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GITANOS

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(De egiptano ).Un dicho popular refiere que "Dios fue el primer alfarero / y el hombre el primer cacharro". Al Divino Alfarero le fue harto difícil encontrar el punto exacto de cocción y, según una leyenda de gran tradición en Andalucía, tan sólo en la tercera ocasión extrajo del horno al hombre "más hermoso", un hombre de barro, ni demasiado ni poco cocido, que daría origen al pueblo gitano. Tan etéreos como la leyenda son los pocos e inciertos datos históricos que se poseen sobre la aparición de dicho pueblo o sobre su migración posterior desde el norte de la India hacia Europa. Tampoco resultan clarificadores los estudios étnicos, las pruebas lingüísticas resultantes del análisis del romaní, la antropología física y la lexicoestadística. Se supone que los gitanos inician su marcha hacia occidente alrededor del siglo X para cubrir en sucesivas etapas el trayecto que separa la Península Índica de Asia Menor, Grecia y los Balcanes, regiones a las que llegan en el siglo XIV. Como se puede comprobar estos territorios son lugares de paso durante siglos de viajeros que pretenden llegar a Tierra Santa. "Quizás fuese la relación de los gitanos con los peregrinos (") lo que les llevase a adoptar ese disfraz cuando necesitaron una tapadera para facilitar su llegada a Europa occidental", escribe Angus Fraser en su obra Los gitanos .

O xonxanó baró. Con esta expresión tomada del romaní de los gitanos españoles, que significa "la gran estafa", Fraser hace mención a esta práctica, a la utilización del "disfraz" de penitente para penetrar en países como España despertando los menores recelos posibles. "La escasez de pruebas no es necesariamente un argumento contra alguna infiltración en occidente, quizás de forma breve, en varios periodos anteriores a 1417: mientras su número fuese reducido y no atrajesen la atención, pudieron haber pasado inadvertidos a la vigilancia oficial". Sigue diciendo el investigador británico, que "prácticamente nada de su historia anterior "hecha de un fragmento aquí y una vislumbre allá" nos ha preparado para lo que sucedió en 1417 y los años que seguirían inmediatamente (") de repente hallamos gitanos comportándose de una forma sin precedentes. Ya no son discretos, sino que casi buscan llamar la atención. No son una multitud descoordinada, sino que se mueven de un modo al parecer con sentido al mando de líderes con títulos impresionantes. Y al principio no son perseguidos u hostigados, sino tratados con cierta consideración". En efecto, los gitanos se presentan agrupados en torno a un "duque" o "conde" del Egipto Menor, alegando haber sido expulsados de su país por los musulmanes "aunque existen otras versiones, como aquellas que hacen especial hincapié en la negativa a prestar auxilio a la Sagrada Familia" y exhibiendo salvoconductos y bulas papales para poder expiar sus culpas con una vida dedicada a la peregrinación. Según Bernard Leblon, autor de Los gitanos de España. El precio y el valor de la diferencia , "la extraña apariencia de esta gente venida de otras tierras no deja de embelesar a los mirones de todos los países occidentales. Sorprende su atavío "esas largas mantas abigarradas sujetas al hombro, a la manera de capas" el largo de sus cabellos, la oscuridad de su piel, las grandes argollas que llevan en las orejas y la insólita toca de las mujeres: turbante oriental sobre un armazón de mimbre".

Atónitos deben quedar los españoles que asisten a la primera llegada documentada de gitanos a nuestro país, concretamente el 12 de enero de 1425, según reza un salvoconducto concedido a "Don Johan de Egipto Menor" en Zaragoza por Alfonso V de Aragón. Este monarca, conocido como "el Magnánimo", tiene una buena disposición hacia la comitiva del "egiptano" (o "egipciano", de donde proviene el término "gitano"), permitiéndole viajar durante tres meses por sus dominios. A este grupo de vanguardia siguen inmediatamente otros que llegan de forma semejante y recorren distintas comarcas de la Península Ibérica, esgrimiendo pretextos como las peregrinaciones a Santiago de Compostela. En general son bien aceptados y disfrutan de la protección de los poderosos y de los monarcas, quienes, incluso, conceden a sus "condes" el derecho a administrar justicia dentro de su propio grupo. Como señala el profesor Antonio Luis Cortés Peña, "son unos años que, en nuestra tierra, han llegado a ser calificados como "la edad de oro"; durante este periodo, al contrario de lo que sucedía en otras zonas "norte de Italia, Francia"", donde comenzaban a producirse sanciones eclesiásticas en relación con las prácticas adivinatorias protagonizadas por algunas de sus mujeres, aquí se movían libremente y gozaban de generosas y gratuitas prestaciones."

Estancia en Andalucía. Jaén, el antiguo "lugar de paso de caravanas", es la puerta de entrada de los gitanos a Andalucía. Llegan a esta ciudad en noviembre de 1462, más exactamente el día 22 "Día de los Gitanos Andaluces desde 1996", liderados por los condes Tomás y Martín de Egipto Menor, y reciben una calurosa bienvenida del condestable Miguel Lucas de Iranzo, quien les ofrece una suculenta cena. Además, el generoso anfitrión proporciona a sus huéspedes abundantes víveres (pan, vino, carne, aves, pescado, fruta, cebada y paja) para cubrir sus necesidades, así como regalos de despedida consistentes en ropas de lana y seda y una sustancial suma de dinero. En 1470 el mismo Miguel Lucas de Iranzo alberga bajo su techo, esta vez su residencia de Andújar, al conde Jacobo de Egipto Menor, su esposa Loysa y un séquito de 50 acompañantes. La estancia, que se prolonga durante cinco o seis días, es seguida al poco tiempo de otra protagonizada por el duque Paulo y su compañía. Al margen de esta actitud, especialmente desprendida, no pocos miembros de la nobleza española serían protectores de los gitanos, dándoles valioso socorro incluso en los momentos más duros" Que no tardarían en llegar.

Alrededor de la década de los ochenta del siglo XV se produce una llegada de contingentes gitanos por el Mediterráneo, que ya no dicen ser de Egipto Menor, sino que se llaman a sí mismos griegos y se presentan como huidos de los turcos que habían invadido Constantinopla en 1453. Por aquel entonces, cuando los Reyes Católicos se afanan en consolidar el poder central y la homogeneidad cultural de sus dominios, la presencia de gitanos en muchas regiones españolas pasa a ser algo cotidiano y permanente.

"Y ahí está el verdadero inicio del problema "explica el historiador Cortés Peña". Ante la "rutina" de su presencia, las ayudas y las limosnas pasan a ser menos generosas; poco después, incluso, surge el rechazo de numerosas localidades, "cansadas" de otorgar ayuda a un pueblo en inacabable peregrinaje. Y todo ello no sólo determinó un sustancial recorte en las ayudas hasta entonces recibidas, sino que su mismo crecimiento demográfico se convirtió en un obstáculo para poder encontrar, con sus tradicionales oficios, el sustento necesario de forma cotidiana. La consecuencia fue el inicio de actividades poco convencionales, en ocasiones al margen de la ley, impulsados por el deseo de sobrevivir sin abandonar su modo de vida, lo que de inmediato radicalizó el problema al producirse un rechazo generalizado  del resto de la población." El 4 de marzo de 1499, siete años después de la expulsión de los judíos, y tres antes de la conversión forzada de los musulmanes, Fernando e Isabel promulgan un decreto "la Pragmática Sanción de Medina del Campo" que establece directamente las opciones de los gitanos: o se hacen sedentarios y buscan señores, o después de sesenta días serán expulsados. No cesarán desde entonces las medidas represivas, constantemente endurecidas, hasta el punto de convertirse en verdaderos intentos de genocidio.

La persecución. A la pragmática de los Reyes Católicos, renovada varias veces, suceden algunas sutilezas de Carlos I: aquellos a quienes se cogiese por tercera vez vagabundeando podían ser apresados y esclavizados para siempre; y aquellos que no se asentasen o se marchasen en sesenta días serían enviados a galeras durante seis años si tenían edades comprendidas entre los veinte y los cincuenta. Duro castigo, si se tiene en cuenta que España está en guerra contra el Imperio Otomano. A pesar de todo, no se obtienen los resultados esperados y en el decenio de 1550 pueden oírse en las cortes castellanas quejas repetidas sobre "los impíos vagabundos que infestan la tierra". Felipe II, también obsesionado con someter a los grupos que siguen sin llevar una vida sedentaria, toma cartas en el asunto y pronto renueva y aumenta la legislación antigitana anterior, extendiéndola a las mujeres "que van por ahí vestidas como gitanas". En 1588 el monarca restringe los derechos de los gitanos a vender bienes y las cortes presentan una proposición que consiste en separar a los hombres de las mujeres, pero permitirles casarse con campesinos; y quitarles a los niños para criarlos en orfanatos hasta que cumplan los diez años, momento en el que los chicos se convertirán en aprendices y las chicas pasarán al servicio doméstico. De momento a la idea se le da carpetazo, aunque es retomada en el siglo XVIII.

La crispación aumenta por momentos y a la irritación de las cortes se suma el malestar de sacerdotes, expertos en derecho o teólogos. Sus diatribas recogen todos los rumores y acusaciones en boga (traición, robo, licenciosidad, herejía, secuestro de niños), e incluso recurren a la Biblia para justificar su postura. Sirvan como ejemplo las despiadadas palabras de Sancho de Moncada, catedrático de teología de la Universidad de Toledo, tomadas de Caín: "Habré de andar fugitivo y errante por la tierra y cualquiera que me encuentre me matará". A continuación no duda en condenar la habilidad de los gitanos para conversar en un idioma secreto, etiquetado como jerigonza. Su rechazo de esta etnia le lleva a criticar ardorosamente el decreto promulgado en 1616, según el cual todos los gitanos deben irse del reino y no volver nunca, bajo pena de muerte, a excepción de todos aquellos que se asienten y abandonen el vestido, nombre y lengua. A juicio de Moncada esta medida es ineficaz y no hay que mostrar consideración con mujeres y niños: "No hay ley que nos obligue a criar cachorros de lobo, para el seguro detrimento futuro de la multitud". En 1631 el juez Juan de Quiñones sigue avivando el fuego de la intolerancia y proporciona relatos de inmoralidad sexual y canibalismo. Parecida actitud muestran literatos como Cervantes y Lope de Vega.

Felipe IV, preocupado por la grave crisis demográfica de su reinado, desecha la expulsión y procura hacer efectiva la "enmienda" de su tipo de vida. Así, en la pragmática de 1633 afirma categóricamente que "aquellos que se llaman a sí mismos gitanos no lo son de origen o naturaleza sino que han adoptado esta forma de vida para tales propósitos nocivos como los que ahora sufrimos". Se prohíbe a los gitanos que celebren reuniones, que vistan de forma diferente a los demás, que usen su propia lengua o que vivan en barrios donde habían acostumbrado a congregarse. Esta pragmática fija el rumbo en la dirección de la asimilación forzosa "seguida por Carlos II en 1695" durante el siguiente siglo y medio en España. Las penas por contravenirla son principalmente seis años en galeras en caso de los hombres y el azotamiento y expulsión en el caso de las mujeres. Son tales las necesidades del gobierno para mantener a pleno rendimiento las tripulaciones en los escuadrones del Mediterráneo que, durante el siglo XVII, se urge periódicamente a los jueces a que hagan su parte acelerando los casos pendientes y capturando a los gitanos errantes, aunque está documentado que en ocasiones también son apresados aquellos que se han asentado; además, los prisioneros a menudo son retenidos ilegalmente en las galeras mucho después de que hayan expirado sus sentencias. Frente a estas posturas también existen testimonios que revelan la existencia de relaciones de buena vecindad entre los gitanos y la comunidad paya .

Trabajos forzados.  El ocaso de la dinastía de los Habsburgo en España trae consigo la negra noche de los Borbones para los gitanos. Felipe V persiste en la política de asimilación anteriormente emprendida con su pragmática de 1717. En ella el monarca da orden de realizar un censo, insiste en que el único trabajo que les está permitido es el relacionado con la agricultura y restringe los lugares legítimos donde pueden vivir a cuarenta y una ciudades específicas. Este último punto se aplica de forma indiscriminada sobre todos, saliendo gravemente perjudicadas aquellas familias que habían conseguido echar raíces en sus lugares de residencia. Ven impotentes como les son arrebatados sus hogares y sus trabajos y se preparan para vivir el periodo de mayor dureza de estos siglos de represión, un periodo que comienza en 1746 con la entronización de Fernando VI. El nuevo rey se ve obligado a aligerar la carga designando otras treinta y cuatro ciudades (incluidas Sevilla, Granada, Guadix, Zaragoza, Barcelona y Valencia), siendo el objetivo una distribución basada en una familia gitana por cada cien habitantes. Pronto, con mucho la concentración urbana más densa se halla en Sevilla.

Por aquel entonces, cuando sólo una pequeña parte de los gitanos españoles continúa siendo nómada, comienzan a escucharse voces como la del reverendo Gaspar Vázquez Tablada, obispo de Oviedo y miembro del Consejo de Castilla, quien pide que sean apresados en toda España en una única y cuidadosamente orquestada redada nocturna y enviados a trabajos forzados en lugares de elección del gobierno, vendiéndose todas sus posesiones. Esta idea cobra cada vez más fuerza y es recogida por el marqués de la Ensenada, que probablemente alimenta en secreto el deseo de extinguir al pueblo gitano del territorio español. La nueva normativa, ejecutada en el verano de 1749, supone la separación de las mujeres, sólo acompañadas de los niños menores de siete años, mientras que el resto de la población masculina es obligada a realizar trabajos forzados en minas y arsenales. En torno a 14.000 gitanos son internados en las minas de Almadén y en los arsenales de Cartagena, El Ferrol (La Graña) y Cádiz (La Carraca), donde casi mil doscientos hombres duermen sin nada que los tape en camastros de madera con los grilletes encadenados a las paredes. De este internamiento no son excluidos los niños, empleados asimismo en las minas y arsenales con el pretexto de que "aprendieran algún oficio". La terrible medida, con todos los dramas y tragedias que lleva consigo, va a suponer, sin embargo, a medio plazo un completo fracaso. "Apenas trasladados los gitanos a los arsenales y minas comenzaron las reclamaciones solicitando su libertad. Justificaban su vida ordenada, estar legítimamente casados, educar cristianamente a sus hijos, vivir de acuerdo con las pragmáticas, etc.", escribe María Helena Sánchez Ortega. Y no sólo son los gitanos quienes piden la revisión de sus casos. Ahora, como indica Leblon, "son muchas las aldeas andaluzas que reclaman sus herreros, sus prensadores de aceitunas y sus panaderos, cuya ausencia paraliza la vida de la comarca". Fernando VI debe comprender que se había ido demasiado lejos y, ante las masivas reclamaciones, no duda en promulgar una nueva pragmática "28 de octubre de 1749" que permite la puesta en libertad de todos los que prueben su "vida arreglada" a través de informes secretos emitidos por las autoridades y los párrocos de sus localidades. La solución definitiva no llega hasta el siguiente reinado, el de Carlos III, quien en 1765 permite volver a sus casas a los últimos gitanos que aún permanecían en los arsenales de Cádiz y Cartagena.

Castellanos nuevos. En 1772 Pedro Valiente y Pedro Rodríguez, conde de Campomanes, recomiendan a Carlos III prohibir el uso de la palabra gitano e incluso del eufemismo "castellano nuevo", tan en boga desde el siglo XVII; otra propuesta es abrir todos los oficios a los gitanos. Campomanes y Valiente inciden en el papel de la educación y arguyen que la experiencia había demostrado con demasiada claridad que una legislación exclusivamente penal tiene poco efecto sobre los gitanos, los cuales tienen que ser libres para ganarse la vida de forma pacífica. Estas observaciones son la base de la pragmática promulgada en 1783, que decreta la igualdad de los gitanos con los demás súbditos, aunque para ello se quiere hacer olvidar sus raíces. "El crallis ha nicobado la liri de los calés" ("el rey ha quitado la ley de los gitanos"), escucha decir en caló *  "un híbrido de léxico romaní y fonología, morfología y sintaxis castellana" George Borrow en torno a 1836. A propósito de esta pragmática escribe Bernard Leblon: "Los incuestionables progresos de la ley de 1783 en relación con toda la legislación anterior no deben nada a consideraciones humanitarias y sólo se inspiran en un afán de eficacia". De ahí que la pretendida igualdad sea recortada en la misma pragmática por otras disposiciones verdaderamente represivas, en las que se vuelve a prohibir el uso de su vestimenta y de su lengua, sin olvidar su "método de vida vagante" y la práctica de determinados oficios como esquiladores, tratantes de ganado en las ferias o mesoneros "un empleo muy frecuente, como demuestra la experiencia del viajero inglés Richard Twiss". Por otra parte, el castigo para quienes no cumplan estas disposiciones es de una extrema dureza: la marca a fuego de las armas de Castilla y, en caso de reincidir, la pena de muerte. Esta ley, en teoría vigente hasta 1878, supone "el fin de una larga etapa de persecución inaugurada por la Pragmática de 1499 y que había llegado a sus expresiones más crueles bajo el reinado de Fernando VI "indica Cortés Peña". No era el fin de la represión, pero sí el inicio de un nuevo periodo, que se extendería hasta el siglo XX, en el que por otra parte, tampoco iban a faltar infortunios y sinsabores. Pero, con todas las limitaciones que queramos, el peligro de extinción había desaparecido".

Por otra parte, se constata el hecho de que los "gitanos bravíos", es decir, nómadas, son una minoría en el sur de España y que existen concentraciones en los barrios de Triana, en Sevilla, y de la Viña y Santa María, en Cádiz. En Granada, muchos se congregan en cuevas excavadas en las laderas del Sacro Monte, donde manejan el martillo y la fragua en las entrañas de la tierra; con el tiempo se convertirán en atracción turística y albergarán a ilustres cantaores y bailaores. En otros lugares de la provincia de Granada hay asentamientos de este tipo aún más extensos, como los de Purullena y los del barrio de Santiago de Guadix. A pesar de las medidas gubernamentales, el amor de los gitanos por sus tradiciones garantiza la supervivencia de muchas gitanerías, y una contribución significativa a la cultura andaluza. Una cultura en la que ocupa un lugar preeminente el flamenco * . "No es difícil aceptar "razona Angus Fraser" que fuese el régimen de padecimiento lo que permitió que el cante jondo saliese a la luz (") En la primera mitad del siglo XIX los principales centros de su desarrollo eran Cádiz, Jerez de la Frontera y Sevilla (más exactamente, Triana), y en aquellos tiempos los intérpretes conocidos del flamenco provenían todos de familias gitanas sedentarias de aquella parte de Andalucía".

Gitanos andaluces.  Entre 1812 y 1836 estas familias continúan sufriendo ataques de racismo "el Estado es incapaz de garantizar la igualdad de hecho", aunque de forma más solapada, lo que permite una mejor relación interétnica y un cierto respiro para los gitanos que siguen marginados. En una breve síntesis, las disposiciones aprobadas durante este periodo son las siguientes: Fernando VII restringe la participación de gitanos en las ferias de ganado; Isabel II obliga a los chalanes (tratantes) gitanos a llevar además de papeles personales, un documento con el número y características de sus animales, y un registro de todas las transacciones de animales que realicen (1847); por último, Alfonso XII anula las disposiciones a todos los chalanes, fueran o no gitanos. Con el estallido de la Guerra Civil y la posterior dictadura de Franco, se acentúa de nuevo la represión cultural. Se les prohíbe hablar en caló, considerado una jerga de delincuentes, o sufren con especial dureza la aplicación de la Ley de Peligrosidad Social, entre otras medidas. Al mismo tiempo, la administración central financia programas diseñados por organismos católicos para "enseñarles a ser payos". También la Guardia Civil recomienda en su reglamento de 1943 la vigilancia escrupulosa y, sobre todo, el control del modo de vida y de los desplazamientos de los gitanos.

Los artículos antigitanos del reglamento de la Guardia Civil son derogados en 1978, el mismo año en que se aprueba la Constitución Española. Ésta supone para los gitanos el reconocimiento de la igualdad ante la ley y la plena ciudadanía. El Estatuto de Autonomía para Andalucía proclama en su artículo 1.2 los principios de "libertad, igualdad y justicia para todos los andaluces", afirma en el artículo 11 que "la Comunidad Autónoma garantiza el respeto a las minorías que residan en Andalucía" y reconoce en el artículo 12 "la igualdad del individuo y de los grupos". Estas previsiones dan como resultado la creación el 7 de octubre de 1985 de la Secretaría de Estudios y Aplicaciones para la Comunidad Gitana, órgano de asesoramiento y coordinación de la Junta de Andalucía en las actuaciones "que la misma dirija a la promoción del colectivo gitano en el territorio andaluz". Las principales acciones llevadas a cabo por la Secretaría, han sido, entre otras, las de efectuar la coordinación y el seguimiento de los proyectos de intervención integral con comunidades gitanas insertos en el Plan Nacional de Desarrollo Gitano (1989), y la elaboración y gestión de la Convocatoria de Ayudas Públicas en materia de Minorías Étnicas. Juega un papel esencial en la puesta en marcha del Plan Integral para la Comunidad Gitana de Andalucía, aprobado el 26 de diciembre de 1996. Entre sus funciones se cita la necesidad de potenciar la participación social del colectivo y promover el asociacionismo gitano. En este apartado destacan asociaciones como la Fundación Secretariado Gitano, Amuradi "que agrupa a las universitarias gitanas" y la Unión Romaní. Precisamente esta última dispone de una división territorial en la comunidad autónoma andaluza, además de otras asociaciones federadas que actúan en las ocho provincias.

Según Juan F. Gamella, profesor de Antropología de la Universidad de Granada, viven en Andalucía en torno a 225.000 gitanos en unas 45.000 familias, y representan entre el 3 y el 4% de la población andaluza. "Andalucía es la Comunidad Autónoma española "propugna Gamella" donde vive un mayor número de gitanos; más del 40% de todos los gitanos de España residen aquí. La población gitana se encuentra dispersa por las localidades rurales y urbanas de toda la Comunidad, destacando su presencia en algunas zonas y comarcas, como ocurre en el norte de la provincia de Granada, donde hay más de 20 pueblos en los que los gitanos suponen más del 15% de la población local. Los gitanos viven también en zonas rurales, aunque no en todas, prefiriendo aquellas bien comunicadas y con cierta riqueza agrícola o comercial". A comienzos del siglo XXI los gitanos andaluces tienen su principal caballo de batalla en el acceso a una formación académica y laboral adecuada, la disponibilidad de viviendas dignas o el reconocimiento de la idiosincrasia del pueblo gitano. Descendientes de aquellos egipcianos que un día penetraron en las tierras del sur de España, los gitanos continúan su marcha por un camino plagado de intolerancia y hostilidad, pero en el que prevalecen su propio esfuerzo, la propia creencia en su etnia y sus valores" Su resistencia ilimitada "capaz de lograr que el acervo común de la cultura española esté hoy enriquecido con las esencias de un pueblo milenario" (Cortés Peña). Hasta el punto de que en Andalucía se suele decir que no se sabe dónde acaba lo gitano y dónde empieza lo andaluz. [ Javier Vidal Vega ].

 

 
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