(granada, 1946-2000). Cantautor. Nombre artístico de José Carlos Cano Fernández. Hijo de una familia represaliada por la Guerra Civil. Desde su juventud, ya cuando abandona los estudios, siente la llamada de la música. En ese periplo inicial en el que se siente desorientado en una ciudad andaluza que le ofrece escasas perspectivas de trabajo, emprende en 1964 su aventura de emigrante, que le lleva en estancias cortas por Suiza, Holanda, Francia o Alemania, aunque en realidad su deseo es vivir como un vaquero con camisa de cuadros en Canadá. Permanece siempre en contacto con su ciudad, el cordón umbilical que le mantendrá unido a los orígenes y que marcará, como en el poema de Constantino Cavafis, su destino ""No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares./ [...] Siempre llegarás a esta ciudad./ Para otra tierra "no lo esperes" / no tienes barco, no hay camino""; conecta con Juan de Loxa, impulsor de la joven vanguardia literaria y musical, heredera de los brotes renovadores de la Granada de Federico García Lorca y Falla. De esa magia creadora de Juan de Loxa surge una vanguardia literaria y musical, llamada a remover los cimientos culturales de Granada. Nace Poesía 70 y Manifiesto Canción del Sur, el grupo en el que Carlos destaca como una pieza clave junto a Antonio Mata, Ángel Luis Luque, Antonio Titos, Enrique Moratalla, Raúl Alcover, Miguel Ángel González o Enrique Valdivieso. En solitario o con el colectivo, ofrece sus primeros recitales, en los que da a conocer sus primeras creaciones, siguiendo la estela de Violeta Parra, a la que siempre considerará su maestra, Joan Baez, Bob Dylan o Paco Ibáñez. El salto a París para participar, junto a una embajada cultural granadina, en el homenaje a García Lorca en la sede de la Unesco en 1972, es un paso decisivo en su desarrollo vital y profesional porque le abre ya la vía para dedicarse profesionalmente a la música. Sus sueños de artista los convierte en una profesión, aún más cuando tiene necesidad de afrontar su nueva situación de casado y padre de familia.
La verdiblanca. Como trabajador por Europa y Cataluña, experimenta en sus carnes la condición de andaluz expulsado de su tierra. A partir de su pasaporte de emigrante, con esas vivencias tremendas, indignado por cada historia que vive o le cuentan, se sitúa en el camino, en la ruta del trovador, que desea contar cuanto ve y cuanto siente. Para Carlos es fundamental conocer la historia del pueblo andaluz fuera de sus fronteras. En Barcelona, donde proyecta estudiar electrónica y acaba de albañil, encuentra las luces que buscaba para atravesar su propio túnel. Ve en Joan Manuel Serrat, por su proximidad al espíritu de la copla, y en Lluís Llach, dos modelos de cantautores. Invitado a la casa de unos emigrantes andaluces, Carlos pregunta por "un trapo" que ve colgado de la pared. Se encuentra así con la bandera andaluza. Buscaba una seña de identidad y se la topa de bruces. Constata, además, un fenómeno que venía percibiendo desde su salida de Granada: cómo todos esos emigrantes que conoce se sienten andaluces en cualquier lugar del mundo. Nace la canción "Verde y blanca", la primera y fundamental de las casi doscientas canciones de su discografía. Carlos crea un tesoro con la verdiblanca, que se cantará como himno extraoficial de Andalucía hasta que el de Blas Infante sea permitido. Halla las vitaminas que necesita un pueblo en un momento crucial de su historia. Esta canción, que viene cantando desde 1973, aparece dos años después en su primer disco, A duras penas . A partir de esta obra, Carlos muestra su compromiso firme con su tierra, con sus gentes, con emigrantes, jornaleros y parados, con las injusticias históricas, con los grandes personajes de la historia andaluza, con los acontecimientos que conmueven su sensibilidad. Afianza su condición de cantautor y de cronista de un pueblo. Una crónica que ampliará sucesivamente, sin perder de vista su horizonte andaluz, hacia otros pueblos.
Carlos se fragua su propio destino. Él es un andalucista libre, un anarquista utópico, un ciudadano sin disciplinas ni cánones, un marginal, un heterodoxo, un provocador molesto, que elige contra viento y marea, con todas sus consecuencias, su propio camino, aunque en la empresa le vaya la subsistencia. Incomprendido, marginado en momentos decisivos, cuando es en Andalucía el cantautor que más aporta a la Transición y al proceso autonómico y a pesar de que en su hoja de servicios estuviera escrita a sangre y fuego la sentencia de muerte del abuelo socialista y los sufrimientos de una familia marcada por la represión franquista.
Sus canciones son el reflejo de la historia contemporánea andaluza. En "El Salustiano", por ejemplo, confluyen tres elementos: es crónica de la Andalucía emigrante; escrónica de denuncia, propia del mejor periodismo de investigación, y es, por todo ello, una provocación en los años finales de la dictadura. "Viva la grasia", sin más, una carta amarga, un alegato con historia contra la leyenda de la pereza andaluza. La "Murga de los currelantes" es la rebelión del pueblo que se levanta contra las injusticias.
De su amor a Granada, de la Alhambra en la que se sumerge en sus sueños, de la nostalgia de Boabdil, nacen las Crónicas granadinas , otro hito en su carrera, que le ensancha la mirada hacia las tierras africanas, donde recuerda también a al-Mutamid, rey de Sevilla, en su exilio de Agmat (Marrakech).
Participa activamente en el proceso autonómico de Andalucía, sobre todo, en los acontecimientos que conducen al referéndum del 28 de febrero de 1980, brindando su guitarra y su voz como el himno de un pueblo que empezaba a soñar en voz alta. Pero irá contrayendo un cierto desencanto a medida que la democracia tarde en resolver problemas endémicos de Andalucía: "Política no seas saboría", recomienda en una de sus canciones de ese periodo, marcado por un escepticismo crítico en el que no faltan alegatos contra la falta de alternativas a los jóvenes suburbiales ""Si estuvieran abiertas todas las puertas"", a sectores en crisis como el de la pesca ""A ver los barcos venir"", o a controversias políticas como el referéndum de la OTAN ""Las murgas de Emilio El Moro"".
La copla. Abanderado ya del andalucismo, simpatiza sucesivamente con las formaciones que asumen más claramente dicho ideario, y reivindica la copla para Andalucía en contra de su manipulación bajo la estética franquista y su desprecio por parte de algunos sectores progresistas de la época: "No es canción, se llama copla / y lleva adentro la vida", canta con letra de Antonio Burgos, en una proclamación a la que pretendían añadirle, "ni española, sino andaluza". Si en su primera etapa sale el cantautor por las puertas de la Alhambra, ahora lo hará simbólicamente por las almenas hacia la Bahía de Cádiz para encontrar desde allí los puertos del universo, donde su vida se convierte ya en una vida de coplas. Intenta hermanar, a través de sus composiciones, a Andalucía con América, especialmente con Cuba, a la que tributa varias habaneras "Sevilla, Cádiz, Nueva York o la habanera imposible dedicada a Granada", a menudo compuestas junto a Antonio Burgos. La gracia, la rebeldía y la música de Cádiz son otras de sus fuentes de inspiración, llegando a incorporar desde muy pronto los ritmos chirigoteros a la esencia trovera alpujarreña que marcan algunas de sus primeras composiciones. Desde el bolero al pasodoble, Carlos Cano incorpora un abanico de ritmos y de reivindicaciones, que le llevan a proclamarse "mestizo", rindiendo tributo a Rigoberta Menchú, a la ciudad bosnia de Srebrenica golpeada por la guerra, a la hermosura de Marrakech o al vaso de té verde que consume la paciencia del exilio saharaui en Tinduf. En su camino encuentra, fuera de Granada, a amigos que lo comprenden, apoyan y animan: Antonio Burgos, Diego de los Santos "como su padre y hermano" Diamantino García, Eduardo Saborido, Antonio Gala, José Chamizo... Como más tarde encontrará en Amalia Rodríguez y María Dolores Pradera, dos mujeres a las que adora y sigue sus pasos musicales. Sus coplas son cantos de marineros, homenajes a personajes "Gerald Brenan, Rafael de León, Miguel de Molina, Lucrecia", coplas populares y también cargadas de denuncia. Con toda la información procesada en su mente, con las pilas del alma cargadas de rabia y dolor, Carlos compone su denuncia universal: "El tango de las madres locas", una canción que informa y denuncia una situación y, a la vez, exalta el coraje de las mujeres locas de amor, locas de rabia, locas por encontrar a sus hijos.
Más allá de la militancia política, Carlos está siempre afiliado a su conciencia. En octubre de 1992, por ejemplo, adquiere el cortijo La Rehoya, en la localidad granadina de Órgiva, para prestar ayuda a niños saharauis. Este años comienza a presidir la Fundación Alhayat entre cuyos objetivos figura el de resolver problemas de la infancia. En 1993 interviene en el concierto "Pro-vitaminas para los niños de Cuba" y al año siguiente colabora en Madrid en el "Concierto urgente por los pueblos indígenas de Colombia", y en Sevilla en el festival de apoyo a los trabajadores de las empresas Santana y Gillette. El 3 de abril de 1995 sustituye al magistrado Baltasar Garzón en la presidencia del Patronato de la Fundación por los Pueblos Indígenas.
Nueva York. En 1995 sufre un accidente vascular, un aneurisma de aorta que lleva a que le trasladen de Granada a la clínica Monte Sinaí, en Nueva York, donde una compleja intervención quirúrgica logra salvarle la vida. "Nací en Nueva York, provincia de Granada, un 25 de mayo de 1995, una noche de luna, volando en un avión", declara el cantante a los periodistas, no más pudo contarlo. Durante su convalencia recibe la friolera de 500.000 cartas, 200.000 telegramas y miles de llamadas telefónicas. "Yo no sabía que me sentía tan querido. Es algo especial, algo tan especial que todavía no acabo muy bien de digerir. Lo estoy disfrutando, pero no lo digiero muy bien porque te coloca en una situación distinta, diferente y, a veces, te coloca también en una situación interesante porque te obliga, te esfuerza a ser mejor, a ser más valiente, o sea en el fondo de pronto la especie tuya te señala para una cosa y tú tienes que dar la cara". El cardiólogo Valentín Fuster recuerda la situación de su enfermo en Nueva York: "él, en realidad, hacía una vida muy interesante aquí.él intenta describirlo. Nueva York es una ciudad apasionada, que es lo que era él; con una gran diversidad, que es lo que era él [...].ésta es una ciudad de supervivientes. Es una ciudad en la que los que estamos aquí, somos individuos que hemos aceptado ser parte de una lucha diaria.ésta es una ciudad que se mueve muy rápido y somos parte de esto. Somos parte de una ciudad donde hemos visto muy juntos lo que es el poder y, al mismo tiempo, esa parte de la sociedad completamente con menos posibilidades, una ciudad que va de Wall Street a Harlem, pero muy rápidamente se pasa de una a otro. Esta ciudad está justo en el cruce de ciudades muy distintas. Eso me lo decía él, es interesante. Es la sociedad hispana, la del Spanish Harlem, con la sociedad rica de la Quinta Avenida. En todo ese tumulto que estoy explicando, encontró en el Parque, en el fondo, una abertura. Cano, de vivir en Nueva York, hubiera sido absolutamente un neoyorkino. Nueva York no sólo le salvó la vida, pero además fue un descubrimiento para él".
De hecho, Nueva York le influye musicalmente. En las "Habaneras de Nueva York" pretende recrear la atmósfera de Broadway, de los espectáculos que va descubriendo, a medida que frecuenta la calle y la ciudad. Desde esta nueva vida, con las influencias que recibe también de Lorca por estos mismos escenarios, se vuelva con lo que para él significa el mestizaje, la solidaridad, la cultura representada en esas dos ciudades que lleva marcadas en la agenda de los últimos años de su vida: Nueva York y La Habana. En estos últimos años, el cantautor se siente más querido y reconocido. Vuelve a grabar, a componer y a protagonizar largas giras. La última vez que Carlos Cano entra en un estudio de grabación lo hace junto a Compay Segundo para entonar "Guantanamera", el célebre cantable construido insólitamente a partir de los versos de José Martí: "Yo soy un hombre sincero/ de donde crece la palma/ y antes de morirme, quiero/ echar mis versos del alma". Lo hace en la compaña de aquellos niños cubanos y con un propósito estrictamente benéfico, quizá por su corazón caribeño y por su recuerdo remoto de niño sin padre, perdido en la posguerra. Como si se tratara de cerrar su ciclo musical, retorna a su ciudad, quizá siguiendo la profesía de Cavafis, y cumplir con un sueño que tarda veinte años en realizar: Diván del Tamarit , obra de la que comenta Mario Hernández: "Carlos Cano, consciente de deudas y lealtades granadinas, ha actuado desde un dolorido deber: el de llevar a Lorca, el Lorca más hiriente y vivo, a todos los que aman la música y la poesía". Sus últimas grabaciones son dedicadas a la copla, como memoria sentimental de Andalucía y de España, en un abanico que incluye algunas de sus propias composiciones, pero también aquella "Chiclanera", que de niño le oye cantar a su abuela republicana.
Entre los grandes trovadores. Finalmente, otro grave revés del corazón acaba con su vida el 19 de diciembre de 2000 en su Granada natal. "Sonó la "Verde y blanca", el canto hímnico a la bandera de Andalucía con que Carlos Cano irrumpió hace 25 años en el panorama de la Transición; y luego un viejo poema árabe, de procedencia granadina, en el que está inspirada la enseña andaluza. Era el final. El féretro fue empujado suavemente hasta el área de cremaciones y la puerta se cerró de golpe con un sonido que crujió en el alma de los presentes", escribe Ignacio Camacho. "Es como si se me hubiera ido uno de mis hijos", diría María Dolores Pradera. Y Enrique Morente, contrito y con gafas oscuras: "Ha caído una bomba de tristeza para los ciudadanos". Se suceden después los reconocimientos institucionales, calles en las que se inscriben su nombre y su voz en las emisoras suena como homenaje a su memoria. Por su obra, su trayectoria vital y profesional, Carlos Cano se convierte en el cantor de un pueblo, ocupando el lugar privilegiado que alcanzan los grandes trovadores como Woody Guthrie, Paolo Conte "de quien interpreta la versión traducida de "Un helado de limón"", Violeta Parra, Bob Dylan, Víctor Jara, Lluis Llach o Joan Manuel Serrat. Desde Andalucía, Carlos, sin duda, está a esa altura y tiene ganado ese puesto en la historia de los cantautores. [ Juan José Téllez / Antonio Ramos Espejo ].
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