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IMAGINERÃA

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f. Talla o pintura de imágenes sagradas, destinadas a la devoción religiosa. A pesar de que el concepto "imaginería" alude a expresiones artísticas o artesanales diversas, que incluyen desde la pintura hasta el bordado, su uso ha derivado hacia la obra escultórica exenta, realizada preferentemente en madera y consagrada al culto o la procesión. Esta perspectiva generalizada ha obviado una definición más amplia del término, que comprendería otro tipo de obras de carácter civil, elaboradas con otros materiales "por ejemplo, el mármol, el bronce o la piedra" o empleadas en conjunto, como ocurre en los retablos o sillerías de coro.

Gótico. La imaginería goza de una relevancia y un equilibrio propios en Andalucía desde la Edad Media, acorde a su función pedagógica dentro de la Iglesia. Su cometido sobrepasa históricamente el hecho artístico, instruye y conduce al espectador por la senda de la doctrina católica. Intenta ilustrar y emocionar a través de la figura o el pasaje bíblico. Con estas propiedades surge en el medievo, todavía anónima y arcaica, una imaginería compacta a nivel peninsular, dominada por el canon castellano, pero que adopta rasgos diferenciados en Andalucía de manera progresiva. No es hasta la Baja Edad Media, coincidiendo con el apogeo del estilo gótico * , cuando se distingue una primera escuela de imaginería en Sevilla. La actividad del escultor francés Lorenzo Mercadante de Bretaña * entre 1454 y 1468 propicia el nacimiento de un foco homogéneo en la capital hispalense. Éste introduce el espiritualismo nórdico y el naturalismo flamenco en sus principales empresas andaluzas "portadas del Nacimiento y el Bautismo de la Catedral sevillana", que son tomadas como modelos por los autores locales. Uno de sus seguidores, Pedro Millán * , se convierte en el primer imaginero sevillano del que se conoce autoría. Entre 1487 y 1506 ejecuta una serie de obras religiosas firmadas, con las que autentifica su labor artística individual. En conjuntos escultóricos "como los del Entierro de Cristo", o en tallas exentas "como las de Santa Inés o la Virgen del Pilar" , pone de manifiesto el conocimiento de las técnicas europeas, su acercamiento a los nuevos postulados iconógraficos "alejados de la rigidez del románico" y su predilección por la temática mariana.

Precisamente, la singularidad de la imaginería andaluza proviene de la extensa iconografía mariana, introducida por Fernando III el Santo * y Alfonso X * durante la Reconquista. Heredero de la Theotocos bizantina, el culto a María deriva en una devoción piadosa, cercana y sentimental, que nada tiene que ver con el Cristo-Dios castigador de siglos anteriores. La Virgen es representada generalmente como Madre de Dios, coronada y con el Niño en su regazo. Ejemplos notorios de María entronizada son la Virgen de los Reyes * , patrona de Sevilla; la Virgen de las Aguas, venerada en la iglesia del Divino Salvador, de Sevilla; la Virgen de Valme * , patrona de Dos Hermanas; la Virgen de las Batallas, custodiada en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla; la Virgen de la Sede, titular del templo catedralicio hispalense;"la Virgen de Gracia * , patrona de Carmona; o la Virgen de la Consolación, del monasterio de Santo Domingo en Jerez de la Frontera; todas ellas labradas entre los siglos XII y XIII. La autoría desconocida de estas tallas les otorga un origen legendario, como el que atesoran la imágenes de Santa María del Puerto o de España, aparecida, según la tradición, a Alfonso X en 1264; o la popular Virgen del Rocío, hallada por un pastor en el término onubense de Rocinas en el siglo XV.

Junto a la iconografía mariana, los crucificados góticos marcan la estética de la futura imaginería andaluza. Algunas tallas de gran devoción anticipan el naturalismo propio del Renacimiento y el dramatismo barroco. Son los casos del Cristo del Millón, custodiado en la Catedral de Sevilla; el Cristo de la Salud, del convento de las Salesas de Córdoba; el crucificado de Sanlúcar la Mayor; o el de la Vera-Cruz, única imagen gótica que continúa procesionando en la Semana Santa de Sevilla.

Renacimiento.  Si durante la etapa gótica se hacen preponderantes las influencias francesas y alemanas, a partir del siglo XVI el factor condicionante llega desde Italia y Flandes. Los valores del humanismo "el retorno a los cánones clásicos" se vierten sobre la imaginería, despojada, eso sí, de todo elemento pagano. El objetivo principal de la escultura en esta época es alcanzar la espiritualidad "la expresión de lo invisible" mediante la belleza formal, el respeto de las proporciones y la simetría.

El trasiego de escultores foráneos por la geografía andaluza resulta decisivo para la adopción de los nuevos postulados estéticos. En esa labor de difusión ocupan un papel destacado los italianos Domenico Fancelli * , autor de los sepulcros de Diego Hurtado de Mendoza y los Reyes Católicos, éste último en la Capilla Real de Granada; y Pietro Torrigiano * , rival de Miguel Ángel en la Academia florentina de los Médicis, cuyo trabajo sí se aproxima más a la imaginería religiosa. La Virgen de Belén y, sobre todo, el San Jerónimo penitente de Torrigiano "ambos realizados en barro cocido" actúan como arquetipos escultóricos en la Andalucía del siglo XVI por la minuciosidad de las obras y el estudio anatómico que las precede.

Otros maestros extranjeros, dedicados también a la entalladura de retablos, como Roque de Balduque * o Jorge Fernández *  reinciden en el clasicismo de las imágenes, optan por la serenidad y la armonía, que caracterizan al Renacimiento artístico. Apuestan, además, por el uso de la madera policromada como material predominante, en detrimento del mármol o la piedra, que son empleados, debido a su menor flexibilidad, como complementos decorativos de la arquitectura.

Manierismo. A partir de la segunda mitad del siglo XVI comienza a quebrantarse la norma clásica. Atendiendo a las directrices del Concilio de Trento (1545-1563), el verismo escultórico se enfatiza, se tiende a la expresividad y el movimiento, cuando no a la contorsión, con el objetivo de exaltar los momentos de la Pasión. La figura serpentinata del Cristo de la Expiración, titular de la Hermandad del Museo de Sevilla, realizado por Marcos Cabrera * , o la angustiosa postura de San Lorenzo en la parrilla, obra anónima localizada en el Museo de la Catedral de Jaén, se toman como ejemplos clarividentes de la transformación del estilo.

Los numerosos encargos de la Iglesia propicia la aparición de sendas escuelas en Sevilla y Granada, consideradas protobarrocas. En el caso sevillano, la demanda continuada de tallas atrae a una gran cantidad de imagineros castellanos, que acaban por instalarse en la ciudad, como es el caso de Juan Bautista Vázquez * , Andrés de Ocampo * , Gaspar Núñez Delgado * , Juan de Oviedo * , Miguel Adán, Diego de Velasco *  o Gaspar del Águila.

Barroco. Durante el siglo XVII el arte se pone al servicio de la piedad contrarreformista que procura conmover la sensibilidad del creyente mediante el verismo  del hecho religioso representado. La exaltación del realismo conduce a la búsqueda del movimiento y los efectos pictóricos, fundamentalmente en la escultura tallada en madera y policromada; al uso de elementos postizos como cabellos, ojos o lágrimas; y a la realización de imágenes de vestir que tienen, durante los siglos XVII y XVIII, su época de mayor desarrollo. Algunas de estas figuras, aisladas o formando escenas, protagonizan auténticas manifestaciones de fe en la calle.

Los grandes maestros de la imaginería andaluza, partiendo de sus principios clasicistas, evolucionan hacia formas de gran vitalidad y expresión. Un estilo sosegado, de innegable belleza y profundo contenido espiritual, que se erige en elemento diferenciador frente a la severa y recia escuela castellana. Esta afirmación se puede comprobar en Sevilla y Granada, los polos de atracción del arte andaluz del siglo XVII. Discípulo de Pablo de Rojas * , Juan Martínez Montañés *  es la figura más destacada de la imaginería hispalense de aquella época. Conocido como "el dios de la madera" o el "Lisipo andaluz", mantiene siempre en su obra una distinción y mesura clásica, pero al servicio de una evidente realidad. Su talla está muy bien modelada y sus grandes paños dan grandiosidad a la imagen. Se diría que su devoción va dirigida más al alma que a los sentidos. Su policromía bien equilibrada dista mucho del cromatismo desgarrador de la escultura castellana. De su gubia salen el imponente Cristo de la Clemencia, un crucificado con poca sangre y aún vivo que parece mirar a los fieles "quejándose de que por su culpa padece", según el mismo artista escribe; y la talla de Jesús de Pasión, un nazareno procesional de gran devoción en Sevilla. Asimismo, es el creador de un tipo de Niño Jesús desnudo "como el de la parroquia del Sagrario de Sevilla" y de una Inmaculada de serena majestad, como la que talla para la catedral hispalense.

Entre los numerosos discípulos de Montañés destacan Juan de Solís * y Juan de Mesa * . Este último, partiendo de los modelos serenos y clasicistas de su maestro, introduce en la escuela sevillana la fuerza de un naturalismo de gran potencia expresiva. Su estilo se convierte en perfecto intérprete de la Contrarreforma, tomando elementos de la realidad para expresar la experiencia sobrenatural. Estas características se hacen especialmente patentes en la larga serie de crucificados que realiza para las cofradías penitenciales sevillanas. En este rico conjunto iconográfico sobresalen los cristos del Amor, de la Buena Muerte, de la conversión del Buen Ladrón y de Vergara, y el inolvidable Jesús del Gran Poder * .

Desde mediados del siglo XVII se acentúan en nuestra imaginería los rasgos de realismo, movimiento y teatralidad, estableciéndose el cambio formal del pleno barroco. Es José de Arce * , escultor flamenco formado en Roma, quien introduce en Sevilla las nuevas formas. La consolidación de este nuevo lenguaje se produce con Pedro Roldán * , escultor nacido en Sevilla que se forma en el taller granadino de Alonso de Mena * . Sus grandes composiciones como la Piedad de la Capilla de los Vizcaínos, ahora en el Sagrario de la Catedral, suponen la confirmación del nuevo estilo. El poderoso arraigo del lenguaje artístico roldanesco se prolonga durante buena parte del Setecientos. Dos seguidores de Roldán cierran el panorama de la escultura barroca sevillana, Francisco Antonio Ruiz Gijón * y Pedro Duque Cornejo * .

El ya citado Alonso de Mena es uno de los nombres principales de la imaginería granadina, aunque sin lugar a dudas es Alonso Cano *  su escultor más brillante. En sus tallas no utiliza el oro, lo que le obliga a meditar y ponderar más el valor expresivo del color. Su obra trata de romper el recuerdo clasicista de Montañés, y gana en hondura expresiva y en dinamismo. Son particularmente bellas sus imágenes pequeñas como la de San Francisco en la Catedral de Toledo y, sobre todo, la Inmaculada del Facistol (Granada). Con ella crea un tipo distinto a la de Montañés. Alejándose del clasicismo no resulta extremadamente realista.

Un discípulo y colaborador de Cano, Pedro de Mena * , repartirá su labor artística entre Granada y Málaga, donde deja muestra de su calidad técnica y su sentido realista. Realiza con encomiable destreza penitentes, dolorosas, Ecce Homos y Magdalenas, de gran tensión dramática y vibrante realismo, pero dentro de la mesura andaluza. Resultan muy representativos dentro de su producción el San Pedro de Alcántara y el San Francisco de la Catedral de Toledo, creaciones que comunican los estados de ánimo de modo muy directo. Como continuador de Mena puede citarse a José de Mora, mucho más exaltado, y a veces francamente teatral. ( -> véase Barroco ).

Imaginería contemporánea.  Tras el auge experimentado durante los siglos XVI, XVII y XVIII, los escultores andaluces cultivan escasamente el tema de Cristo en su Pasión, quizás porque tampoco son demasiadas las cofradías penitenciales "clientes principales de los imagineros contemporáneos" que se erigen por entonces, y las existentes prefieren conservar y restaurar sus veneradas imágenes cristíferas. Incluso cuando se trata de reorganizar una corporación languidecida o extinta, sus cofrades optan mayoritariamente por recuperar el primitivo titular o dar culto a una efigie de venerable antigüedad, antes que encargar una nueva hechura. Este panorama contrasta vivamente con el elevado plantel de dolorosas que se ejecutan por entonces, tal vez porque este tipo de imágenes de candelero para vestir sufren mayor deterioro a causa de su continua manipulación, además de haberse perdido muchos de estos simulacros en los avatares políticos del siglo XIX.

Durante la mencionada centuria el artista archidonés Juan de Astorga y Cubero *  produce una obra que sintetiza la tradición barroca, la mesura clásica y la espiritualidad romántica, patente en el culto a la belleza femenina. De su gubia salen el Cristo de la Providencia "uno de los más serenos y clásicos de toda la escultura sevillana, se puede contemplar en la recoleta capilla de la Escuela de Cristo", el Buen Pastor niño de la parroquia de Almensilla (Sevilla), el Bautista niño del monasterio hispalense de Santa Paula y la imagen de San José de la parroquia de San Pedro. Sin embargo, lo más significativo de su creación son sus dolorosas de vestir "Virgen de la Esperanza de la Trinidad y la del Mayor Dolor de Ceuta".

Al socaire del movimiento regeneracionista del primer tercio del siglo XX se impone en la imaginería andaluza una corriente neobarroca que, en pleno siglo XXI, aún persiste. Claro exponente de esta tendencia es el Cristo de la Sagrada Lanzada (1929), del escultor umbreteño Antonio Illanes Rodríguez * , autor que junto a Antonio Castillo Lastrucci * "el más prolífico imaginero del siglo XX", Sebastián Santos Rojas * o José Fernádez Andes *  protagonizaría una de las etapas de mayor actividad imaginera. Como bien explica el profesor José Roda Peña: "Los lamentables destrozos que sobre el patrimonio artístico sagrado infligieron los tristes acontecimientos de 1931-1932 y 1936, provocaron una enorme demanda de imaginería procesional por parte de aquellas hermandades que habían perdido a sus efigies titulares. En ocasiones, los artistas vieron constreñida su capacidad creativa, pues se les exigió que su obra fuese lo más parecida a la imagen perdida; sin embargo, es de justicia reconocer que pocas veces se caería en la copia servil, optándose por una reinterpretación de la talla desaparecida. A ello debemos unir la fundación de nuevas cofradías penitenciales y la reorganización de otras extinguidas o en estado de latencia, provocando un auténtico florecer de la estatuaria procesional".

Dentro de la mencionada generación de imagineros, y dedicados a esta labor de recuperación del patrimonio escultórico, deben inscribirse el cordobés Juan Martínez Cerrillo * "Cristo de la Humildad y Paciencia, Señor de los Reyes en su Entrada Triunfal en Jerusalén", el granadino Domingo Sánchez Mesa * "junto a su imaginería procesional realiza valiosas esculturas de San Francisco Javier, San Ignacio y San Francisco de Borja" y el malagueño Francisco Palma Burgos * "cristos de la Humillación y de la Buena Muerte, la Piedad de Málaga...". A partir de los años sesenta del siglo XX, la pujante imaginería sevillana extiende su influencia por gran parte de Andalucía, recibiendo frecuentes encargos de ciudadades como Málaga, cuya Semana Santa es perfecta síntesis de las dos grandes escuelas andaluzas, la hispalense y la granadina, e incluso con alguna representación del arte levantino "como es el caso de Mariano Benlliure * , que talla los cristos titulares de la Expiración y Esperanza". Es la etapa de Luis Ortega Bru * , Antonio Dubé de Luque * , Francisco Buiza * y Luis Álvarez Duarte * . [ José Romero Portillo / Javier Vidal Vega ].

 

 
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