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AZULEJO

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m.(Del árabe az-zulaiy ). Loseta de barro cocido, de poco grosor y con una cara vidriada con óxido colorante que se utilizan principalmente como revestimientos decorativos o impermeables de las obras arquitectónicas. Los primeros testimonios conocidos sobre la azulejería andaluza proceden de Ibn Said, quien en 1240 habla de la obra de tierra vidriada fabricada en al-Ándalus y aplicada a la solería de las casas, y de un documento de 1379 que llama "maestros de azurejos de la ciudat de Sevilla" a los que trabajan en la construcción de la Seo de Zaragoza. A lo largo de los últimos seiscientos años en Andalucía se han perdido irremediablemente vasijas y platos de cerámica * , frágiles y poco apreciados cuando sufren algún deterioro. Empero, todavía muchos alicatados y azulejos se pueden admirar firmemente adheridos a las paredes de palacios, conventos, iglesias y patios, oponiendo resistencia a los rigores del inexorable paso del tiempo y a la desconsiderada piqueta, que no ha tenido ningún reparo en arrasar con los más primorosos paños elaborados por los ceramistas andaluces.

Alicatados. Para evitar cualquier tipo de confusión terminológica sería preciso hacer una distinción entre los azulejos y las obras que reciben específicamente el nombre de alicatados "del árabe alocat , espejuelo", consistentes en cortar o raer piezas monocolor (aliceres) de muy diversas formas para adaptarlas a un dibujo previo con módulos. Los motivos suelen ser estrellas (estrellerías), formadas por una pieza en forma de polígono estrellado rodeada de otras (almendrillas y azafates), formas poligonales (lacerías) e incluso inscripciones árabes o atauriques "estilizaciones de hojas y flores". Composiciones que en la mayoría de los casos presentan colores blancos, verdes, azules y melados "color de miel", o un hermoso juego de aliceres de reflejos metálicos y dorados. Importados de Oriente, donde ya los persas conocen y perfeccionan desde antiguo estos revestimientos arquitectónicos, elegantes alicatados cubren paredes, poyetes, arriates y suelos de las más imponentes edificaciones de al-Ándalus, hábilmente ejecutados por las manos de artesanos almohades que desde el siglo XII (Kutubiyya de Marrakech) imaginan órdenes imposibles, naturaleza de formas que se prolongan hasta los más íntimos y recónditos rincones del alma andaluza. Desde las más sencillas composiciones de la Torre del Oro de Sevilla, en cuyo interior puede contemplarse una alternancia de rombos verdes y blancos para complicarse posteriormente en lacerías y estrellerías, hasta las más refinadas obras de la Granada nazarí, esta técnica alcanza cotas insuperables, que perviven durante siglos y se extienden a otros lugares de la geografía española. Todavía quedan restos de este esplendor en el Cuarto Real de Santo Domingo (siglo XIII) de la capital granadina, con arquillos lobulados, atauriques y cenefas de inscripciones "un exponente del gran ambiente cultural que se puede respirar en la ciudad", y en diversas estancias de la Alhambra (Sala de Dos Hermanas, Mirador de Daraxa, Salón de Comares), y aun de su fortuna posterior en construcciones mudéjares (Capilla Real de Córdoba, la sevillana torre-campanario de San Marcos) y solerías realizadas entre los siglos XIV y XVI (Casa de los Tiros de Granada), cuando se impone un tipo de mosaico con piezas ya fabricadas a moldes.

Los primeros azulejos andaluces.  En la primera etapa evolutiva de la azulejería andaluza destaca el uso de la técnica de cuerda seca, consistente en estampar sobre losetas de barro cuadradas un perfil o línea de dibujo sin vidriar que mantiene separados los distintos colores para que no se mezclen antes de la cocción. Un proceso ingenioso en el que la materia grasa de la cuerda seca limita y cerca las disoluciones acuosas con las que se pintan los azulejos. El horno solidifica los colores y funde y elimina el perfil graso. Estos azulejos pueden apreciarse en las enjutas del arco de la Puerta del Vino en la Alhambra. Otras variantes que coexisten, rivalizan o suceden a este laborioso procedimiento son el azulejo en relieve con motivos moldeados en la pasta del barro antes de cocer, la azulejería de arista o cuenca y el azulejo liso pintado.

Habría que remontarse a la época califal (912-1010) para encontrar las primeras muestras de decoración cerámica vidriada, no sólo en Andalucía sino también en Occidente. Los ladrillos curvos del arranque de la cúpula del mihrab, en la Mezquita de Córdoba, constituyen magníficos ejemplos de estas piezas, pintadas con óxidos vitrificables en verde de cobre y perfiles oscuros de manganeso sobre engobe, procedentes de Medina Azahara (Córdoba) y Medina Elvira (Granada). Posteriormente, durante el periodo nazarí se fabrican azulejos lisos, pintados en azules y dorados, con personajes de los siglos XIII y XIV. Serán los alfareros malagueños quienes, atraídos por las ancestrales técnicas que sirios y persas traen a Málaga, perfeccionarán el uso del dorado, del reflejo metálico y del azul cobalto en la cerámica, así como el empleo del barniz opaco por inclusión del óxido de estaño en el vidriado. Esta brillante producción se irradiará allende las fronteras del reino nazarí, iluminando edificios como la Mezquita de los Andaluces de Fez o múltiples construcciones erigidas en Egipto, donde Al-Fustat adquirirá gran relieve como foco de difusión y distribución de esta labor, conocida como "obra de malica" o "malicha" "de Málaga, y no de Manises, como otros han querido ver". También se producirá este fenómeno en todo el territorio cristiano de la Península Ibérica, al igual que sucediera con los alicatados, que van cediendo terreno progresivamente al azulejo y a los procedimientos más prácticos de la cuerda seca y la "cuerda seca hendida".

Cuenca o arista.  Son de sobra conocidos los azulejos elaborados con la técnica del relieve que se hallan en la catedral de Sevilla y en la iglesia de Santa Marina de la misma ciudad. En ambos casos las piezas encontradas datan del siglo XIII. Casi 200 años más tarde, en pleno siglo XV, en la capital hispalense se producirá el tránsito a una segunda gran época de la azulejería andaluza: comienzan a manufacturarse los llamados azulejos "de labores", llamados posteriormente de "arista" o "cuenca", más aptos al tipo de dibujo renacentista. La técnica empleada para conseguirlos consiste en presionar un molde sobre una loseta de barro sin cocer, donde queda grabado el tema deseado y resalta la línea de dibujo en aristas en relieve, quedando las zonas que recibirán el color rehundidas en senos o cuencas. Cuando el dibujo está repartido entre dos azulejos, por lo que es necesario colocarlos adecuadamente uno a continuación del otro, se llaman "dos por tabla" "empleados sobre todo en los techos". Alcanzan un enorme éxito en toda Andalucía y, a pesar de que Sevilla es el principal centro de producción, también se labran en el Secano de la Alhambra (Granada), donde se ubica el alfar de los Tenorio, autores del revestimiento de la Sala de los Abencerrajes de la Casa Real. De colores blanco, azul cobalto, manganeso, negro, verde y dorado, esta clase de azulejos está presente en monumentos como la Catedral Vieja de Coimbra y la iglesia de los Jerónimos de Cintra. Evolucionan desde aquellos que imitan las labores de lacería hasta los que recuerdan a tejidos y brocados, y plasman extraños animales y personajes, como sátiros o unicornios (Pabellón de Carlos V del Alcázar sevillano).

Azulejos planos o pisanos.  En los albores del siglo XV llega a Sevilla el italiano Niculoso Pisano, introductor del azulejo pintado. Este procedimiento facilita la pintura, con pigmentos adecuados, de escenas o retablos que presenta composiciones italianizantes sobre grandes superficies formadas por baldosas. La base de baldosas, con una primera cocción, es el equivalente al lienzo en el caso de la pintura al óleo o a la pared en la decoración al fresco, sometidas después a una segunda y definitiva cochura. De las manos de este pintor italiano surgen bellos motivos como la Visitación en la capilla de los Reyes Católicos del Alcázar de Sevilla. Otro gran ceramista y pintor, Cristóbal de Augusta, seguirá los pasos de Niculoso Pisano y dejará grandes zócalos en las estancias de Carlos V del Alcázar y el paño estudiado en 2004 por el restaurador Juan José Lupión bajo el retablo de San Juan Evangelista de la iglesia conventual de Madre de Dios de Sevilla.

En el siglo XVII se sigue produciendo el azulejo plano polícromo, aunque con claras influencias barrocas y una proliferación de temas devocionales. En este mismo momento surgen las llamadas olambrillas, piezas de azulejo de pequeño tamaño que incluyen todo un motivo y que, en las solerías, aparecen combinadas con ladrillos en limpio (sin vidriar). Con el paso del tiempo, sobre todo a partir del siglo XVIII, son más frecuentes los paneles con imágenes de interpretaciones históricas, como los que se encuentran en el hospital de mujeres de Cádiz o en el salón de Diputados del ayuntamiento de Córdoba. No obstante, las escenas más características de esta centuria, en la que se imponen los temas populares, son las llamadas de "montería" o cacerías, con fondos de paisaje como en el espléndido ejemplo de las escaleras de San Juan de Dios en Granada. Precisamente en la ciudad de la Alhambra se desarrollará una corriente de azulejos con temas estilizados florales de adormidera o pájaros, que aún continúa en los arrimaderos de las casas. En todos estos casos la policromía pierde riqueza en relación a la brillantez de las épocas pasadas, empleándose sobre todo los colores ocre, manganeso, azules y amarillos, y desaparecen prácticamente las verdes tintas, que resurgirán más tarde y predominarán en los siglos XIX y XX en las series populares sin la riqueza anterior.

Una tradición que se pierde.  Tras el breve paréntesis que supone la primera mitad del siglo XIX, un periodo de franca decadencia, la azulejería andaluza vuelve a experimentar un auge significativo, si bien centrado en las técnicas de fabricación industrial. Los estilos son eclécticos, nada se produce nuevo ni original, sino que es la tradición la que señala el camino (neogótico, neomudéjar, neorrenacentista). Pero, a pesar de todo, en las formas de aplicación a la arquitectura se crea un sello característico e inconfundible. Sirva de ejemplo la Exposición Iberoamericana celebrada en Sevilla en 1929, ocasión en la que se recurre a los azulejos para decorar algunos de los edificios más emblemáticos que se construyen. En la Plaza de España el arquitecto Aníbal González incluye este material con gran prodigalidad, componiendo paneles de hermosa factura sobre las escenas históricas más destacadas de cada provincia española. Por otra parte, a comienzos esta misma década, la de los años veinte, la vistosidad de los azulejos no pasa desapercibida para los anunciantes, quienes no dudan en publicitar sus productos y servicios con estas piezas, estratégicamente ubicadas en las principales avenidas y calles de las ciudades andaluzas.

En las postrimerías del siglo XX y los primeros años del siglo XXI, los antiguos procedimientos para la obtención de azulejos prácticamente desaparecen y se tiende a una producción industrial en serie. Los tradicionales hornos árabes, con varias salidas a la bóveda para favorecer una mejor cocción de las piezas, apenas pueden encontrarse en las localidades andaluzas donde antaño existe una gran tradición azulejera. Granada y Sevilla mantienen todavía algunos talleres que recuperan líneas ornamentales tradicionales. En el caso de la capital hispalense los talleres Sevillarte (Sanlúcar la Mayor), Mensaque (Santiponce) y la denominada Cerámica Artística Sevillana (Mairena del Alcor) recuperan la técnica de la cuerda seca. Asimismo, el oficio también se desarrolla en Los Palacios y Villafranca, en Tomares, donde José Antonio Peláez ejecuta las obras de azulejería de Isla Mágica, así como el mural de la Nao Victoria para la Expo 92, y en Alcalá de Guadaíra, uno de los principales núcleos artesanos de Andalucía que cuenta con varios talleres especializados en el azulejo tradicional sevillano.

En el viejo camino que parte de la Granada musulmana hacia Murcia tiene su asiento una sucesión de talleres cerámicos, cuyo testimonio pervive hasta nuestros días, en el altozano desde el que se divisa la ciudad y que se denomina Fajalauza. El nombre del lugar, que proviene de una puerta de acceso a la ciudad, se extiende a la cerámica estannífera policromada tan característica de esta zona, en la que se mantienen aún expresiones de la artesanía musulmana como el reflejo metálico o la cuerda seca. Una producción que encuentra sus fundamentos en la extraordinaria obra de Morales Alguacil, quien en el siglo XVIII conforma la Cerámica Árabe San Isidro. No obstante, son ya pocos los azulejos que conservan el viejo sabor de al-Ándalus, la riqueza atesorada a lo largo de diez siglos de evolución, visible en los bellos e iridiscentes zócalos de algunas casas de recreo, cármenes y monumentos de Andalucía.[ Javier Vidal Vega ].

 

 
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