Institución que contempla un conjunto de prerrogativas de derecho público que, sobre los asentados en un núcleo de población definido, la Corona transfiere a quien las ejerce en provecho propio. Los beneficiarios pueden ser personas físicas (un noble, por ejemplo) o jurídicas (una diócesis, un monasterio, una abadía, una Orden Militar o un concejo). De este modo, según quien ostente la titularidad del señorío se habla de señoríos nobiliarios, episcopales, monásticos o de abadengo, y de señoríos urbanos, concejiles o terminiegos, haciendo referencia estas últimas referencias a la relación existente entre una ciudad y las villas que se encuentran bajo su jurisdicción. Tradicionalmente se ha diferenciado entre señorío territorial (también llamado solariego), cuando la base del poder se cimentaba de la propiedad de la tierra, en contraposición del señorío jurisdiccional (también llamado banal) en que se detentan las funciones judiciales. Sin embargo, actualmente los investigadores están de acuerdo en afirmar que cuando se hace referencia al término señorío se alude exclusivamente al ejercicio de la justicia, eludiendo el tema de la propiedad de la tierra.
Los señoríos están íntimamente relacionados con el mundo medieval, aunque su existencia se perpetúa durante toda la Edad Moderna. Se trata de una institución generalmente ligada al mundo rural y en Andalucía se desarrolla notablemente a raíz de la conquista cristiana y como consecuencia de las circunstancias políticas que vive la Corona de Castilla en los últimos siglos de la Edad Media. Tras la conquista de Andalucía nacen importantes señoríos, siendo sus beneficiarios las órdenes militares y la Iglesia, a fin de recompensar servicios militares y de reforzar los dispositivos militares de la frontera, y para dotar adecuadamente a las sedes episcopales andaluzas. Así, la Orden de Santiago recibe el sector oriental del reino de Jaén (Montizón, Hornos, Beas Segura y Siles), la de Calatrava posesiones en el sector suroeste del reino jienense y suroriental de Córdoba (Martos, Porcuna, Alcaudete y Priego de Córdoba), mientras que la de San Juan recibe Lora, Setefilla y Alcolea en el reino de Sevilla. A estas se añadirían en tiempos de Alfonso X otras en la frontera a consecuencia de los reajustes ocasionados tras la revuelta mudéjar de 1264, recibiendo la Orden de Calatrava Osuna y Cazalla, la de Santiago Estepa y la Orden de Alcántara Morón. Siguiendo este interés defensivo aparece en la zona del Guadalete el señorío de la Orden de Santa María de España, que comprende las villas de El Puerto de Santa María, Medina Sidonia, Alcalá de los Gazules y Vejer de la Frontera.
Respecto a los señoríos eclesiásticos, el más extenso y cohesionado es el del arzobispo de Toledo en torno a Cazorla y Quesada (el Adelantamiento de Cazorla), al que sigue el de la Iglesia de Sevilla, que recibe varias localidades entre las que destaca Cantillana, Villaverde, Umbrete, Albaida del Aljarafe, Zalamea y Almonaster.
Durante el reinado de Alfonso X se entregan los primeros señoríos a la nobleza laica, coincidiendo con el reforzamiento militar de la frontera. Así surgen el señorío de Gonzalo Yáñez Doviñal (Aguilar, Monturque y Montilla), el de Sancho Martínez de Jódar (Bedmar, Jódar y Garciez) y el de Día Sánchez (Cárchel y Caztalla).
Sin embargo, la gran señorialización de Andalucía se situaría entre finales del siglo XIII y el XV, en buena parte debido a la lucha entablada entre monarquía y nobleza, lo que se agudiza especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XIV, tras la llegada de los Trastámara * , de tal manera que la única opción que encuentra la Corona para recompensar a sus partidarios o a quienes intenta atraer al mismo es entregarles tierras en señorío. Asimismo, durante los reinados de Juan II y Enrique IV se otorgan además títulos nobiliarios, recurso al que en rara ocasión acuden sus antecesores. De hecho, la mayor parte de los títulos andaluces proceden de esta última época: los condados de Cabra, Arcos y Belalcázar, el marquesado de Ayamonte, el ducado de Medinasidonia. De la época de los Reyes Católicos o poco posteriores serán, entre otros, el marquesado de Gibraleón, el de Comares, el de Priego o el condado de Palma. Se puede afirmar que el momento culminante del proceso señorializador de la región se alcanza durante el reinado de Enrique IV, de tal manera que en ese momento el 49 por 100 de la extensión de la Andalucía Bética está formada por tierras señoriales, perteneciendo a la nobleza con título dos terceras partes, mientras que el tercio restante se lo reparten las órdenes militares, la baja nobleza y los señoríos eclesiásticos.
Una nota distintiva de los señoríos andaluces es su carácter periférico, debido por un lado a las dificultades de los concejos de realengos para controlarlos, y por otro a su localización en la frontera. De hecho, la frontera granadina aglutinaba una línea casi ininterrumpida de jurisdicciones señoriales. Si analizamos el fenómeno por regiones, podemos observar que en el reino de Jaén hay dos áreas fundamentales de expansión señorial. Una es la zona oriental, con los señoríos de Santiago y el adelantamiento de Cazorla, la encomienda calatrava de Sabiote y el señorío laico de Santisteban del Puerto, perteneciente a los Benavides. El otro área es el situado la zona más occidental del reino, donde dominaba la Orden de Calatrava, así como el señorío de Alcaudete, perteneciente a los Fernández de Córdoba*. Fuera de esas dos grandes circunscripciones hay otros señoríos, como el de Huelma, perteneciente a los Cueva, y Jódar, que después de estar en manos de los Méndez de Sotomayor y del condestable Ruy López Dávalos, pasan al patrimonio de la familia Carvajal. Junto a Jaén está el señorío de La Guardia, perteneciente a los Mejía, señores de Santa Eufemia.
En el reino de Córdoba destacan dos sectores, el septentrional donde surgen señoríos como el de Santa Eufemia, Chillón, Belalcázar, Belmez y Fuenteovejuna, y el meridional, donde se concentra el mayor número de señoríos, pertenecientes a varios linajes nobiliarios fuertemente ligados al gobierno de la ciudad de Córdoba. Destacan especialmente los Fernández de Córdoba * , en sus cuatro ramas: condes de Cabra (señores de Cabra, Baena, Rute e Iznájar), los señores de Aguilar (señores de Aguilar, Cañete, Carcabuey, Puente Genil, Montilla y Priego), los alcaides de los Donceles (Lucena y Espejo) y los señores de Montemayor y Alcaudete.
En el reino de Sevilla encontramos tres áreas, la primera en el sureste, donde está el señorío de los Girón (Osuna, La Puebla de Cazalla, Morón, Olvera y Arahal, a costa de tierras que anteriormente habían pertenecido a las Órdenes Militares) y el de los Ponce de León (Marchena y Paradas), dueños también de Arcos. Un segundo bloque es el del Estrecho, controlado por los Guzmán (Medina Sidonia, Conil, Chiclana, Vejer, Jimena...). El último núcleo se sitúa en torno a la costa gaditana y onubense y la frontera con Portugal, controlada también por los Guzmán (Sanlúcar de Barrameda, Trebujena, Niebla, Huelva, La Palma, Almonte Bollullos, Bonares, San Juan del Puerto, Valverde del Camino...). Aquí encontramos también el señorío de Moguer, de los Portocarrero; Almonaster, del arzobispo de Sevilla; Ayamonte, Lepe y la Redondela, que pasan de los Guzmán a los Zúñiga, quienes controlan también el señorío de Gibraleón. [ María Antonia Carmona Ruiz ].
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