Naturales de Andalucía * . Al alborear los tiempos históricos esta región de España es asiento de la civilización tartesia o turdetana, que ha de recibir tempranas influencias de los navegantes venidos de oriente. Este progresivo e incesante desembarco de culturas en Andalucía dará lugar, dejando a un lado el debate abierto en torno a si los turdetanos eran en realidad indígenas, "en los comienzos de la Era Cristiana, a un país lleno de gentes de diversa procedencia "escribe Julio Caro Baroja en Los pueblos de España ". Africanos, fenicios, romanos, griegos e indígenas se dedicaban a múltiples actividades". Puede decirse, por tanto, que los andaluces son el resultado de una consecutiva fusión étnica que comprende los pueblos mencionados por el historiador, así como celtas, bizantinos y visigodos, judíos, musulmanes y cristianos. Continúa diciendo Caro Baroja: "En nuestro análisis histórico-cultural habremos de considerar siempre que la población [de Andalucía], desde épocas remotísimas, estaba muy mezclada (") Es probable también que algunos de los rasgos antropológicos más aparentes entre los propios de los andaluces actuales se hallaran en los turdetanos o tartesios antiguos. Siempre me ha llamado la atención un texto de Plinio que dice que los turdetanos tenían más dientes que el resto de los hombres: considero que esta falsa observación se funda en el hecho real de que en Andalucía abundan las bocas con dientes grandes, muy visibles y forma especial, que acaso influyan en el peculiar acento del país, acento o tono que puede descender del que percibían claramente los romanos cuando los naturales de Córdoba o Itálica hablaban en latín". No obstante lo dicho, se observa en los andaluces una gran pluralidad física y humana.
Andaluces en la historia. Escribe Federico García Lorca: "En la muchedumbre de las sombras poéticas, Mariana Pineda venía pidiendo justicia por boca del poeta. La rodearon de trompetas y ella era una lira. La igualaron con Judit y ella iba en la sombra buscando la mano de Julieta, su hermana. Ciñeron su garganta partida con el collar de la oda y ella pedía el madrigal libertado. Cantaban todos el águila que parte de un aletazo la dura barra de metal, y ella balaba mientras como el cordero, abandonada de todos, sostenida tan sólo por las estrellas". La voz de un poeta canta la gesta de la famosa heroína popular que enarbola la bandera de la libertad, ajusticiada por orden del rey Fernando VII en 1831. José Manuel Caballero Bonald sostiene que son ellos, personalidades independientes como las dos citadas, quienes establecen, "cada uno a su universal modo y a partir de la unificación de los antiguos reinos meridionales", la cultura andaluza: Juan de Mena y fray Luis de Granada, Fernando de Herrera y Arias Montano, Góngora y Velázquez, Murillo y Mateo Alemán, Blanco White y Gustavo Adolfo Bécquer, José Celestino Mutis y Alberto Lista, Juan Valera y Ángel Ganivet, María Zambrano y Carmen de Burgos "Colombine", Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, Pablo Picasso y Manuel de Falla, Giner de los Ríos y Blas Infante, Cernuda y Aleixandre, Juan Belmonte y la Niña de los Peines, Alberti y el mismo Lorca, Andrés Segovia y Francisco Ayala. El destino de España y su posición en el concierto de naciones han estado en las manos de estadistas andaluces, es el caso de Nicolás Salmerón, Niceto Alcalá Zamora, Antonio Canovas del Castillo o Emilio Castelar ( -> véase Andalucía ), entre otros. Habría, además, que remontarse a épocas anteriores para encontrar los nombres de otros ilustres hijos de Andalucía, nombres que permanecen grabados en los restos de villas de recreo, de columnas y estatuas, o escritos con cuidada caligrafía en las páginas amarillentas de viejos códices sometidos a los rigores del tiempo. Hombres como Séneca, Lucano, Adriano o Trajano que muestran "cuanto, a través de Roma, Andalucía amaba a Grecia". Las cortes y los personajes arábigoandaluces, entre ellos Abderrahmán III, al-Mutamid de Sevilla, Averroes y Maimónides, hacen de al-Ándalus un territorio de luces filosóficas, artísticas y científicas. Esplendor que no consigue, ni pretende, disipar las brumas de la leyenda que se hace historia o de la historia que se hace leyenda, lugar ignoto donde se confunden las figuras de Argantonio "quien, en opinión de Blas Infante, renace en Gonzalo Fernández de Córdoba" y Hércules "el Melkart de los fenicios".
Intrahistoria. Mas los verdaderos protagonistas, aquellos en los que se apoya el curso de la historia, son los seres anónimos que realizan sus labores día a día: "Todo lo que cuentan a diario los periódicos, la historia del "presente momento histórico" no es sino la superficie del mar (") Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombres sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna". Estas palabras de Unamuno bien podrían referirse a los andaluces que participan en la conquista del continente americano, soportan a duras penas el hambre "como Baitos, el andaluz de Morón de la Frontera que, en un cuento de Misteriosa Buenos Aires de Mújica Láinez, asesina a su hermano cuando apenas sí puede tenerse en pie" y las enfermedades, matan y cometen tropelías, denunciadas por el dominico sevillano Bartolomé de las Casas, pionero del indigenismo y creador de la antropología americana. Asimismo, en la dura posguerra española miles de emigrantes andaluces dirigen sus pasos en varias direcciones: obreros y campesinos se establecen, en lo que a la migración interior se refiere, en Cataluña, mientras que las clases profesionales marchan a Madrid. Otro flujo de emigrantes andaluces se emplea en los trabajos más duros de Alemania y Holanda o en la vendimia del sur de Francia, "constituyendo el proletariado de Europa: nuestros trabajadores "señala Alfonso Carlos Comin" son los parias del trabajo en Alemania, Suiza, Francia... donde sufren una auténtica discriminación laboral, cargándose los peores trabajos, los más duros y peor remunerados".
Imagen. Corre el mes de abril de 1927 cuando el periódico El Sol publica una serie de artículos que constituyen la Teoría de Andalucía de José Ortega y Gasset. En este estudio ahonda en la "vejez" y antigüedad del alma andaluza. No en vano, dice de Andalucía "que no ha mostrado nunca pujos ni petulancias de particularismo; que no ha pretendido nunca ser un Estado aparte, es, de todas las regiones españolas, la que posee una cultura más radicalmente suya". No obstante, también recoge sus impresiones sobre el ideal vegetativo y paradisíaco que define a los andaluces y su modus vivendi . "Este es el caso del andaluz (") en vez de aumentar el haber , disminuye el debe ; en vez de esforzarse para vivir "sigue diciendo Ortega y Gasset", vive para no esforzarse, hace de la evitación del esfuerzo principio de su existencia". Se trata de la pereza como ideal y como estilo de cultura, como un modo de responder y plantear soluciones a los problemas de la existencia con el mínimo esfuerzo. "Como decía Federico Schlegel, es la pereza el postrer residuo que nos queda del Paraíso, y Andalucía el único pueblo de Occidente que permanece fiel a un ideal paradisíaco de la vida. Hubiera sido imposible tal fidelidad si el paisaje en que está alojado el andaluz no facilitase ese estilo de existencia (") El pueblo andaluz posee una vitalidad mínima, la que buenamente le llega del aire soleado y de la tierra fecunda. Reduce al mínimo la reacción sobre el medio porque no ambiciona más y vive sumergido en la atmósfera como un vegetal". Esta concepción de los andaluces, su "holgazanería" y su gusto por la vida descansada ( vita minima ), tiene su origen en el esquematismo interpretativo de los viajeros románticos "de Merimée a Gautier, de Richard Ford a Washington Irving" que visitan Andalucía en el segundo tercio del siglo XIX, cuyas crónicas divulgan lo que ellos consideran más fascinante y pintoresco, "esa vistosa imaginería "tan manoseada" compuesta de cigarreras y toreros, noches embrujadas y rincones morunos, pasiones primitivas y costumbres arcaicas, bandidos generosos y mujeres provistas de navajas, preferentemente en la liga (") La realidad se idealiza, se emperifolla: todo forma parte de esa estampa teatral que oculta bajo sus faramallas la otra y más legítima faz de Andalucía", escribe Caballero Bonald.
El ideal andaluz. Atraídos por los testimonios de estos cronistas, principalmente británicos y franceses, algunos escritores provenientes de los lugares más variopintos ponen sus pies en Andalucía y recorren sus pueblos y ciudades, aldeas y espacios naturales. Entre ellos se encuentran los integrantes de la generación del 98, quienes "con la excepción casi exclusiva de Antonio Machado" oscilan entre la experiencia trágica, lírica o introvertida del sur. Un claro ejemplo es el siguiente fragmento de Leopoldo Alas Clarín, escrito a modo de denuncia social: "Si hay alcaldes que oponen insuperables obstáculos a la construcción de una carretera en la que se ha de dar trabajo a muchos vecinos hambrientos, y además es de necesidad para el tráfico de la comarca, y se oponen porque la carretera atraviesa fincas de un magnate, de quien el alcalde es hechura y especie de lacayo; si esto ocurre, y ocurre en efecto, ¿puede atribuirse a la influencia del clima en la actividad muscular de los andaluces"" («El hambre en Andalucía», 1883). En términos parecidos se expresa Azorín al hacerse eco de estas angustiadas palabras: "Todos estos hombres, todos estos enfermos que hemos visto, son pobres: necesitan carne, caldo, leche. ¿Ve usted la ironía aterradora que hay en recomendar estas cosas a quien no dispone ni aun para comprar el pan más negro" Y esto ha de repetirse todos los días en todas las casas forzosamente, fatalmente... Y la miseria va creciendo, extendiéndose, invadiéndolo todo: las ciudades, los campos, las aldeas" («La Andalucía trágica», 1905). Coincidiendo con la eclosión de estos enfoques, en 1917, Blas Infante publica El ideal andaluz . En esta obra aborda un atributo que "resiste todas las vicisitudes de la Historia y las más o menos prósperas que a nuestros días le conducen, (") y que determina (") la unidad psicológica, el espíritu distinto y, por tanto, la personalidad, la substantividad independiente del pueblo", el genio andaluz que, con un fondo de optimismo de raíz griega, se manifiesta en la fastuosidad paradójica "fruto del reconocimiento en los demás de la misma dignidad", los apasionados sentimientos de la alegría de vivir, el festivo humorismo ""estoicismo creyente que se ríe"", el amor, el respeto a la vida y personalidad ajena, verdadero fundamento de la democracia, y el genio creador de los nacidos al sur de Despeñaperros.
Nuevos testigos. Las tesis defendidas por Ortega y Gasset son retomadas por su discípulo Julián Marías en Nuestra Andalucía (1967), una obra continuista que supone una grave incomprensión de los dramas fundamentales de la historia andaluza, cargada de luchas sociales, como las estudiadas por Díaz del Moral en su Historia de las agitaciones campesinas andaluzas o por Jean Sermet y Gerald Brenan, pobreza y sangrantes desigualdades. A este propósito se refiere Alfonso Carlos Comin en su Noticia de Andalucía : "Ha llegado la hora de terminar también con la explicación folclórica de Andalucía. Las cualidades del andaluz, como las de cualquier ciudadano del mundo, son una compleja amalgama que difícilmente permiten establecer determinismos. Un ligero y sobrio análisis nos permite ver inmediatamente la falsedad del argumento racista y la hipocresía del argumento folclórico, con los que se desearía mantener el spanish show , tan rentable para algunos. Cualquiera que quiera ver comprenderá la falsedad del argumento que insiste en la incapacidad del andaluz para el trabajo y para proveer su futuro". El autor postula una mayor atención al pueblo andaluz y a sus problemas, dejando a un lado "la casa enjalbegada, las formas, el erotismo o el valor de la vida". Esta es precisamente la senda por la que discurren "los nuevos testigos de Andalucía", los que piensan en sus hombres y penetran en sus realidades, estudiosos que arrojan nueva luz sobre los problemas sustanciales de los andaluces. Y junto a ellos, señala Comin, las nuevas generaciones de militantes dispuestos a transformar Andalucía con su nueva visión y capacidad de lucha. "Es preciso "dice Antonio Gala" que se inventaríen nuestras realidades desde aquí mismo (") Es preciso que Andalucía yerga su frente y mire sus cultivos, sus industrias, sus campos y sus mares (") Que recuerde la vereda de la plata, las rebeldías de las Alpujarras, Sierra Morena, los garrochistas y los aceituneros de Jaén, los liberales antifernandinos, la Junta Soberana de Andújar en 1835, la Internacional Socialista de Málaga en 1870, la Constitución Federalista de Antequera en 1883, las agitaciones campesinas en el primer cuarto de este siglo contra oligarcas que ni siquiera vivían aquí. Que recuerde a los promotores de sus ideales y de su libertad: a Guzmán Sertorio, a Fermín Salvochea, al maestro Escosura, a Picabea, Álvarez de Salamanca, a Díaz del Moral, a Fermín Requena, a Méndez Bejarano, a Isidoro de las Cagigas, a Blas Infante, a todos sus héroes sobre cuya muerte ya ondea la bandera que ellos mismos soñaron". La conciencia histórica de los andaluces, pese a su heterogeneidad, adquiere con el paso de los años y la consecución de reivindicaciones políticas y sociales una mayor consistencia. La mirada de los habitantes de la España del Sur descubre en su pasado, oyendo su alma vieja, una realidad multiforme, una obra de concordia y consonancia de voces distintas entre sí que se sigue alzando, alarde de armónica conjunción que sepulta interpretaciones simplistas y caducas: iguales en la variedad y variados en la unidad, como reza el antiguo adagio.[ Javier Vidal Vega.]
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