taurino que respira Triana, Juan Belmonte tiene su primer contacto con el ganado en la Venta de Cara-Ancha, donde por poco dinero dejaban a los aspirantes a torero pegarle unos pases a una becerra. Tras esa primera prueba de fuego, Belmonte vive la aventura del toreo nocturno en la Dehesa de Tablada, escuela de torerillos que, como él, necesitan aprender el oficio frente al ganado. Mucha tinta se ha derramado sobre este capítulo de la vida torera de Juan Belmonte. Eso de cruzar el río para buscar el cuerpo a cuerpo con la fiera, burlando la vigilancia de los guardas y alumbrados por la luna y algunas lámparas de carburo -según los distintos relatos-, se presta a la literatura, a la fantasía novelesca, pero desde un punto de vista puramente taurino lo que Belmonte encuentra en aquellas llanuras es una escuela de toreo. Allí intuye y fragua lo que luego sería la técnica de su toreo: había que ponerse cerca, atemperar la embestida e impedir que el animal se fuera, para lo que era preciso encadenar (ligar) los muletazos sin apenas mover los pies, basando el toreo en el movimiento de los brazos.

Pronto aparece en escena José María Calderón, amigo del padre de Belmonte que había sido banderillero de Antonio Montes. Calderón promete ayudarle y lo lleva a su primer tentadero en la ganadería de Félix Urcola, donde Belmonte causa buena impresión. A renglón seguido llega el debut de luces, que tiene lugar en Elvas (Portugal) el 6 de mayo de 1909 en una corrida a la portuguesa, con los toros embolados y sin muerte. A esta primera vez se une una novillada en Arahal (Sevilla) el 24 de julio de 1910, donde resulta herido en una ceja, otra más en Guareña y una cuarta en Constantina. Con este escaso bagaje, y apadrinado por Daniel Herrera, Belmonte debuta por fin en la Maestranza sevillana, donde alterna con Bombita IV y Pilín enfundado en un terno que pide prestado a Calderón. Al final de la faena le llevan a hombros hasta su domicilio. Sin  embargo, la repetición en esta plaza no llega hasta un año después, el 30 de julio de 1911. Es en este festejo cuando la desesperación y la rabia del torero causada por su desacertada actuación "escucha hasta cinco avisos- le lleva a arrodillarse delante del novillo y a gritarle: "Venga ya, asesino, mátame", tal y como relata Manuel Chaves Nogales en su biografía novelada del Pasmo de Triana.

La carrera de Belmonte, sus aspiraciones toreras, podían haber quedado ahí. El diestro incluso tiene que ponerse a trabajar en la corta de Tablada para llevar algún dinero a casa. Pero un golpe de suerte cambia el sino de su aventura torera. Va como sobresaliente a una novillada en Castellón donde, por cogida de un compañero, tiene que torear. Lo hace con tanto éxito que firma su debut en Valencia en una novillada económica el 26 de mayo de 1912. Resulta herido, pero ya se habla de su toreo "revolucionario". En junio repite y el triunfo es mayor: Valencia se confirma como ciudad clave en su lanzamiento. Con cierto ambiente, vuelve a Sevilla y el 21 de julio de 1912 le anuncian con una novillada del Duque de Tovar que supone su despegue, pues, con la plaza llena, Belmonte es aclamado por la afición. Sale por la Puerta del Príncipe y lo llevan a hombros hasta su casa de Triana. Con el dinero que reúne en estos festejos, apenas 70 duros, saca a sus hermanos del asilo en el que se encuentran por las carencias económicas de la familia.

Un toreo distinto. Belmonte se convierte en novillero puntero del momento y se presenta en Madrid el 26 de marzo de 1913. Al final de la novillada se habla de su toreo "distinto" e "imposible" y de las seis verónicas que dio "sin enmendarse". Otros sólo se referían a su "temeridad". Tanto impacta que un grupo de intelectuales liderado por Valle Inclán le prepara un homenaje en el parque del Retiro. En la convocatoria se definía Belmonte como "una manifestación estética nada despreciable". Es por esta época cuando el sentencioso Guerrita dice: "Quien quiera verlo, que se dé prisa porque así no se puede torear", en clara referencia al terreno que pisa Juan. Precisamente esa forma tan arriesgada de torear le propicia numerosas cogidas, tanto es así que no torea más de una treintena de las 117 novilladas que tenía contratadas. Por encima de fechas y datos, en estos primeros momentos se fragua en el capote y la muleta de Belmonte el paso del toreo decimonónico al toreo moderno, la revolución belmontina, apoyada en dos conceptos básicos: la quietud y el temple. Luis Bollaín, uno de los periodistas que mejor conoció a Belmonte, lo define así: "Templar es armonizar, hacer concorde, poner al mismo ritmo el movimiento del engaño y la embestida del toro, de tal suerte que el toro siempre tenga a su alcance la tela, pero no logre alcanzarla nunca".

Y llega la alternativa. El 16 de octubre de 1913 se la da en Madrid Machaquito, que se retiraba esa misma tarde, y Rafael El Gallo. El toro de la alternativa se llama Larguito y lleva el hierro de Olea. Precisamente el ganado falla esa tarde y el público de Madrid sale decepcionado, aunque hay críticos que ponderan la actuación de Belmonte. Don Modesto se reafirma en el apelativo de Fenómeno, que da uso para referirse a Belmonte en su época novilleril. Acabada la temporada en España, Belmonte no quiere perder ni un momento: embarca hacia América. Llega a México, donde torea 18 corridas en los meses de noviembre, diciembre, enero y febrero. Siete de estas tardes las comparte con Rodolfo Gaona, la máxima figura mexicana, y las aprovecha todas para convertirse en ídolo de la afición azteca. También Belmonte coge más soltura y oficio delante del toro, bases claves para la temporada que se avecina en España, la de 1914.

Belmonte y Joselito.  Año clave en la historia del toreo, en 1914 se encuentran por primera vez en la plaza los dos astros del momento: Joselito y Belmonte. José es el toreo enciclopédico, el dominio absoluto; Belmonte, la revolución, el impacto. Se ven las caras el 21 de abril en Sevilla, acompañados por Rafael El Gallo y con una corrida de Miura en los chiqueros. Comenzaba una competencia anunciada "el menor de los Gallo era ya figura del toreo" que terminaría por ser histórica y por dar nombre a una época del la Fiesta: La Edad de Oro del Toreo. En esa cuarta corrida de la Feria de Abril, Belmonte, que había llegado maltrecho por una voltereta reciente, estuvo pletórico, tanto que llega a cogerle un pitón a uno de los toros de Miura, lo que provoca un tremendo disgusto a don Eduardo, por minar ese gesto de poderío torero su bien ganada fama de criador de toros indomables. El enfrentamiento de Sevilla tiene continuidad en Madrid el dos de mayo. Belmonte responde al envite de José. La rivalidad se consolida y la Fiesta recibe, de la mano de estos toreros, la fuerza necesaria para captar la atención del público en este arranque del siglo XX. La afición se parte en dos, los gallistas y los belmontistas, y la pasión inunda los tendidos. 1915 es el año de Joselito y Belmonte. Comienzan toreando juntos muy pronto, el 28 de febrero en Málaga, y lo hacen en 85 tardes a lo largo de la temporada, lo que da una idea del interés del público por verles.

El escritor Pepe Alameda, uno de los que mejor han explicado la evolución del toreo, explica de forma magistral y hasta poética el contraste entre estos dos toreros. "La aparición de Joselito "rey de la luz", produjo júbilo. La de Belmonte "señor de las tinieblas", asombro. José parece una superación: Maravilla, le dijeron. Juan, como un fenómeno: Terremoto, le llamaron", escribe en su libro El hilo del toreo , a lo que añade: "Es una hora estelar del toreo. En la que Belmonte demostrará que lo suyo nadie es capaz de igualarlo "todavía no lo ha sido-; y Joselito, que es capaz de encontrar el camino para toda una época".

Con el paréntesis de 1916, marcado negativamente por una cornada sufrida en La Línea, la evolución de su toreo alcanza el grado máximo en 1917, el año más brillante de su trayectoria profesional, como coinciden en destacar todos sus biógrafos. En el que se llamó "el año de Belmonte", Juan torea 97 corridas, estoquea 206 toros y en casi 90 tardes tiene a Joselito como compañero de cartel. Belmonte ya tiene el oficio bien aprendido, por lo que los toros lo cogen menos. Al finalizar esa temporada viaja a Perú, donde estaba contratado para matar nueve corridas en la plaza de Acho, en Lima. Allí conoce a Julia Cossío, con quien se casa por poderes, aunque Belmonte ya era padre de un hijo natural que más tarde reconocería y que llegaría a ser matador de toros, Juan Belmonte Campoy. Pero la noticia de la boda llega a España aparejada a otra no tan feliz: Belmonte pensaba retirarse. No fue así, pero en 1918 sólo torea en América, para regresar a los ruedos españoles en febrero de 1919. Ese año marca Belmonte un hito en el toreo al sumar 109 corridas, cifra no superada por torero alguno hasta la llegada de Manuel Benítez El Cordobés. Pese a ser un año pletórico en lo profesional, a Belmonte parece desmotivarle tanto dominio sobre los toros. Se lo cuenta a varios de sus biógrafos: torea como "un deber laboral". Algunos lo interpretan como una angustia, como la antesala de la depresión que desemboca en el trágico final de 1962, cuando el torero se suicida en su finca de Gómez Cardeña.

En el año 1920, Belmonte queda marcado por la trágica muerte de Joselito en Talavera de la Reina. Tanto José como Juan notan ya que el público se vuelve hostil e incluso les culpa a ellos dos de todos los males de la Fiesta. Este cambio de actitud lo refleja Belmonte con claridad: "Los públicos comenzaban a cansarse de ambos". En Madrid, Joselito, ante la ira del respetable, plantea a Belmonte no volver a esa plaza por algún tiempo. Joselito no volvería más porque en Talavera de la Reina, la tarde del 16 de mayo de 1920, le esperaba la muerte en las astas del toro Bailaor. La increíble noticia da la vuelta al mundo taurino y Belmonte acusa el golpe. Sin embargo, lejos de cumplir los rumores que se extienden sobre su retirada, Belmonte sigue en activo esa temporada. Pero no tardaría en tomarse un respiro y, tras actuar en América en 1922, deja de torear. Cuando vuelve a pisar un ruedo, lo hace a lomos de un caballo: Belmonte prueba suerte como rejoneador.

La reaparición de luces se produce el 25 de mayo de 1925 en Alicante. Muchos se cuestionan la vuelta de Belmonte: ¿lo hace por dinero" Aunque el torero insiste en la necesidad de "dar rienda suelta a mi afición", lo cierto es que ese año vuelve amparado por la primera exclusiva que se firma en la historia del toreo. Eduardo Pagés le ofrece 25.000 pesetas por corrida. En esta temporada aparece un Belmonte depurado. Lo cuenta José María de Cossío: "El público veía ahora a un Belmonte maestro y perfecto, sin patetismos inútiles interpretando las eternas leyes del toreo con insuperable estilo". Pero Belmonte estaba solo y no iba a aguantar mucho más. En 1927, después de torear 35 corridas, se vuelve a retirar.

Retirada definitiva. Lo que parecía el adiós definitivo queda interrumpido en 1934, año en el que también vuelven a los ruedos Rafael El Gallo e Ignacio Sánchez Mejías. Belmonte reaparece en Nimes (Francia) y torea más de 30 corridas. Consigue triunfar en Madrid a final de temporada y al año siguiente torea muy poco. Consta como su última tarde de luces la del 29 de septiembre de 1935, acartelado con el Niño de la Palma y Manolo Bienvenida, aunque luego torearía festivales tanto a pie como a caballo. La estadística habla de 644 corridas y 1.429 toros estoqueados.

Pero en Belmonte la estadística es lo de menos. Lo importante es que, sin Belmonte, el toreo actual posiblemente no sería como es. Existe un antes y un después de la aparición del hijo del quincallero, del torerillo que hacía la luna en Tablada. Juan Belmonte ocupa un terreno que antes todos pensaban que era del toro y destroza aquella máxima que sustentaba el toreo decimonónico que decía: "Cuando viene el toro, o te quitas tú o te quita el toro".Por eso su toreo impactaba tanto: estaba lleno de un dramatismo nunca antes visto, lo que el propio torero define como "el acento personal", a lo que añadía: "El toreo es una fuerza del espíritu".

Ya fuera de la profesión, Belmonte se retira al campo. En su finca Gómez Cárdeña se siente a gusto. Monta a caballo, acosa "tiene una gran afición a la garrocha-, y dirige los tentaderos de su ganadería, donde torea de vez en cuando para asombro de todos los presentes. También frecuenta en Sevilla la tertulia del bar Los Corales, donde acuden aficionados y a menudo su amigo El Gallo. Pero el torero comienza a sentir la soledad. Mueren dos de sus hermanos, su íntimo Rafael El Gallo, Julio Camba, Daniel Herrera, Pérez de Ayala... Sus amigos intelectuales envejecen. La cercanía de estas muertes merman su estado anímico. El dios de los ruedos sucumbe a los efectos de una depresión, alimentada por el hecho de que los médicos le diagnostican una arteriosclerosis complicada con insuficiencia coronaria. Testimonios de personas cercanas apuntan a queEl Pasmo no asimila la merma física de la vejez y hasta el último día de su vida lucha contra ellos. Tanto es así que antes de suicidarse, Belmonte pasa tres horas a caballo acosando becerras junto al mayoral de su ganadería, Diego Mateos. Éste desmonta el mito de que el torero echara pie a tierra para darle unos muletazos a uno de los animales.Belmonte, en contra de esta leyenda, no torea antes de quitarse la vida.

En la tarde del domingo 8 de abril de 1962 llega el final. Con la caída de la tarde acaba la vida de Belmonte. Utiliza un revólver que el torero poseía desde su época de novillero. Un solo balazo en la cabeza y una nota escrita de su puño y letra: "Que no se culpe a nadie de mi muerte". Acabó la existencia del torero a quien un día Valle Inclán le dijo: "No te falta, hijo, más que morir en la plaza", a lo que Belmonte respondió con el famoso "se hará lo que se pueda". [ José Enrique Moreno Zaragoza ].

 

 
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